La pluma profana de El Markés

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“Todo se derrumbó”

Entré a una tienda de conveniencia a comprarme algo ligero para desayunar. Mientras me preparaba un café leí en una de las portadas de un diario, una nota que me escandalizó notablemente. El titular decía en letras grandes: “Golpea a su madre por no dejarla ir al concierto de BTS”. Ya en el bus rumbo a mi destino y siendo ignorante de quién diantres era BTS, supe que era un grupo musical coreano de gran influencia musical en los jóvenes. Me recordé a mí mismo adorando a Soda Stereo y a Hombres G, mas nunca llegando a esos extremos de violencia si no me podían comprar el nuevo álbum.

Aturdido y medio entristecido por la nota leída en ese diario, me desbordé vaciando en el papel esta historia un tanto cruel, pero al mismo tiempo reflexivo y con una enseñanza profunda de respeto y amor por quienes en verdad nos aman.

¡Tía, qué idiota!, ¡que se ha sentado arriba de mi posters de Emmanuel!

Nerviosa, tía Pepina saltó del banquito de la cocina, tomó el posters y comenzó a alisarlo con sus manos. Indignada se lo arrebaté dejándole de paso una mirada de odio.

Tía Pepina era una solterona que aunque bonita, no creía ni en el amor de pareja y mucho menos en vivir atada a alguien. Cuando nací me volví enteramente su hija porque mamá trabajaba en Merco de sol a sol. Cuando mamá se divorció y se volvió a casar, yo quise irme con tía. Ella, encantada, me recibió, pero yo tenía trece años y mi embeleso por Emmanuel me había convertido en una fanática descontrolada. Me convertí en una chica de humo que creía tener toda la sapiencia universal y que por tener más de mil posters del cantante, merecía estar en todos sus conciertos. La tía me amaba y sabía que ese hombre era mucho para mí. Entonces, y gracias a ella, pude ir a verlo a Torreón, Saltillo, Monterrey, y claro, cuando cumplí años, a verlo a Siempre en Domingo en la Ciudad de México. Por años conservé esa foto junto a él y aunque no lo crean, hasta una veladora le había puesto. Me bañaba cantando Toda la vida, y dormía con Quiero dormir cansado.

Comencé a salir con Rubén Montejano, hijo de un dentista, pero tía conocía a su familia y me decía me cuidará mucho. No lo hice y salí panzona a mis quince. Le hice la vida de infierno a tía dejándole mi hijo para irme a Ciudad Acuña a la aventura. Pasaron veinte años y ya vivía en Eagle Pass, regenerada y claro, estudiada. Me había convertido en verdugo de mexicanos trabajando en la embajada americana.

No tengo idea ni cómo ni porqué, pero un día vi llegar a mamá y a mi hija, porque al momento supe que lo era, con intenciones de cruzar con sus papeles en regla. Odié verlas porque tía nunca quiso traerme a ver a Emmanuel a Austin, San Antonio y Dallas y ahora estaba ahí con ella muy tranquila. Hice cuanto pude para que les encontraran cualquier cosa y los devolvieran. Ellas no me vieron, pero yo no las perdí de vista ni en un momento. Las vi salir y la chamaca estaba en una laguna de lágrimas.

Cinco años después volví a casa cuando supe que había un documento que me destinaba a ser dueña de la casa de tía. Contenta llegué a Sabinas y al tocar la puerta me recibió un hombre extraño. Me dijo era el velador y se la devolví diciéndole que yo era la dueña de la casa. Al entrar, una tormenta de recuerdos se me vino encima. Todo estaba increíblemente igual. Encima de la televisión su foto de siempre y aun lado, la de los abuelos. Toqué suave la polvosa superficie de la lámpara de cerámica y me estremecí. Al pie de la televisión estaban mis juguetes de niña. Recorrí todos los cuartos y cuando entré al mío, Todo se derrumbó dentro de mí. Todo estaba intacto, tal cual. Habían pasado más de veinte años y mi ropa juvenil seguía ahí. Los discos LP, mis casetes, mi grabadora y el tocadiscos también. En mi escritorio estaba mi diario personal, ese en el que escribía todos los rencores hacia tía por no dejarme llegar tarde y no querer que anduviera con cualquiera… pero enseguida había notas que ella había escrito expresando el infinito amor que me tenía. Eran plegaria cual guías de calabaza viajando de página a página suplicando a Dios me trajera de regreso. Me eché a llorar como una magdalena maldiciendo mi turbia y estúpida actitud.

El guardia me indicó dónde vivía mi hija. De ello no quiero hablar porque se convirtió en yo, sí, rencorosa por haberla abandonado y por haber tratado mal a quien ella llamaba mamá.

─Nos hiciste mal─, me dijo. Alguien nos contó que nos metiste el pie en la embajada y nos castigaron por más de 15 años, ¿pero qué crees? Íbamos ilusionadas porque después de mucho alguien nos había dicho que vivías en Eagle Pass e íbamos a buscarte. Mamá moría por verte y notificarte que eras la heredera de la casa y lo sigues siendo, ahí está. Gracias a Dios estudié y tengo un buen trabajo. Vivo bien y no necesito de nadie. Toma, estas son las llaves. Vete y haz con esa casa lo quien desees.

Hasta mi aliento ya me sabía a hiel y sentía mi cuerpo como se quebraba y mis lágrimas no cesaban de pensar en esa mujer.

Nunca ocupé esa casa, pero la visitaba con regularidad. Al final y cuando llegó el momento, la puse a nombre de mi hija.

Mi chica de humo, mi tía que se evaporó por mi orgullo de jovencita altanera y despreciable.

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