La pluma profana del Markés: “Vendetta a guante blanco”

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“Vendetta a guante blanco”

¿Recuerdan no hace mucho, cuando el hombre escupía el rostro de Dios? Yo sí lo recuerdo, y lo tengo aquí en la punta de mi lengua y en el umbral de mi memoria.

El buen hombre es amigo de todos los seres vivos, bueno, eso es en la teoría, en las líneas bien escritas de un poema o en los labios de un juglar del Renacimiento… pero como no existe tal, hoy, justo hoy cuando una pandemia carcome su orgullo, ve desde su ventana, desde su televisor o sus equipos móviles, la vendetta de la naturaleza, sí, una clara venganza a guante blanco contra la bestialidad humana. Ahora es el ser humano el cautivo, el que está tras las rejas sintiéndose el verdadero animal sometido en su propio zoológico de reclusión.

Es impresionante y debidamente justo este desarrollo de los hechos. La naturaleza es sabia y su creador también. Es bueno saber reconocer cuando el depredador pasa a ser depredado. En lo personal es una rotunda belleza ver a la biósfera expandirse, hacer lo propio y sin restricciones. Como fan en un concierto, ahora el hombre ve a los monos araña balanceándose sin temor; las ardillas comiendo a mitad de los patios y sobre las carretas sin uso; jirafas comen sin reconcomio las flores de los jardines; gamos y venados pasean por las calles y los osos comenzaron a bajar de las montañas violentadas por la tala indiscriminada.

A muchos nos ha impresionado ver los ríos clarear, los cielos sin smog mostrando estrellas y a los campos reverdecer. Es curioso, pero muchos de los habitantes de la ciudad de México, Tokio y China, han salido a las azoteas a mostrarles a sus hijos las constelaciones, a enseñarles lo que era el sol en su esplendor y claro, lo que es inhalar el frescor del aire puro.

El planeta estaba cautivo, gemía ante la violencia física que el hombre ejercía sobre ella. No había árbol que no suplicara cada que la sierra dentada destrozaba, primeramente su corteza, luego su centro y al final, sus muchos años de vida y de historia.

Fueron muchos los ecologistas, activistas, hombres y mujeres de corazón y amantes de lo natural que fueron literalmente desaparecidos por la maldad. No hace mucho hablamos de los revolucionarios que defendían los santuarios huicholes y que en su afán de proteger la espiritualidad de sus pueblos, fueron asesinados. Igual recordemos a los protectores de los santuarios de la mariposa monarca, hombres y mujeres de espíritus divinos que fueron igualmente talados, muertos y avergonzados por quienes deseaban limpiar la tierra para satisfacer sucios propósitos.

Parecemos olvidar que no heredamos la tierra de nuestros ancestros como siempre lo hemos creído, muy al contrario, somos nosotros los que tomamos un poquito de ella como un préstamo de nuestros hijos. Lo cierto es que la tierra le pertenece por heredad y es en esa heredad en la que deben encontrar consuelo.

Parecerá una expresión común pero ¿dónde jugarán los niños? Es vergonzoso la heredad que pretendemos dejar. Y es que no es difícil echar un vistazo por la ventana y ver el estiércol que es el planeta. Por siglos el hombre se ha saciado, sí, ha abusado, se ha amamantado de su ubre por mucho más tiempo de lo debido. Ha querido extraer hasta la última gota de su néctar sin importarle que vienen más hijos, que tiene más hermanos y que la tierra en sí no es retornable. La lista de animales extintos crece cada día más y parece que es un tema que no nos atañe, miramos de soslayo la noticia y tras un gesto de indiferencia seguimos nuestro camino vestidos con pieles y calzados de cocodrilo.

La naturaleza es sabia. Da a manos llenas en un impresionante cuerno de abundancia. El planeta es tan vasto y tan colmado de todo que si se repartieran sus beneficios, no existiría la hambruna. Pero siempre ha de existir la codicia, siempre el que desea capitalizar, apoderarse, abusar, oprimir, poseer.

Creo que ha llegado el tiempo de permitir a la naturaleza nos muestre, nos enseñe la quietud. Podrá ser el ser humano el espécimen pensante por antonomasia, pero si no se rige a las leyes de un universo del cual forma parte, su intelecto no lo salvará a la hora en la que la naturaleza reclame lo suyo, justo como está ocurriendo ahora. Adieu.

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