La pluma profana del Markés

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Bazán

Decía el telepredicador, escritor y pastor estadounidense de la Iglesia de Lakewood, Joel Scott Osteen, que si el hombre construye una imagen de éxito, salud, abundancia, felicidad, paz y bienestar, no habrá nada en la tierra que pueda quitarle esas cosas. Lo cierto es que crear una plataforma de semejantes dimensiones no es algo que se forje en veinticuatro horas. Ser natural, ser original, ser auténtico es ya no sólo el modus vivendi de la persona de éxito, también una característica nata. Podrían requerirse muchos años de un paso firme, un andar nada manipulado y de una bien orientada navegación para llegar siempre a un buen puerto.

Rubén Bazán Ancira era de esos hombres. Donde pisaba no sólo dejaba una huella bien marcada, también una ruta a seguir. En dicho periplo, quien lo seguía no temía al tropiezo porque la ruta estaba tan bien delineada que quien transitara por ella podía ir sin aprensiones. Sin haberlo conocido, me bastan los testimoniales, esas historias, mitos, experiencias que fueron acumulándose en el ser de todos aquellos que tuvieron la fortuna de poder escucharle, de convivir con él y no sólo eso, de ser en muchos casos, esa parte íntima de la amistad.

Hablar de logros y empresas cumplidas luego de una larga trayectoria empresarial, sería ocupar páginas y páginas. Fue un hombre tan productivo que su vida bien podría componerse en varios tomos. El primero sin duda sería de su grandeza como ser humano; el segundo de su poder logístico para lograr el emporio tan notable que logró conformar.

Bazán, en ese primer tomo, seguramente cabría su familia y sus amigos, los verdaderos amigos, esos que lo vieron ir, no en busca de riquezas, sino de los placeres más simples, de esa felicidad tan profunda que solía encontrar en el seno más íntimo… ¿rígido?, de seguro lo era, no existe empresario de conquista que desprecie la disciplina. Los dos laredos lo conocían, sabían que el gran humanista, había solidificado una carrera estudiantil de peso y que entre México y Estados Unidos se había hecho a la tarea de lograr una especialidad tras otra.

Son muchos los que han detonado, afirmado y hasta remarcado el hecho de que el éxito es la base de la felicidad. Rubén enseñó en su día a día que la cosa no era así, que la fórmula era otra, que en realidad era la felicidad lo que fundamentaba el éxito; que sólo amando lo que se hacía, que sólo poniéndole una entera pasión al jornal, era como se lograba ver reflejado en un producto de calidad que impactara al cliente.

Hoy Tamaulipas, México, y principalmente una familia, se ha quedado sin un buen hombre, por lo menos físicamente. Sus obras perdurarán perpetuamente porque no hay obra buena que fenezca en el olvido, no hay obra digna, loable y de brillo propio que pueda mantenerse bajo la mesa sin emitir su fulgor. Ya lo dijo el predicador Osteen, no hay nada ni nadie que pueda arrebatarle cada uno de los frutos provenientes de esas semillas que fue sembrando a lo largo de su caminar por el surco de la vida. Es comprensible que hoy los amigos le lloren a quien por mucho tiempo iluminó sus vidas, a quien día a día se mantenía atento a las necesidades de esos empleados que él sabía se sentían protegidos por él.

Siendo que la gratitud es un sólido puente que lleva a la abundancia, hoy confieso que nunca conocí al buen Rubén Bazán; tal vez él nunca leyó ni siquiera una línea de un servidor, pero una cosa sí es bien cierta, quien ahora escribe y sondea en los sentimientos de quienes lo conocieron, tuvo la dicha de recibir del fruto de esa vida de éxito y no serle grato sería ahora sí que una notable desafección.

A casi cinco años de escribir semana a semana en este portal de noticias fundado por este hombre a quien ahora honramos, no me queda más que enaltecer su memoria y desearle, no el consuelo, pues el consuelo es la puerta del olvido, pero sí el anhelo a su familia para que pueda sentir día a día su presencia, esa manifestación que sin duda deambulará, por medio de su buen recuerdo, por todos lados.

Desde este rincón coahuilense sólo deseo que la distinguida señora Sonia Múzquiz de Bazán y sus ilustres hijos, Rubén III, Sonia Alejandra, Yvette y Vanesa, puedan experimentar ese manto de paz que viene al tener la seguridad de que en el devenir de los tiempos podrán reencontrarse con quien fue cosa fundamental en sus vidas, Adieu.

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