La pluma profana de El Markés

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Carne, huesos y tú

Las mujeres caminan desoladas, buscan algo y muchos no saben ni qué, ellas sí lo saben y sus expresiones de desolación a nadie parece importarles. Sus gemidos ya ni cruzan el cielo, ni siquiera el techo de sus casas. Los dioses a los que antes extendían ofrendas se han alejado hartos de sus peticiones de ayuda. Y es que nadie, ni gobierno, familiares ni dioses, están más para ellas.

Emmanuel Poot se ha unido al colectivo liderado por su esposa. Desde hace más de tres años rasca la tierra en una lejana ranchería de Orizaba. Alguien les ha dicho que no hace mucho, “los malos” trajeron gente desde tierras campechanas, los mataron y los enterraron cerca de ahí. Emmanuel y Diana Dzul se arrepienten de haber dejado Campeche para venirse a vivir a Veracruz. “Sólo vinimos a que nos mataran al muchacho”, dice Diana sin poder ocultar una desesperación mínimamente domesticada. Han pasado tres años y ella sigue creyendo que tal vez pueda encontrar aunque sea el cuerpo muerto de su hijo Toñito, recoger sus restos y retornarlos a Popuch. “Allá perfumaremos aunque sea sus huesitos cada día de muertos”, dice Emanuel.

Marianela Castañón tiene cincuenta y tres años y cinco buscando a Adolfo, el menor de ocho hijos. Se lo desparecieron en Francisco I Madero y ahora está ahí, con un colectivo de madres buscadoras en un ejido llamado Patrocinio. Dicen que por ahí los malos hacían fiesta luego de matar a sus enemigos. Marianela dice que su hijo no tenía enemigos, pero acepta que el chamaco se portaba mal de vez en vez y se andaba con malas compañías. Junto al colectivo han encontrado más de cincuenta osamentas, pero ninguno huele a Adolfo; ninguna de aquellas ropas pertenece a su hijo. Cuando vea sus huesos sabré que es él. Una madre es como una perra, sabe olfatear a sus hijos, dice sin dejar de cavar.

Trinidad Hacha tiene veinte años viviendo en Hermosillo y veinte horas llorando la desaparición de su hijo Pigmalión. Cuando le dijeron que en un predio en las costas de Sonora habían encontrado algunos tambos de plástico con materia química, al momento quiso saber si su hijo no había sido calcinado, a la manera de los malos. Las investigaciones arrojaron que no había señal de restos humanos, sin embargo, el colectivo de buscadoras, nada conformes, aguardan más análisis de las muestras.

Ni la santísima virgen de Patrocinio, del ejido Patrocinio en Coahuila; ni San Miguel Arcángel, patrono de Orizaba y mucho menos la Virgen de la Asunción, parecieran tomarse el tiempo para escuchar los adoloridos rezos de Marianela, Diana y Trinidad. Viven movidos por los alambres de una fe que cada vez se va extinguiendo. Buscan anhelosos creyendo que ahora sí, en tal o cual predio, estarán los restos de Toñito, Adolfo y Pigmalión.

México es un cementerio clandestino desde Tijuana hasta Mérida. No podríamos encontrar ni siquiera un trozo de piel sana en territorio nacional. La comercialización de la droga ha convertido a la nación en un campo de fútbol en el que los diversos equipos luchan por llevarse el mejor territorio, las fronteras, paraísos comerciales que permitan el libre tránsito de los diversos estupefacientes.

“Él sí que lo sabe, pero no habló, tú lo callaste con resignación… Carne, huesos y tú”, dice el extracto de una de las canciones que el grupo español Alaska y Dinarama hiciera famosa allá por los años ochenta. Hoy muchos lo saben, pero no hablan. Los pueblos se callan, guardan silencio, tienen miedo a las represalia, terror a ser tocados por los malignos. El resto lo calla con resignación. Esto último lo puede atestiguar la gente de Ciudad Allende, callados se resignaron a mirra de lejos, a apagar las luces cuando las camionetas pasaban o cuando la policía municipal, coludida con el crimen organizado aparentaba rondines por las colonias.

Hoy a lo largo y grueso de nuestra nación existen cientos de madres que han dejado de pedir justicia, y no porque se hayan rendido, sino porque han optado por la justicia por mano propia; y no que se busque la venganza por medio del derramamiento de sangre, sino en realizar ellas mismas la búsqueda ante la indolencia, apatía, insensibilidad de las autoridades. Saben que estas no buscan porque ellas mismas los han desaparecido. Pero ya no interrogan, ya no hacen marchas porque saben bien que es mejor buscar por ellas mismas que terminar baleadas a media calle. El rescate de los cuerpos de sus familiares basta para muchas, mínimo para ponerlos en sus camposantos, ofrecerles exequias, rezarles un rosario y llorarles al caer la tarde.

¿Llegará el momento en que una madre se rinda?, creo que no. Una madre caminará la milla que el gobierno no quiso andar. Ellas saben que mientras no se le toque a un familiar, los encargados nunca harán nada en beneficio de todas esas madres que noche tras noche derraman sus plegarias hacia un cielo raso, infinito e impenetrable.

Carne, huesos y tú, eso es lo que hay en México. Tú, tus muertos y tus fiestas para honrarlos. Adieu.

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