“No les gustaba vender pirotecnia, pero lo hacían por necesidad”

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Foto Internet

TULTEPEC.- Omar esperaba un milagro. Rezó a los santos de su devoción para que su madre y su abuela se salvaran.

Alma, de 50 años de edad, se encontraba en compañía de su madre Eufrosina, de 81 años, la abuela de Omar, en uno de los 300 puestos que expendían productos elaborados con pólvora en el tianguis de San Pablito, en Tultepec, cuando se registró la explosión la tarde del martes.

Las dos mujeres quedaron envueltas entre las llamas. Omar, un joven de 20 años, quien trabajaba con su padre en un taller de aluminio cerca de ese sitio, oyeron los estruendos y vieron la nube monumental que se formó en esa área del Valle de México.

Él y su papá supieron de inmediato que una tragedia de dimensiones inconmensurables golpearía a ese pueblo que ha hecho de la pirotecnia su modo de vida.
Omar y su progenitor corrieron hacia la zona donde estaba su madre y abuela. Cuando llegaron al mercado aún se escuchaban detonaciones por doquier, la nube de humo impedía que pudieran ver dónde pisaban.

“No encontramos a nuestros familiares, a mi mamá y a mi abuelita, la camioneta que tenían estaba deshecha, yo le guíe por la camioneta, empecé a buscar por ahí pero no los encontramos”, recordó.

En esa búsqueda encontró los cuerpos sin vida de dos hombres que estaban abrazados, calcinados, bajo una lámina que los cubría. Nunca las encontró en ese lugar.

Luego se enteraron que las habían trasladado al Hospital Regional de Alta Especialidad de Zumpango en una ambulancia. Hasta allá fueron para saber en qué condiciones llegaron.

“Mi mamá tiene el 90% del cuerpo quemado y si vive mi mamá le van a tener que cortar un brazo porque quedó muy mal”, contó.

Las malas noticias para su familia llegaron antes del mediodía. Eufrosina, la abuela de Omar, murió en las instalaciones de ese inmueble del Instituto de Salud del Estado de México.

“Hace como media hora nos acaban de decir que murió mi abuelita como a las 10 y media”, dijo.

A Eufrosina y Alma no les gustaba vender productos pirotécnicos, lo tenían que hacer porque era la única forma que conocían para obtener ingresos para su familia.

“Desde el 2006 mi abuela y mi abuelo ya se habían salvado, pero yo creo seguían vendiendo por necesidad”, narró.

A Omar y a los suyos que se encontraban de guardia frente al hospital les dieron otra mala noticia: Alma, la hija de Eufrosina, murió después de las 15 horas.

El milagro no llegó para Omar y su familia.

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