Opinión: La pluma profana

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Victoria, brutalidad humana

En una ocasión y no hace mucho tiempo, escuché a alguien decir que todas las comodidades y beneficios de la sociedad habían sido ingeniadas para los heterosexuales. Tal afirmación dejaba de lado y de golpe a toda aquella formación y organización multicolor que a base de mucho esfuerzo habían logrado obtener un espacio merecido en la sociedad. Escuchar semejante disparate me llevó al momento cuando muy niño escuché a un predicador exponer de modo muy convincente que únicamente los que pertenecieran a su grey y que siguieran los estatutos expuestos en su doctrina, podrían alcanzar la salvación cuando se vinieran encima todos los cataclismos predicados por los profetas y que, según él, ya estaban a la puerta. Semejantes horrores iban desde morir calcinados en lenguas de fuego, hasta ser asaeteados por demonios escarlatas sobrevolándonos agonizantes. Oyéndolo y sin escucharlo, comencé a pensar en qué hacía tanta gente haciéndose loca fuera de las paredes de aquel bello templo. Por un momento y sabiéndome dueño de un gran secreto, quise salir y gritarle a todo el que se me atravesara que vinieran ahí a ponerse a salvo del cataclismo infernal que en poco menos que nada acabaría con todo.

Virginia era extranjera viviendo en un país que ella creyó le daría mejores oportunidades de vida que de donde venía. Tenía dos hijos que en un momento quedaron en orfandad. La violencia innecesaria y el exceso de fuerza policial arrancaron del modo más turbador, la valiosa vida de una mujer que, fuera de la nacionalidad que fuera, era un ser humano. Que había infringido la ley, a pues a pagar tal error, sin embargo ¿cuatro o cinco oficiales para ella sola? Un sinfín de atropellos e insensibilidades se vieron resumidas en un deceso que jamás debió ser.

Las redes sociales nos han develado una creciente visualización de escenas de violencia. El ser humano se ha convertido en un objeto, carne de cañón, producto de compra y venta. Ya no nos sorprende ver toda una red de vendimia sexual en redes sociales. La sociedad se ha ido conformando con lo más vano, con lo que más satisface sus impuros deseos.

Hoy nuestro planeta está inmerso en la insensibilidad. No estoy hablando de una inconsciencia a grande escala como aborrecer a los chinos o a los de Nigeria, no, nada de eso, a una apatía contra quienes están junto a nosotros, esos que son tu día a día. Odio a los jefes déspotas, creo que todos lo hacen. Detesto a los compañeros que pasan el turno agrediendo al de al lado nada más porque se le pega la gana. Seamos mediadores en la medida de lo posible.

Como estudiante de puro siete y nunca de diez viví en un ambiente de clase media hablando de relaciones de amistad. Me codeaba con los más fuertes y malosos sin tomar parte en sus atrocidades, eso me permitió nunca ser víctima de sus acciones descerebradas. Desde mi posición mediática, porque hasta eso tenía, hacía cuanto podía para que la carrilla no fuera tan dura contra la que iba dirigida. Fue así que ya como bachiller caí en la cuenta que el mundo es tan hermoso y el tiempo tan valioso como para ir por la vida coleccionando enemigos, malas acciones y toda una gama de malos recuerdos. Ni con los buenos ni con los malos. Mi modo de actuar se volvió reservado y respetuoso. Trataba de hacerme amigo de los más vulnerables y por ello siempre se me veía rodeado de gorditos amantes de la lectura, chicas que nunca hablaban en público pero que en casa y en reuniones de amigos hablaban mucho más que un predicador. Así me hice popular entre los impopulares y eso me ponía en un punto de importancia.

No hace mucho Dijon Kizzee, un afroamericano de 29 años fue baleado por policías cuando este iba en su bicicleta. El motivo, haber infringido reglas de tránsito. No hace ni 48 horas un video mostraba a una canadiense agrediendo verbalmente a una mujer asiática… y la lista se convertiría en una ringlera de situaciones lo bastante extensa. Al final todo ello sólo nos diría que nos hemos estado convirtiendo en capitalistas, gente queriendo apropiarse hasta del aire que es universal.

Es fecha que no entiendo quién le dijo al rubio que es más hermoso que el moreno; quien le dijo a la delgada que su fisionomía es mucho más perfecta que la gordita; quién diantres dijo que el negro por ser de piel oscura debía ser esclavo y peor todavía, quien diantres escribió, estipuló o decretó que existían países tercermundistas y clases sociales. Si veo un árbol, me arrimo a su sombra; si veo una tienda de helados, me compro un esquimal; si existe un parque voy a caminar o a leer un buen libro. Hablo pues de una libertad que nos pertenece, y no por vivir en tal o cual país. Todos, desde Beirut, pasando por Siria, Argentina, Cuba o Alaska, todos los países y sus honorables habitantes tienen un derecho que les es dado por nacimiento, eso es el ser librepensadores y habitantes de un mismo planeta.

Hoy fue Victoria, ¿y mañana? ¿Acaso serás tú?

Adieu.

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