“Bethany Thompson y la bestialidad del bullying”

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Sin duda alguna una de las cosas más nefastas que tiene el ser humano es el ser ya no por naturaleza sino conscientemente, el rey de las perversiones.

Lo vemos cada día en los noticieros cuando cierta organización delictiva ejecuta sin misericordia a alguien en plena calle, con bombas atadas a su cuerpo o desollándolos frente a los hijos y en su propia casa; lo vemos cuando luego de una guerra los cuerpos de los caídos llenan las calles o cuando un tirano que se ha alzado como líder de un país ordena sencillamente que se borre del mapa tal o cual poblado… sin miedo a equivocarme, tras de todo tirano, cacique o asesino en serie, hay un niño que en cierto momento de su vida fue víctima o ejecutor de Bullyng.

Por eso he dicho que una de las cosas más siniestras que tiene el ser humano es el ser, ya no por atributo, sino consciente, el soberano de las perversiones. Bien podríamos hablar de una perversidad al actuar físicamente contra sus semejantes o por medio de la palabra, esa que emocionalmente posee golpes que pegan tan duro en la autoestima o en el valor propio y que si se es débil, las consecuencias podrían ser funestas.

Bethany Thompson, una jovencita estadounidense, específicamente de Ohio, es el ejemplo claro del abuso psicológico en un entorno social percudido por la indiferencia y la inestabilidad emocional de otros que actuando razonadamente lograron que un ser humano de sólo once años prescindiera de su vida al provocarse una muerte sangrienta con un arma de fuego.

A la pequeña Bethany se le había detectado un mal cancerígeno a la edad de tres años. Sin dejarse vencer y disfrazando el dolor con optimismo y energía, tanto sus padres como ella se enfrascaron en una cruenta y valerosa lucha por darle batalla a ese mal. Tras de una dolorosa cerrera cargada de radiaciones, medicamentos, desvelos y cientos de situaciones más, finalmente habían logrado erradicar el mal tras el beneplácito de médicos y familiares. Desafortunadamente las secuelas de dicha enfermedad le habían dejado a la pequeña una expresión deformada en su rostro, en sí, una extraña mueca mezcla de sonrisa y enojo que fueron un detonante para que sus compañeritos de escuela le dieran toda una gama de burlas.  Confesada su derrota a una de sus amigas de no poder más contra todo aquello, ejecutó su final sin darle tiempo a nadie de oponerse.

Las redes sociales son una vasta enciclopedia de casos en los que este crudo fenómeno social ha acabado con la vida de personas indefensas. Hablar de personas desamparadas es tratar con personas que por una u otra razón carecen de defensas emocionales o físicas para emprender un amparo a su favor.

“Ella era mi princesa, mi niña. La vida giraba alrededor de ella para mí”, sostuvo el padre de Bethany, Paul Thompson. Ni qué decir en la vida de su madre quien impotente ante semejante cataclismo en su vida expuso que no una, sino varias veces había acudido a ese colegio donde su hija había estudiado toda su vida. Lo más lamentable de todo es que aún y cuando sus compañeros, esa generación de niños que habían crecido a la par en juegos y aprendizaje, lejos de comprender la lucha externa  e interna de su compañera, se habían obsesionado en un propósito encarnizado por hacerle la vida imposible sin importarles que luego de muchos estudios y terapias por fin había logrado vencer el mal que la acosaba.

Esa felicidad familiar que había surgido y ese alivio que a sus padres había renovado duró muy poco pues, bajo testimonial de la propia madre, su hija continuamente volvía  a casa frustrada y preocupada por las burlas que se cernían sobre ella por su nuevo corte de cabello rizado y esa desagradable mueca.

Dice Mary Elizabeth Williams, escritora y colaboradora del New York Times que el error común de los abusones es asumir que porque alguien es amable o bueno, es débil. Esos rasgos no tienen nada que ver el uno con el otro. De hecho, se necesita fuerza considerable y carácter pera ser una buena persona.

Muy pocos saben que las luchas más cruentas no son las que se verifican en los campos de batalla donde la bendita sangre que da vida se derrama inmisericordemente, las contiendas más salvajes y brutales sin duda son las que se ejecutan en lo más interno de las almas de los hombres, ahí donde las situaciones que para unos son sencillas para otros son tan escabrosas y sangrientas que muchas veces orillan a quienes se sienten derrotados, a recurrir a métodos fáciles para huir de una realidad cruel.

Se ha dicho que si no se tiene algo positivo por expresar, es mucho mejor optar por el silencio antes que causar un daño cuyas consecuencias podrían ser irreversibles. Hoy ese abuso adjetivado como bullyng no solamente existe en los pequeños. Desafortunadamente los asilos de ancianos, las prisiones, los hospitales, en los empleos, en fin, en todas partes existen personas sin escrúpulos que bajo la bandera de un orgullo, poder o liderazgo causan por medio de las palabras o la violencia física, daños emocionales irreparables.

Sin duda alguna la funesta noticia de la muerte de Bethany nos ha dejado a más de uno con el corazón demasiado blando. Lo cierto es que la impiedad con la que muchas veces manejamos a nuestros semejantes, aunque pareciera algo inocente, podría hacernos arrepentirnos un día de una tragedia. No logro imaginar que estaría pasando por la cabeza de ese niño que un día simplemente le dijo a la niña Thompson “¿por qué no te has muerto?, te odio”.

Las redes sociales han sido a lo largo de la historia y desde su creación un vehículo que en malas manos ha sido utilizado como un detonante de acoso. Acoso que ha orillado a muchas personas a perder su autoestima nada más porque a alguien se ha afanado en manifestarle una y otra vez que su forma de ser, física o emocionalmente no es de su agrado. La falta de una fuerza personal para sobrevivir fácilmente podría llevar a la debacle sensitiva de una persona.

La mayoría de los temores a ser rechazado descansan en el deseo de ser aceptados por otras personas. Está claro que no debemos basar nuestra autoestima en las opiniones de los demás, de hacerlo, sin duda estamos condenados a una ruina segura.

Vigilemos más de cerca a nuestros hijos, a nosotros mismos o a quienes nos rodean. No es posible que la indiferencia ante esta sombra llamada bullyng siga cobrando más y más vidas, vidas intimidadas por algún egoísta que sólo busca el placer de ser aceptado y aplaudido por los demás. Empecemos a cambiar de piel, a dejar de ser los reyes de las perversiones y que seamos ya no por naturaleza, sino por sensibilidad, quienes socorramos a las personas débiles física y emocionalmente. Adieu.