La pluma profana de El Markés: “De presión”

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De presión

¿Alguna vez has conocido a una persona que siempre está para los demás, pero que para ella nunca está nadie? Seguro estoy que sí.

Al llegar a casa deja en el perchero su bufanda, el saco, su sonrisa y todos sus empeños por hacerse ver. Se prepara un café, enciende el televisor y mira un programa sin verlo. Sus pupilas crecen en la penumbra y sus oídos perciben muy quedamente el crujido de la leña en la chimenea. Sigue pensando, sigue hablando para sí misma. Existen tantas palabras dentro de sí que termina echando el resto del café en el lavabo. Deja la taza a un lado, se aferra a la pared y se mira al espejo. No, ella no es ella, no es la que hace unos minutos venía con sus amigas siendo el alma del grupo… ¿soy o no soy? Se pregunta… no, no soy… y si no soy no sé lo que hago en esta vida.

“La soledad es una estación de madrugada”, así dicta el inicio de una de las canciones más bellas de la española Ana Torroja, ex integrante de Mecano. Si bien es cierto que el escucharla te lleva a un momento de tristeza, a la soledad misma o a un estado de nostalgia, para los que sólo lo sienten de vez en vez y no resulta problema alguno eso es algo genial, parte de lo que es la música y sus fines; sin embargo, existen ciertas canciones cuya letra son un detonante destructivo para quienes desde su propio silencio, van cavando un túnel, una caverna, una sepultura diseñada y armada a base de cosas y situaciones acumulativas que lo convierten en un fin: el suicidio.

Brincados los cuarenta años no sabemos bien a bien de lo que se trata ese asunto a lo que se le ha denominado depresión y que en nuestra juventud antes de los años noventa, simplemente no existía. Si existía la depresión con algún otro nombre, no sabría decirlo, pues de que existía la tristeza, esa existía y se desarrollaba normalmente en la vida diaria de las personas, sin embargo, hoy, brincados los dos miles, se ha convertido en una alarma social, en una constante que ha causado que muchos seres humanos, más particularmente jóvenes, tomen una decisión de privarse de la vida.

Sin ser conocedor o erudito en el tema, podría decir que el ser humano que ha sido tomado cautivo por la sensación de que todo carece de sabor, olor o pasión, siente que el universo, o más particularmente la gente que habita el planeta, ha desaparecido. Están ahí, es cierto, puede sentir que lo rodean, percibe el cuchicheo de sus voces, oye el entusiasmo de sus anhelos, de sus metas, pero sólo son para él raras quimeras de gente extraña. Para el depresivo el lenguaje se destroza, se rompe toda comunicación, no hay nada qué decir simplemente porque el corazón, motor principal de las decisiones, ha ordenado que ni un palabra más. En ese tiempo el cerebro está cautivo en lo más profundo del calabozo emocional. El cerebro y sus funciones están inactivas, sin voz ni voto.

Hoy estamos en una guerra, y eso es ineludible. Por ahora no estoy hablando de una contienda bélica, aunque en algunos países exista, hoy hablo de un enfrentamiento espiritual sin parangón y de consecuencias eternas. Hoy nos enferma más lo que no sabemos que de lo que tenemos conocimiento. La nueva pandemia, por ejemplo, ha sido causante de que cientos de personas alrededor del mundo hayan cedido a la presión de creer que era mejor morir privándose de la vida a perecer careciendo del vital oxígeno. Cual proyección fílmica comenzamos a escuchar que en un país y otro se elevaban las cifras de personas que optaban una salida fácil al problema. Y es que ante un panorama que a todos nos parecía denso y lo bastante oscuro, las profecías dictadas por personajes bíblicos o no bíblicos, encajaban perfectamente entre la incertidumbre y el miedo.

El ser humano, cuando disfruta de tiempos de bonanza, la música es un bálsamo a su alma, la letra no es más que un aditivo a las notas musicales; sin embargo, cuando se está sumido en una tristeza profunda, la letra toma un significado tan literal, tan real, tan punzante, que quien pasa por un terrible trance depresivo siente que fueron escritas en exclusivo para él. Entonces empieza a incrustarse un sentimiento de derrota que lo va seduciendo al grado de convencerlo de que sin él el mundo seguirá girando.

Creo que es tiempo de mirar a nuestro alrededor. Despojémonos de ese egoísmo con el que diario cargamos. Veamos esas señales de alerta, tengamos el valor de acercarnos al que muestra, por su comportamiento, que algo malo está pasando por su vida. En una ocasión leí por ahí que nunca sabemos lo que un Buenos días acompañado por una sonrisa, puede causar en una persona que sin saberlo nosotros, su rumbo era ir buscando la muerte. Un saludo, sí señores míos, un saludo matinal o vespertino puede ser fin de una mala decisión.

¿Cómo va todo en casa? No te confíes, dentro de esa aparente tranquilidad puede haber un foco depresivo del que no te has enterado. Podremos parecer de hierro, pero nuestra alma es tan de cristal que podría romperse al menor soplo. Adieu.

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