La pluma profana

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“Sicarios”

Durante la entrega de apoyos de 65 y Más del gobierno federal, tuve a bien pasar muy cerca de uno de esos bancos llamados Bancos del Bienestar. Me llamó la atención que luego de que ya casi todos se hubieran ido, un adulto mayor estuviera teniendo dificultad para ingresar su tarjeta y retirar su dinero. Cuando me acerqué a ayudarle y consultar su saldo, me di cuenta que su tarjeta estaba vacía. Al cuestionarle si alguien antes que yo le había ayudado, me dijo que sí, que había sido su hijo, pero que este le había dicho que sólo tenía quinientos pesos y que no se los había dado porque se los pondría de gasolina a su camioneta por haberlo traído a cobrar su apoyo. No le dije nada pero seguro estaba que el chamaco lo había estafado, o en otras palabras, le había robado su dinero y de pilón lo había dejado ahí y sin tener quien lo devolviera a casa.

Basado en eso me di a la tarea de escribir esta otra historia que nos enseña a no ser tan desvergonzados y crueles con nuestros padres:

“No somos sicarios, pero cortamos a papá en pedazos; nos hizo plenos, y nosotros de plano lo convertimos en el ser más miserable y que nunca se hubiera imaginado llegar a ser a sus setenta años.

Apolonio Sánchez era y siempre será ese personaje de calle para recordarse. La algarabía con la que conducía su actitud cotidiana lo convertía en un ser humano tan cálido y de sangre liviana que no sólo le caía bien a todos, también era de esos padres de familia que optaba por tomar parte en las actividades escolares porque siempre fue de esas personas que predicaba eso de que si se había decidido a ser padre, era porque iba a dar todo por el todo por sus hijos.

Los planes de Dios son perfectos, pero desafortunadamente los siete hijos que tuvo Apolonio le salieron como todo un arco iris. La diversidad de actitudes fue justo eso, un abanico de colores y desafíos que no sólo lo gastaron físicamente, también en sus emociones. Siempre fue un padre trabajador y más cuando dentro de los planes de Dios estaba el que quedara viudo muy temprano. Lejos de apoyar al hombre que amanecía haciéndonos sentir su todo, le habíamos echado tanto peso en su espalda que había empezado a encorvarse desde muy joven. Desempleado de una manera tan repentina de la empresa vidriera donde había laborado por más de veinte años, lo obligaron a vender frituras y dulces de leche por las calles. La gran mayoría de nosotros tuvimos que entrarle al quite y ayudar en esa labor de vendimia.

Tras dos años de duros desafíos, su marca botanera comenzó a tener tan buena aceptación que comenzó a colocar charales, semillitas de girasol y cacahuates en supermercados del pueblo. Cuando la fortuna le sonrió todavía más exportando sus productos a otras ciudades, nosotros comenzamos a creer que era tiempo de ser los juniors que se merecían todo. Comenzamos a malgastar y creer que Botanas Sánchez debería sostener nuestras borracheras, acostones con prostitutas y en caso de mis hermanas, horas y horas en salones de belleza. Entre más viejo el hombre, más fuerza teníamos nosotros y por ello, cuando vimos que el viejo nomás ya no podía con tanto pedido, lo convencimos de que contratara personal para que se dedicara a comercializar y nosotros, como futuros herederos de la marca, recibir el resultado.

El día que le cayó una demanda por mala calidad en el producto, el cliente perjudicado no sólo lo llevó a prisión por un par de meses, también nos clausuraron por una temporada. Ninguno hizo nada por apresurar su liberación porque todos teníamos actividades personales. Jamás nos echó en cara nada porque le urgía poner en su lugar al empleado que había saboteado al negocio y aclarar que nuestro producto era el resultado de años de experiencia y calidad.

Papá no vio lágrimas nuestras durante nuestra infancia. Siempre se encargó de hacernos la dulce vida proveyéndonos de lo necesario pero siempre sin excederse. Nos daba lo justo y por ese lado no podríamos decir ninguno de nosotros que nos malcrió. Nos malcriamos solitos y sin que él metiera mano.

Cuando Lucio, el mayor, chocó su auto por borracho y Leonora la menor fue a dar a la cárcel por encontrársele marihuana, papá quiso escarmentarlos dejándolos una temporada a la sombra. El anciano decía: La primera vez es descuido, la segunda, chiflazón. Papá ya había sacado de apuros a ese par y creyó justo dejarlos guardados ahí. Al salir dejaron de ser los mismos y yo, que ya no podía seguir cuidando a papá que desde hacía poco más de un año se me había puesto enfermo, lo mandé poner en un asilo. Todos estuvimos de acuerdo, pero en lo que sí no coincidimos fue en los pagos mensuales. Me desligué pues mi propia diabetes me estaba matando y cuando ya no pude más, me apropié de buena parte de los ahorros de papá y les dije a mis hermanos que siguieran con la empresa.

Papá ya no vive y no estaría de más decir que cuando lo buscamos por todas partes cuando nos dijeron que se había escapado del asilo, lo primero que pensé fue poner una demanda contra el lugar por descuido. Después de una búsqueda sin resultados, un trabajador de limpieza del asilo lo encontró medio podrido en el patio más lejano del mismo lugar. Se había ido a meter a ese monte sin limpiar y lleno de mezquites. Estaba recargado en el tronco de un árbol y ahí, y como si estuviera tomando el fresco se había muerto. Cuando vi las imágenes no pude evitar recordarlo en los días de campo cuando agotado de corretear con nosotros, tenía esa costumbre de sentarse a la sombra de los árboles.

Ya lo dije antes, me había apropiado de sus ahorros en lugar de darle calidad de vida en sus últimos años; me quedé con una casa que yo no había construido y con una camioneta que tampoco había comprado. Lo más estúpido había sido mi intención de demandar por descuido cuando yo, su propio hijo lo había descuidado primero.

Es fecha que cada que voy a la tienda y veo los empaques de Botanas Sánchez, pienso en que papá creó una marca de productos para que viviéramos bien todos, pero todos y no solamente unos cuantos… y no, no somos sicarios, pero cortamos a papá en tantos pedazos volviéndolo miserable y tristemente abandonado, que dudo mucho que el resto de mis hermanos vivan con la conciencia tranquila”

AUTOR:JUAN DE DIOS JASSO AREVALO
EL VIAJERO VINTAGE

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