La pluma profana

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“Maternidad frustrada”

¿Un ángel en el cielo? ¡No sabes lo que dices, estúpida!, le grité a mi hermana Cuqui cuando el médico salió de la habitación tras darme la dolorosa noticia de que mi Pepito no había podido resistir luego de haber llegado prematuro. La cara de Cuqui se volvió roja, tanto que enseguida se echó a llorar tras verme devastada. No conforme seguí arremetiendo contra todos por aquello que me estaba trastornando.

-¡Si mamá no me hubiera dado tantos pinches remedios de vieja loca!

-Lauris, pero si mami sólo te daba tés de manzanilla y canela. Siempre estaba contigo animándote, cantándole a Pepito y todo eso. No la juzgues así.

-No tienes idea por lo que estoy pasando, Cuqui, mejor lárgate con el idiota de tu marido que ni hijos te ha dado… ¡me envidias, siempre me envidiaste! ¡Has de estar feliz, perra!

Mi hermana salió llorando, pero no tanto como lloré el resto de la tarde. Maldecía a los enfermeros y escupía a los doctores. Dios había pasado a ser mi peor enemigo y ni qué decir de su madre… ¿qué ella había perdido a su hijo en la cruz y que lo mío no era como para renegar? ¡Idiota santurrón!, le grité al padre García cuando acompañado de mamá había ido a visitarme.

-Si ella perdió a su hijo en la cruz fue porque no luchó lo suficiente por él, ¡yo sí luché por el mío, chingadamadre!

-Dios está, contigo, hija. No te castigues tanto…

-¿Castigarme? Él intenta castigarme, padre, he perdido dos hijos antes, he sufrido en cada uno… y mire, fiel a su iglesia y ¿Para qué, mamá? Usted padre, no entiende nada, menos su dios, así que déjenme en paz, ¡lárguense!

Pepito, te esperé como una demente por casi nueve meses. Fuiste mi inspiración para hacer tantas cosas. Lucía, mi suegra, me cuidaba como quien cuida a un niño dios en el pesebre. Nada de caminatas innecesarias ni comidas chatarra.

Soñar, ¿qué es soñar? Lo único que tienes en mente desde que te levantas hasta que te acuestas es sólo ya estar libre de la espera. Quieres tocarlo, besarle, prometerle que estarás junto a él hasta donde sea posible. Sueñas con vestirlo de duende en Navidad y de Zapata en Noviembre; de calaverita en Día de Muertos y de abejita el día del Niño… pero ha pasado tanto tiempo y sigo llorando porque de todas esas fechas sólo me quedó vestir de calaveritas su tumba. Pepito, por ti renuncié a todo convirtiéndome en una solitaria sin marido, sin padres y sin dios.

Me han hablado de recuperarme, ¿pero de qué? si tal recuperación implica olvidarme de Pepito, no quiero nada. Solo somos él y yo y así he estado por mucho tiempo.

Cuando Cuqui me invitó a su fiesta baby le armé un escándalo. Estúpida, no era gracioso y ella parecía querer herirme.

Una noche de noviembre mientras lloraba amargamente abrazando el trajecito azul marino que yo misma le había tejido, me quedé dormida. Entonces lo sentí venir y sentarse en el borde de la cama. Tenía ocho años ya y su carita tan igual a aquella que le había visto cuando me lo habían enseñado. Enmudecida gemí, pero él me puso el dedo en los labios. No llore, mamá, no llore. La abuela y mi tía igual se han vaciado de lágrimas. Y no, usted bien decía, no soy un ángel en el cielo, nunca lo fui, de hecho nadie lo es. Aquí llegas y a trabajar. El Reino de dios es enorme y requiere de mucho trabajo en beneficio de la vida eterna de los hombres. Entonces me abrazó fuerte. Te amo, Pepito, le dije en un ahogo. Y me desperté enrollada en un cobertor y a punto de la asfixia. Sudaba y lloraba al mismo tiempo. Me puse las pantuflas, caminé por el pasillo. Llegué a la cocina. Me preparé un té de canela y pensé en mamá. También en Cuqui. A cada sorbo se me vinieron encima cada uno de los berrinches que según yo, justificados estaban. Al morder el marranito de pan me eché a llorar acordándome de papá quien siempre había querido conocer un nieto. Descalza caminé por el jardín pisando las hojas secas de nogal. Descolgué las 50 copias de la única foto que tenía de mi bebé y que había colgado ahí para recibir juntos el invierno. Entonces miré al cielo, pero sólo por un momento. Dios jamás me perdonaría el que hubiera menospreciado a su madre. Entonces bajé los ojos y me senté en el tronco seco de mora. No sé cuánto tiempo estuve ahí pidiendo perdón mirando el suelo. Ante lo callado de la tarde la aurora comenzó a embarrar de rosa el cielo. Una ardilla comenzó a ruñir una nuez y un par de palomas a coquetear junto al granado. Dios me ama, algo me dice que me ama.

Al día siguiente fui a casa de Cuqui. Vi su cortina abrirse, la vi a ella. No me abrió. Mamá me tuvo miedo cuando me vio entrar y el padre en la iglesia me juzgó de loca cuando le conté que en el cielo no existen los angelitos haraganes revoloteando sobre la cabeza de los santos. Volvió a decirme que me arrepintiera, pero yo ya había hecho una tregua con dios. Cuqui ya me abriría la puerta un día, mamá me amaba como toda madre hace, y el padre, ese padre que se vaya mucho a la porra, al fin y al cabo mi Pepito está bien, chambeándole y siendo todo un hombrecito de dios.

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