La pluma profana de El Markés

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“Hippie mom”

Me quitaron a mamá el mismo día que le arrebataron la vida a Colosio. Mientras todo el país estaba en un horrible cólico político, mi indigestión tenía que ver con mis hermanos que, así nomás de repente llegaron a mi casa y se llevaron a mamá casi a empujones, mal vestida, modorra y sin almorzar.

Todavía ni clareaba cuando tremendos golpes casi derribaban mi puerta.

─ ¡Qué quieren!─ les dije a la horda de monstruos encabezados por Brígida, mi hermana mayor. Tras de ella el huevetas de Julio, que por años había vivido bajo las alas de mamá y que ésta, al no verlo ser nada, le dijo en un ultimátum que se fuera a volar a otros cielos. Y es que aparte de que no trabajaba, tan descarado traía a sus amigos a comer y a su novia a coger. Mamá siempre fue muy relajada, moderna y muy fashion, pero también muy trabajadora. Su oficio de tatuadora le había llevado a muchas partes de México, pero la edad y el cansancio la habían regresado a casa y a lo suyo. Nunca fue madre ausente, siempre nos llevaba a todos lados, y de todos, sólo yo le aprendí el oficio. Pero había una enorme casa de por medio, algunas joyas y un par de terrenos, y eso, eso y en una familia como la nuestra, hasta un kilo de tortillas puede ser una bomba nuclear.

Mamá siempre fue el panal y todos nosotros las abejas. Fuimos ocho y de todos fui la más despegada. Y no porque quisiera sino que ya veía venir desde muy chica lo que se empezó a revelar a los doce. Mis hermanos mayores ponían en jaque a mamá con sus decisiones estúpidas y ella, siempre congruente, los mandaba a volar. Jesusita, la más chica, terminó por robarle tres semanarios de oro que la abuela le había dejado. Ojo, no me quiero dar aires de pura porque si hablamos de mí he abortado tres veces, tengo fijación por los sacerdotes, de los cuales me he cogido entre doce o trece. No creo en Dios y así, podría enumerar mil debilidades mías, pero independientemente de mis gustos culposos, amo a mi madre sobre todas las cosas. Y mira que nunca fui su favorita.

─Venimos por mamá, Perla, y ni te metas porque ella no debe estar aquí. Ya te hablamos por las buenas y tú sólo te aferras a tenerla prisionera y haciéndole cosas que te mantendrán un buen tiempo en la cárcel.

─ ¡Tú no eres nadie, idiota, para venir a hablarme así hasta mi casa!

─ ¿Perdón?, ¿mi casa? Hasta donde sabemos la casa está sin dueño y siendo yo la mayor pues todo apunta que soy la heredera.

─Brígida, mamá vive, sabes que puede oírte, ¿y hablas así?

─Pues es la verdad.

─Nunca la has cuidado. Meses sin venir y ahorita te presentas para llevártela. A leguas se ve que todos ustedes son unos buitres.

─Nosotros tal vez, pero tú una delincuente.

Y así, tras falsas acusaciones de maltrato psicológico, sexual y físico me arrancaron a la única persona con la que hacía un verdadero dúo. Dos meses en la cárcel y tras encontrarme limpia y sin pruebas me echaron fuera.

Ya libre me sentía limpia y sucia. Era un horrible sentimiento de impotencia que me derribó en plena plaza principal. Estaba ahí, sin casa, sin madre y sin nada. Estando prisionera me había enterado que mi viejita había terminado en un asilo pues de todos sus hijos ninguno había querido cuidarla. La casa estaba habitada por Brígida y los terrenos se habían repartido entre los demás. En pocas palabras los carroñeros habían acabado con todo.

Parada en la esquina y con sigilo miré la casa. Mi hermana la tenía casi en ruinas y los jardines que mamá y yo cuidábamos al caer la tarde, secos.

Quise ir por mamá al asilo, pero debía primero encontrar un trabajo y donde dormir. Irma, mi prima, me dio cobijo y me recomendó en una tienda departamental acomodando tomates. Extrañaba mucho a mamá, pero tuve paciencia pues no quería ir a verla con las manos vacías y menos sin tener donde meterla. Un día llegó hasta mí mi jefa y me llevó hasta su oficina. Ahí estaba un encorbatado que tras darme la buena noticia de que era heredera de los bienes totales de mamá, remató diciéndome que debía presentarme en el asilo La Concordia para tramitar los arreglos del sepelio. Aquella noticia me ensombreció el espíritu.

Recuperar la casa fue terriblemente engorroso, pero finalmente Brígida terminó por irse y todos los demás, devolviendo los terrenos y muebles que se habían llevado de la casa.

Mis tardes fueron de infierno por mucho tiempo, pero había paz en mi corazón pues había hecho todo lo que estaba en mis manos por hacerla feliz.

¿Qué por qué me encerraron? Caray, ni por dónde empezar… pero mamá fue de esas hippies novedosas que amaba la vida libre. Ya anciana se la pasaba rememorando sus tiempos de felicidad y yo, con tal de verla feliz la complacía en todo. Ya jugábamos a la Quija después de ver películas de terror, fumábamos marihuana mientras oíamos a los Beatles, Elvis Presley y BeeGees. Eran tardes grandiosas de hablar y hablar de actores, actrices y cantantes del pasado. Ella odiaba los vellos en cualquier parte del cuerpo, por eso, cada fin de semana le pasaba el rastrillo de afeitar hasta por el último rincón de su cuerpo. Era una viejita perdida en el tiempo hablándome de un tal Pablo Ruvinsky, un modelo ruso con el que había vivido en Tlaxcala y que le había hecho a Brígida, su peor hija.

Mis hermanos detestaban su apego al pasado, pero también su filiación a mí. Les parecía grotesco que le abriera las piernas para depilarla, pero en mí no había morbosidad, solo complacencia a una mujer que se me iba cada día.

Un día me abrazó fuertemente y me dijo:

─Te vi tan solita en Real de catorce, que ni dudé en traerte conmigo. Te gustaba verme tejer pulseras y formar collares con piedras de ónix. Tus ojitos brillaban y me preguntabas si venía de tierras extrañas. Eras como yo de curiosa y entonces dije Te vienes conmigo.

Le devolví el abrazo porque para mí ella era mi madre y punto. Algo sideral nos había unido y en medio de peyote traído de Matehuala, marihuana sembrada en nuestro patio y música de antaño, éramos felices.

La sangre llama, eso dicen, pero a mí sólo me llamaba el amor y no ninguna gota de sangre. En ellos había borbotones de su sangre y jamás la amaron como yo, entonces ¿qué somos?

AUTOR

JUAN DE DIOS JASSO AREVALO

EL VIAJERO VINTAGE

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