La pluma profana de El Markés

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“Humillación laboral”

Es bien sabido que en todas las empresas existen las vejaciones que provienen de quienes tiene el poder. Con esa autoridad brindada se han cometido muchos atropellos y humillaciones. Ante el hecho de que una jovencita de Tabasco haya decidido quitarse la vida debido al acoso laboral que su patrón le imponía, me llevó a escribir esta atinada reflexión que espero les agrade, mis queridos lectores.

“Siempre fui un Lame botas, rasca huevos, un barbero cualquiera. Buen trabajador no era, por ello prefería ganarme la confianza de los jefes, hacerme el chistoso y ser el mandadero de quienes sí habían estudiado.

Trabajé años en Mina la Esmeralda y mi labia y maneras de convencer me llevaron a ser encargado de grupo. En pocas palabras otros hacían mi jale porque, trabajar yo, eso me era innecesario si mis amigos eran los jefes.

Cuando Trini Carreño se me puso bien fiero en la junta de grupo, le advertí que no me importaban sus veintitantos años de trabajo, que él tenía que hacer lo que se le ordenaba y que si no le gustaba, que se fuera a jugar canicas con los nietos. Aparte de que ya no servía para nada, todavía se quejaba de dolores de espalda, cabeza y brazos. Renuncia, le dije, pero de que te ponga donde hay menos chamba, eso no, aquí se viene a entrarle a lo macizo, y esto va pa todos, el patrón me tiene en alta estima y rango porque me aprecia, no como a ustedes pinches jodidos que saliendo de aquí ni sus viejas se los quieren encamar por percudidos.

El derrumbe de diciembre mató a Trini y a dos más, la mina estaba en malas condiciones y cuando vi que las cosas se estaban poniendo feas para mi patrón, metí mi cuchara y dije que los difuntitos ya tenían días enojados y que por descuidados y hacer mal su trabajo había sobrevenido el accidente. Me inventé dos que tres artimañas y claro, sí salió caro el asunto, pero mi patrón salió ileso. Apenas estuvimos liberados, y el jefe me dio una palmada en el hombro. Eso me bastó. Junto a él abrimos el tajo Las Eutimias y a dos kilómetros de ahí, Los Cavazos. Yo me encargué de contratar y como me la sabía de todas todas, me busqué incautos que necesitaran el trabajo, que no reclamarán nada y que se conformaran con cualquier cosa.

─Usté ni se acongoje, patrón, a estos pobretones me los entretengo con cerveza y tacos de frijoles.

─Es tu gente, Bulmaro, tampoco seas tan duro. Te doy la confianza, no para que abuses. Me han llegado rumores de tu severidad, y espero sean sólo eso, chismes de flojonazos.

─¡Qué pasó, qué pasó don Reginaldo, usté sabe que yo siempre he sido bien cacha y honesto con usté, oh dígame, ¿Cuándo le he fallado? Al contrario, le he dado el doble de producción con mis modos de trabajar.

La esposa de don Trini apareció en la mera posada exigiendo una absurda indemnización extra por la muerte de su esposo. Ese asunto ya estaba finiquitado y todo quería menos que esa piojosa nos arruinara la fiesta. Cuando vi que la camioneta del patrón iba llegando al salón de eventos, me le acerqué a la mujer y sin más le dije que si no se largaba, yo mismo buscaría el modo de correr a sus dos hijos de la mina. Llorando y enfurecida, la mujer me echó en cara el día en que ella misma me había traído al mundo como partera, ¡Debí haberte ahorcado, cabrón, maldito, malnacido!

─¡Pos por dónde venía patrón, mire nomás como trae la camioneta y las botas de empolvadas! Y sin dudarlo saqué mi pañuelo para quitarle la tierra a su calzado. Venía ya entrado en cerveza y cuando me incliné a limpiarle las botas, me puso el tacón de la misma en el hombro y me lanzó hacia atrás.

─¡Acaso te pedí ayuda, pendejo! Cuando la requiera te la exijo!, que pa eso te pago, y no necesito andes siempre tras de mí.

─Mira, algo me hizo mal, vomité todo dentro de la camioneta, límpiamela, por favor, pero ya porque no pienso quedarme en esta fiesta.

Sin pedirle ayuda a nadie, pues quería que viera que yo mismo lo haría, fui por lo necesario y aguantando el asco limpié todo ante las risas escondidas de algunos trabajadores que iban llegando con sus esposas muy bien vestidos. Las miradas de mi mujer y de mis hijos estaban sobre mí, y ni qué decir del patrón.

El bono navideño se les dio a todos menos a los hijos de don Trini. Cuando quisieron reclamar, les advertí que empezando el año habría recorte de personal. Callaron. Terminaron yéndose de la fiesta sin que sus niños recibieran bolsitas de dulces, le pegaran a la piñata y mucho menos cena. Se hartaron de sentirse menospreciados porque ni cervezas les di.

La Navidad fue para todos y me gocé de que en casa de don Trini se la estuvieran pasando mal pues ni despensa, pavo, ni bonificaciones de fin de año les había dado. Don Trini seguro estaría retorciéndose en el infierno de coraje, pero haberme enfrentado y dicho que era un lame traseros era algo imperdonable y que claro, tenía que pagar.

Las fiestas de año nuevo nos trajeron la explosión de un cohete que dejó a mi hija mayor sorda. También tronaron Los Cavazos y que por andar supervisando, quedé enterrado algunos días. La luz del casco me permitió iluminación por un corto tiempo y después, después quedé a expensas del silencio y de una falta de aire que empezó a doblegarme. Cuando finalmente empecé ese viaje entre el me voy o me quedo, creí ver en mi delirio la figura de don Trini dándome la mano. Mis últimos líquidos convertidos en lágrimas bordearon mi nariz, labios y finalmente desembocaron en mi pecho. Ya de pie me soltó y sólo restó un tímido resplandor a lo lejos. El viejo se vengaba, me dejaba en medio de la oscuridad y a como pude y siguiendo el resplandor terminé nuevamente de bruces, con la boca seca, el estómago vacío y mi alma de hombre malvado, envenenada. Entonces alguien gritó a lo lejos antes una avasallante lluvia de luces. Habían dado conmigo. Las fuertes manos de los hermanos Carreño me sacaron del lugar y de ahí a la clínica.

Ha pasado una década de aquello, diez años nada más. No camino, estoy en una silla de ruedas, sin esposa y sin hijos. No me pensionaron porque el patrón no me tenía asegurado y a la primera oportunidad me echó a la calle. Jodido terminé comiendo frijoles y conformándome con una cerveza. Perdido y a punto de morir otra vez, pero ahora en el olvido, la mamá de los hermanos Carreño, la misma que me había sacado del vientre de mi madre apareció caminando entre la basura regada por mi casa. Me pidió disculpas por lo que un día me había gritado y me dijo que no era verdad, que no se arrepentía de haberme traído al mundo. Entonces me recogió, sí, así de viejón como era me adoptó como uno de sus hijos. Hoy como de lo que esos hombres que un día menosprecié, trabajan. Vengo pistachos, cacahuetes y fritangas en la estación de autobuses y siempre bajo la mirada cada que doña Tina me lleva la comida, me tiende la cama o me ayuda a bañar.

Siempre fui un Lame botas, barbero y rasca huevos, y sólo la tragedia me zarandeó para meterme en la cabeza que nadie merece el despreció de nadie porque al final, al final la justicia aparece entera y lista para finiquitarlo todo.

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