La pluma profana de El Markés

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“Cosas de inocentes”

Las cárceles en México tienen un porcentaje muy alto de inocentes purgando largas condenas, por eso cuando mi amiga me dijo: Papá salió del penal en 1985 acusado de haberme violado de niña, me dolió mucho porque todo imaginaba menos algo así. Y continuó diciéndome que, Notificada luego de veinte años saqué mis ahorros y tomé, lo bastante emocionada, el tren que me llevaría hasta el Distrito Federal.

No sabía cómo reaccionaría al verme pues no me había visto en muchos años y seguro ya ni se acordaba de mí.

Un guardia de seguridad, erguido y mal encarado me indicó que era aquél que aguardaba sentado en la sala de espera y con un morral atado con un sedal. No fui tras él. Me detuve un poco y lo miré a lo lejos.Me condolí tanto de él. Y es que ahí estaba, cabizbajo y con una montaña de años encima. Su pelo no era recortado y bien peinado como lo recordaba; tampoco su espalda fuerte en la que me montaba cuando íbamos al Xochipilli. Aventurada me acerqué. Papá, soy yo, Anita. Él me miró, sus ojos, sumidos en cuencas de párpados destruidos se abrillantaron. Alzó sus brazos débiles y me arrodillé para abrazarlo. Los curiosos nos miraban, pero no me importaba. Al salir lo llevé a que conociera el Castillo de Chapultepec, Bellas Artes y otros edificios. Estaba callado, siempre callado. Justo cuando subíamos a una trajinera en Xochimilco dejó salir un Perdóname, hija, por Dios, perdóname por no haberte cuidado. Entonces lo volví a abrazar y me lo apreté al pecho. Lo amaba, lo amaba tan profundamente que no temí romperle los huesos porque quería tenerlo ahí, junto a mí, exprimirle todos sus temores y que jamás volviera a pensar en los motivos que lo habían llevado a prisión. De su chamarra sacó una foto. Era yo a los diecisiete años. Venía en la única carta que me mandaste, me dijo. Pero papá, mamá me dijo que esa carta nunca llegaría porque la dirección estaba equivocada, le dije. Pues me llegó y siempre la tuve junto a mí. Peleé por ella muchas veces. Tenía malos compañeros. También buenos, pero más malos.

Mientras veníamos en el tren quedó dormido. Por horas le sobé sus agotadas manos. Le alisaba el cabello y le limpiaba la saliva que se le recurría por la comisura de su boca.

Supe que tu mamá siguió enferma, me dijo al pasar por Saltillo. La diabetes, papá, la diabetes. Pero tiene quien la cuide. Ya sabe, yo hace años que no tengo tratos con ella.

Al llegar a Monclova me pidió que camináramos por la avenida principal. Sabía lo que quería. Y ahí estaba. Ahí estaba mamá con sus piernas mochas pidiendo la caridad de la gente. Se veía viejísima. Tomé a papá del hombro, en realidad no quería acercarme a ella. Déjame, me dijo. No haré ninguna locura.

En un momento mamá se hizo a la orilla de la populosa avenida Pape. Nos vio venir y sorprendida quedó estática. Papá, no viejo pero sí encorvado, se puso junto a ella. Le sonrió un poco, ella le devolvió una mueca. Se puso en cuclillas, desenrolló su bulto y sacó un cajoncito de madera. Lo tallé yo mismo y para ti. ¿Para mí? , dijo ella. Sí, para que eches los centavos que te den… te deseo lo peor, Ester. Me condenaste a veinte años en la cárcel a sabiendas que fue el Julián, ese al que le traías muchas ganas y que defendías a toda costa, el que le hizo lo que le hizo a Anita. Vámonos papá, le dije. Sí, claro que sí mija. Sólo venía a decirle a tu madre que la quise mucho, pero desde ese día la aborrezco… dejó que ese malnacido te tocara y para no serle yo estorbo me echó la culpa. Tú ni podías decir nada por tus líos con la lengua… Pá, vámonos, pa… y nos fuimos. Porque mientras papá era abusado en prisión por otros hombres que supieron que según esto me había manoseado, yo sufría en la escuela cuando todos me llamaban gangosa, gangosa manoseada, sucia… y es que papá era de esos que cuando alguien me decía algo en burla, me defendía costara lo que costara… pobre papá… pero lo cuidé mucho, mucho, hasta el final… y digo que hasta el final porque hasta ya viejito y acabado, todavía le di su sopita de letras, esa que tanto le gustaba por el simple hecho de que mientras las maestras no me hacían entender las palabras, él lo hizo a puro acomodo de sopitas… papá, como me acuerdo cuando te sacaron de la casa, así a fuerzas, arrastrándote como un criminal… y yo, con la mendiga lengua retorcida sólo gemía y manoteaba… el Julián abusó muchas veces de mí, y mamá lo sabía.

Mira que Julián trabaja y yo no siempre ando de humores. Tienes tú que entrarle al quite ya que ni sirves pa otra cosa, me decía mamá. Entonces cedía atemorizada a los tocamientos, vulgaridades y los golpes. Eso nunca se lo conté a papá… la injusticia me lo robó veinte años, pero diosito y su justicia me lo dejó otros veinte para darle todo lo que pude… hoy él descansa, y yo también. Mamá murió quién sabe cuándo y quién sabe dónde. Yo salí adelante. No soy rica, pero sí feliz.

Las cárceles en México tienen un porcentaje muy alto de inocentes purgando largas condenas y eso no parece tener freno. A muchos los liberan veinte años después con una simple disculpa y una vida desperdiciada entre asesinos. Adieu.

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