A mi hermana la mató la desatención: lamentan desdén en atención a distancia en España

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Madrid.— La sanidad española centra todos sus esfuerzos en la batalla contra el coronavirus, pero en muchas ocasiones descuida el tratamiento de otras enfermedades importantes, incluso letales, cuyos primeros síntomas no son atendidos debidamente por una atención primaria que se halla desbordada por la pandemia.

Los médicos de familia no suelen atender a los pacientes de manera presencial para evitar posibles contagios, lo que dificulta la valoración y el seguimiento de repentinas dolencias que pueden revestir mayor gravedad de la que aparentan, no sólo en España, también en Europa y América Latina.

La generalizada atención médica por teléfono está provocando preocupantes errores de diagnóstico, sobre todo cuando los síntomas son demasiado genéricos como para poder sospechar inicialmente de trastornos que derivan en problemas serios de salud si no son atendidos con urgencia.

Las consultas telemáticas y la imposibilidad de que los llamados médicos de cabecera, la mayoría de ellos sobrecargados de trabajo, puedan atender debidamente a sus pacientes por falta de tiempo y espacio, están contribuyendo a desenlaces indeseables en el caso de algunas enfermedades. Cuando se decide intervenir, es demasiado tarde, porque han pasado varias semanas desde que el afectado se puso en contacto con el profesional para reportar los primeros síntomas de su dolencia; un periodo que resulta decisivo para prevenir males mayores.

Es lo que ocurrió con la española Sonia Sainz-Maza, de 48 años, quien comenzó a sentirse mal el pasado mes de abril con un fuerte dolor en la pierna izquierda, a la altura de la ingle, y que falleció el 13 de agosto por un cáncer de colon en estado muy avanzado.

En plena pandemia, el médico de atención primaria del Centro de Salud de Espinosa de los Monteros (Burgos) con el que contactó por teléfono, no le ofreció nunca una cita presencial, a pesar de que su deterioro físico iba progresando y padecía fuertes dolores. La relación entre galeno y paciente fue siempre telemática y no hubo diagnóstico certero, salvo pastillas y calmantes que no sirvieron para nada. Transcurridos tres meses y debido a su desesperación, le hicieron una analítica que hizo saltar todas las alarmas. Sonia tenía casi todos los valores alterados, por lo que fue ingresada de inmediato en el hospital, pero el cáncer era ya imparable, y a las cuatro semanas falleció.

“Llegó un momento en que iba con la pierna a rastras, con pérdida notable de peso, siete kilos, y con un color de piel amarillento. El deterioro físico era más que evidente y a pesar de todo eso su médico no consideró hacerle consultas presenciales y tampoco explorarla, imagino que por miedo a contagiarse por Covid. Mientras tanto, se iba consumiendo al otro lado del teléfono, se iba muriendo, porque el cáncer estaba desatado”, dice a EL UNIVERSAL Lydia Sainz-Maza, hermana de la fallecida.

El desdén telefónico de varias semanas se sumó a la desatención hospitalaria. Su médico le pidió cita con el traumatólogo y el 18 de junio acudió al hospital universitario de Burgos. El especialista le dijo que era un caso que no le competía, en función del informe que le envió el médico de familia. Y la derivó al rehabilitador, con fecha para marzo de 2021. Ese mismo día ella decidió ir a urgencias del hospital, pero tampoco supieron apreciar lo que la estaba pasando y se regresó a su casa.

“Días más tarde acudió a otro hospital y fue realmente vergonzoso, porque ahí la reprocharon haber acudido a urgencias en mitad de la pandemia por un simple dolor de piernas. No le hicieron ni caso. Volvió al pueblo desesperada y se dirigió al centro de salud para pedir que le dieran una inyección de lo que fuera, porque ya no aguantaba los dolores”, relata su hermana.

Finalmente, en julio, consiguió tras mucho insistir que le hicieran una analítica. Y los informes confirmaron lo que ella llevaba contando durante tres meses. Por fin la escuchan y a la semana corroboran que tiene un cáncer de colon con metástasis, inoperable. Falleció tras cuatro semanas de haber ingresado en el hospital y recibir radioterapia y algunas sesiones de quimioterapia.

“Fue un despropósito de principio a fin. Se encontró con una falta de profesionalidad y empatía absoluta, porque a una persona con cáncer en estadío cuatro es imposible que un profesional le mire a la cara y no note nada, no sospeche nada; es inadmisible”, indica Lydia.

“La telemedicina no funciona, porque nos estamos jugando la vida. Es inmoral e ineficaz, una absoluta vergüenza. Las personas fallan, también los médicos. A mi hermana se le han privado oportunidades de vivir, porque aunque sean tres meses, más que bienvenidos, son una gloria en estos casos”, recalca.

“El caso de mi hermana es uno más. Van a salir muchas más Sonias, porque el Covid-19 se está convirtiendo en un coladero, no sólo para el cáncer, sino para muchas otras enfermedades que se pueden complicar mucho, si no se atajan con los diagnósticos. La atención telefónica se tiene que eliminar, salvo para casos muy puntuales, ordinarios. No se puede atender a un paciente con los ojos tapados”, concluye la hermana.

El gobierno autónomo de Castilla y León y la Fiscalía de Burgos llevarán a cabo una investigación sobre los hechos denunciados por la familia de Sonia, que baraja también emprender acciones judiciales.

La Sociedad Española de Oncología Médica señala que en la primera ola de la pandemia los diagnósticos de cáncer se redujeron en 25%. No porque hubiera menos casos, sino porque se prestó mucha menos atención al rastreo de la enfermedad. La investigación del cáncer y otros padecimientos también se ha ralentizado en España, como consecuencia del desvío de recursos humanos y materiales para enfrentar el coronavirus.

El pasado 20 de noviembre, Lydia entregó en la delegación territorial de la Junta de Castilla y León en Burgos, 140 mil firmas recogidas a través de internet para exigir que se recuperen las consultas médicas presenciales.

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