La pluma profana de El Markés

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“En la cima del fracaso”

Siempre tan estúpida, mamá, le dije al entrar en casa y ver salir al partido opositor. Había en sus manos un vale de despensa y un juego de vasijas de plástico. No ha pasado ni dos horas que te dije que no lo hicieras, pero nunca me has apoyado y siempre has creído que soy una buena para nada. Si esas baratijas te sirven, disfrútalas, pero sólo recuerda una cosa, apenas ganemos Las elecciones, olvídate que soy tu hija. Estoy entregada al cien por cien al partido mandarina, vamos a ganar y cuando esté arriba no me busques para nada. Siempre he intentado apoyarte, mamá, pero estás ciega por Braulio que aunque ni es tu hijo, ahí lo tienes. Eres mi madre, pero desde que te mocharon la pata te quejas de esto o lo otro. No te fijas que hay millones de discapacitados en el mundo siendo productivos y tú, tú nomás llorando. Tienes sesenta años, mamá, hay quienes tienen ochenta y andan activos. Ah, qué me estás reclamando que me distes escuela y no sé qué más, ¿cuánto te debo, mamá? Anda, has la suma y dime cuanto te debo. A mí no vas a estarme reclamando toda la vida que me diste escuela porque hoy hasta en línea la puedes hacer, así que no me vengas ahora con que me diste estudio. Papá nos dejó por tu culpa. Le echaste la policía por un par de veces que te pegó como si fueras la única mujer en el mundo que golpean. Ahora que eres vieja y aparte coja ya ni sabes qué hacer. Te dije, no agarres nada que te den del partido de siempre, pero no, ahí estás agarrando tinacos, cubetas, vales de despensa y todo lo que se te atraviesa. Ya sé que siempre has votado por ellos y que eres fiel partidaria, pero entiende, mamá, eso se acabó, ahora con el partido mandarina le daremos en la torre a los de siempre… pero bueno, sigues agarrando dinero de ese candidato pedorro, pues quédate con ellos, y eso sí, métete esto en la cabeza, mamá, cuando esté arriba no vengas a buscarme. Estaba por comprarle la prótesis, pero bueno, ve con ellos pa que te echen la mano.

Salí de casa tan irritada que hasta arrojé a un lado a Braulio, mi medio hermano, en su intento por hacerme entrar en razón. Por muchos años había apoyado a Zulma Benavides en sus muchos intentos por colarse a la alcaldía de la ciudad. Yo era conocida en mi colonia y sabía que por mi influencia una buena cantidad del electorado nos seguiría. Ser lideresa era lo mío, acarreaba masas, y si mi situación social fuera más favorable, seguro hasta podría contender también, aunque no lo descartaba para el futuro. Entonces me puse la camisa bien puesta y empecé a gritar por las calles que el movimiento mandarina era el mejor movimiento para solucionar los problemas de la ciudad. Siempre he sabido que la política es una farsa pero dentro de ese engaño corre el dinero a montones y yo sabía que Zulma Benavides sería la culminación de mis sueños. Tras platicar muy seriamente con ella me aceptó en su equipo de trabajo. Los contendientes tenían fuerza pero no tanto como ella, de modo que renuncié a mi empleo de quince años en Correos de México y viviendo de mis ahorros, me ocupé de la campaña porque sabía que cuando ganáramos la elección, tendría un puesto en el cabildo. Entonces todos voltearían a verme; todos los que antes me habían rechazado y no habían creído en mí, vendrían arrodillados a buscarme.

La campaña se recrudeció y a esas alturas ya no tenía familia ni amigos. Tan fiera me había puesto que por defender al partido Mandarina había entrado en conflicto con ellos. Tan de hueso colorado era que había pedido un par de préstamos para pagar publicidad y no sólo eso, había empeñado las escrituras de la casa pues Zulma me había dicho que tan segura estaba de ganar que, lo primero que haría sería ayudarme a recuperarlas y darme un terreno irregular que ella volvería regular. Amaba ver a Zulma metida en las charcas, haciendo mezcla con los albañiles, verla con el delantal en las panaderías y limpiando las mierdas de las vacas con los ganaderos. Se le veía la luz del triunfo y yo ya me veía como toda una regidora.

Los comicios estuvieron llenos de desencuentros. Yo misma me lie a golpes con los contrarios pues o ganábamos o ganábamos. Ese día vi a mamá llegar en su silla de ruedas empujada por mi hermano Braulio, obvio, no les hablé porque quien no estaba conmigo, en mi contra estaba.

─Mamá llora mucho por ti─ me dijo Braulio mientras yo supervisaba que mis ayudantes entregaran apoyos en las casillas─ hasta terminó votando por tu partido.

─ Caray, al menos hizo algo razonable en su vida. Que se ahorre sus lágrimas pues tiempo no tengo para ir a verla.

─ ¿Ni aunque te dijera que le van a extirpar la otra pierna?

─ ¿Quieres conmoverme con eso, Braulio? ¿Cómo que ya estás grandecito para decir eso no? Si le mochan hasta las manos a mamá es su bronca, finalmente nunca se ha cuidado. Le prometí una prótesis, no dos, pero como no me apoyó en esto, ahora tú encárgate…

─Ya te dije que votó por ustedes, sí que eres mala.

─Y tú un idiota. Ni es tu mamá y sigues ahí.

─ ¿Y de qué sirve que tú sí seas su hija si ni le haces caso?

─Te la regalo, ella sólo es cascajo y…

Y terminé en la clínica víctima de un golpe en el rostro y él, él en prisión. Mamá acabó en un asilo y luego de la operación murió tres meses después. Perdimos la elección porque a Zulma le llegaron al precio. Ella volvió a sus boutiques y yo, yo a vender empanadas. No tenía casa, empleo y tampoco ninguna regiduría. En suma, me había convertido en la burla de todos porque la ahora excandidata había agarrado buen hueso en el cabildo del ganador y yo, yo solo terminé yendo a su oficina a ofrecerle empanadillas.

AUTOR: JUAN DE DIOS JASSO AREVALO

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