La pluma profana de El Markés

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Día de vivos

Muy aparte del terror que vivió Lozoya al ser condenado a vivir tras las rejas por los múltiples cargos por los que se le persigue, hoy viví la sorpresa de encontrarme en las fiestas de Día de Muertos a una muy buena cantidad de jóvenes celebrando lo que creí no les interesaba. Y es que la verdad este ha sido un fenómeno que ha ido de a poco, lento, pero al mismo tiempo muy seguro.

Lo que es bien cierto, es que por muchos años se dijo que el norte pertenecía a los Estados Unidos en el aspecto cultural; es decir, había muchas celebraciones estadounidenses adoptadas por los estados del norte de México que aunque nos hacía ver un tanto ridículos, las tomamos como si fueran nuestras. Por mucho tiempo y como un acto sanador del espíritu, muchas religiones han peleado la buena batalla al exponer, antes verbalmente, hoy vía redes sociales, que el Halloween tiene tintes demoníacos. Bien sabemos que esa es una tradición de nuestros vecinos del norte, sin embargo, por muchos años no nos importó su procedencia, sólo el hecho de que nuestros padres nos dieran la oportunidad de salir e ir a la tiendita de la esquina a pedirle a don Claudio, a don Patricio o a doña Petra que nos diera nuestra Noche de brujas. Por mucho tiempo fue así y siendo niños sólo deseábamos divertirnos.

Desde hace algunos años, tampoco quiero exagerar, pero diría que tres o cuatro, la juventud ha tomado la tradición del Día de Muertos como algo muy personal. Proyecciones fílmicas como Coco, han instado, impelido o invitado a los niños a ir tras nuestras tradiciones más ancestrales.

En estas fiestas de “Día de Finados” como decían los viejos, me llevé la muy agradable sorpresa de que aquello que se había estado aplicando durante años anteriores, o sea, el que los niños y jóvenes se vistieran de catrinas y catrines, hoy se hizo mucho más notable. Muchos echaron mano de los llamados pinta caritas para salir a la calle con los rostros matizados de calaveras. Hubo quienes traían playeras alusivas a la celebración y hasta a las macotas disfrazadas. Lo más motivador fue el estar dentro del cementerio y ver que muchas de las sepulturas tenían sus altares de muertos; bueno, muchos dirán, ¿y eso qué?, ¿acaso no es Día de Muertos?, en efecto, lo es, sin embargo, y como dijimos al inicio, este es territorio culturalmente norteamericano. Acá amamos a Santa Claus, y al Niño Dios de la Noche Buena lo ignoramos. Acá en el norte los Reyes Magos, que son un boom en el centro y sur del país, aquí no son más que tres vagabundos que le llevaron no sé qué cosas al Niño Jesús. Entonces, considerando que culturalmente somos norteamericanos, el auge que ha tenido en los últimos años estas fiestas de Día de Muertos en los niños y jóvenes, nos hace ver que el rescate es posible. El agregarnos a las verdaderas costumbres nacionales es posible. Fue un sentimiento muy especial el ver a los hijos de familia esparciendo la sal, colocando trozos de caña, atando el papel picado, acomodando las figuritas de la catrina o el catrín en sitios estratégicos, etcétera, etcétera, etcétera. Esa comunión fue algo que no había visto antes. Era algo así como una devoción, un gesto de gratitud y respuesta hacia quienes nos han precedido en el camino.

Nadie desconoce que cada cultura toma para sí las costumbres de los pueblos que tiene más cerca, sin embargo, lo magistral está en el cómo modifica esas costumbres a su favor. La llegada de los españoles al continente americano trajo consigo una notable invasión de costumbres y nos queda lo bastante claro que, con todo y la fuerza que traían consigo, dicho encuentro trajo consigo una rica mezcolanza que al día de hoy se ha convertido en costumbres muy nuestras. Y es que la cultura y tradiciones de los pueblos prehispánicos eran muy ricas y contra eso, contra eso el invasor no pudo luchar.

No hace mucho y andando por tierras michoacanas, me topé con la sorpresa de que este personaje muy nuestro en el norte, o sea, Santa Claus, no aparece en su vocabulario, mucho menos en sus costumbres decembrinas. Con todo y que este hombrecito regordete es mucho más noble que el Halloween, acá en el norte nos ha costado trabajo desprendernos de ambas costumbres.

Este año el Día de Muertos se convirtió en Día de Vivos. Amé esa increíble amalgama de vida y muerte en mil colores. Creo que si me hubiera esforzado un poco más hubiera logrado contemplar, como en Pedro Páramo, las ánimas andar de un lugar a otro, disfrutando con los vivos la gran fiesta… bueno, y mientras Lozoya ha pasado su peor día de muertos sintiéndose el más muerto de los empresarios o políticos corruptos, a causa del nuevo dictamen, me despido invitando a que sigamos incluyendo a los jóvenes en nuestras tradiciones, sólo así lograremos perpetuarlas, eternizarlas, volverlas perennes. Adieu.

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