La pluma profana de El Markés

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“Mi cruel Navidad”

 

La llegada de las fiestas decembrinas y de fin de año acarrea tanta felicidad y regocijo, que es de las fechas más esperadas del año; sin embargo, y de igual modo una serie de conflictos caseros terminan haciendo de estas reuniones familiares un álbum de recuerdos amargos. Ha habido situaciones en las que las bebidas han sobrepasado lo sano para llegar al desastre de la discusión por temas como las herencias, las visitas a los padres y la resurrección de rencores innecesarios.

Ello me ha llevado a chorrear tinta y poner ante ustedes, lectores míos, esta historia que seguro les dejara un hondo sentimiento de amargura… ¿Están listos?

“Llega Navidad y me arde el corazón… pero más esa parte de mi cara que me ha hecho sentir un odio perpetuo por estas fechas.

Me decían Cuquis y nunca había esperado tanto una Navidad como esa de 1979. Vivíamos en la Cuchilla. Tenía ocho años y papá volvía a casa después de cinco años de haber estado trabajando en Tampico. Volvía para quedarse y eso hacía de mi Navidad algo mucho más especial. Todo era perfecto. Nunca había visto una piñata en el patio de mi casa, mucho menos en mis cumpleaños pues mamá hacía rendir lo que papá le mandaba desde Tamaulipas.

Hacía un horrible frío, pero papá había hecho una enorme fogata de la que no queríamos despegarnos. Olía a menudo. En los comales había tamales recalentándose y en otra fogata atole de masa y frijoles charros. Mis primos de Palaú tronaban cuetes y corrían como locos. Como siempre, yo junto a mamá pa lo que se ofreciera, aunque una parte de mi mente estaba en la parte de arriba del trastero. Ahí estaba mi regalo y moría por jugar con él porque me imaginaba lo que era. Ser hija única no siempre fue muy bueno, pero era feliz pese a lo pobres que éramos.

Papá llegó el viernes por la noche y fue sorpresa. El sábado anduve con él en Palaú comprando las cosas en la tienda de los chinos. No podía creer tantas compras. Pa cuando llegamos mi regalo ya estaba ahí. Tonta no era. Mamá se había encargado, en mi ausencia de prepararlo. Mamá estaba sería, no sabía por qué. Hablaba poco con nosotros y cuando papá se le acercaba, ella se alejaba. Me daba tristeza porque los quería mucho.

Justo cuando el cielo se llenó de luces y el tronido de los cuetes hacían aullar a los perros y asustar a las gallinas, llegó el chino Chong, un hombre que cada viernes iba a casa a platicar con nosotros. Iba borracho. Me dio gusto porque era de buena plática y mis papás no parecían querer platicar de nada y peor aún, los tíos no llegaban todavía.

Me acerqué al portal y le abrí la puerta. Me sobó la cabeza, caminó hasta el patio donde papá atizaba al fuego y sin preguntar nada, agarró un trozo de mezquite y lo dejó ir contra su espalda. Mamá gritó y corrió a ayudarlo. El chino se le echó encima golpeándolo y maldiciéndolo. Mamá gritaba y ante lo peligroso del fuego yo le jalaba del abrigo. Mamá me dio manotazo para que dejara de estirarle y yo, perdiendo el equilibrio, fui hacía atrás, tropecé con un brasero y ahí de espaldas golpeando el horno de ladrillos donde hervían los frijoles. Enseguida sentí un chorro de líquido hirviendo y corriendo por mi cara y pecho. Alcanzaba a ver, sumida en el ardor y el miedo, a ese trío de personas golpeándose a muerte mientras yo gritaba por el dolor.

Cuando abrí los ojos estaba en el hospital. Supe que el chino le había clavado un picahielos a papá en el estómago y que él se había llevado a cambio a mi mamá a Allende. Esto último lo supe después. Gracias a dios papá se recuperó pero siempre lloró el que media cara mía quedara irreconocible. Papá decidió regresar a Tampico y me llevó con él. Volvimos a La Cuchilla dos años después. Papá ya había vendido todo pero tuve el a valor para volver a ese sitio que ahora ya eran ruinas. Ahí estaba el fogón y aunque no lo crean, trozos del jarro que se me había venido encima.

Me da harta risa cuando oigo decir que el coronavirus les ha robado la Navidad, a mí me la robó una infidelidad y con todo que ningún hombre se fijó en mí, vivo con Berna, un hombre que siendo niño de la calle optó por vivir conmigo y sentirse protegido por alguien. Él es mi felicidad y espero que este 2021 sigamos tan unidos como hasta hoy.

Llegó Navidad y me arde el corazón… pero no por el nacimiento de nadie, sólo porque me duele el recuerdo de no haber disfrutado de mi juego de té que se quedó arriba del trastero”