Un cirujano chino planea llevar a cabo un trasplante de cabeza

El doctor Ren Xioaping no es el único médico empeñado en contradecir a la opinión médica internacional

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Un cirujano chino planea llevar a cabo un trasplante de cabeza / Foto: Agencia

“Éticamente reprobable”, “una locura total” o “lo más estúpido que he oído”; estas son algunas de las reacciones de científicos y expertos en ética de todo el mundo tras conocer el descabellado -o, mejor dicho, ’descabezado’- experimento del doctor Ren Xioaping, que se propone realizar el primer trasplante de cabeza del mundo en un hospital de la ciudad china de Harbin.

“Lo haremos cuando estemos preparados”, explicó Ren a ’The New York Times’, respondiendo a las voces críticas que califican su plan de trasplantar la cabeza sana de un paciente en el cuerpo también sano de un difunto de “imposible”, ya que tendría que volver a estabilizar el nuevo cuello y conectarlo a su vez con la médula espinal, responsable de comunicar el cerebro con las diferentes partes del cuerpo.

Para ello, el equipo del cirujano chino, que participó en el primer trasplante de mano realizado en Estados Unidos en 1999, quiere recubrir las terminaciones nerviosas de la espina dorsal con una sustancia parecida a un superpegamento y después coser la piel.

No obstante, el doctor Huang Jiefu, responsable adjunto del Ministerio de Salud chino, explicó en una entrevista en noviembre que la idea del médico no tiene ninguna validez científica, porque las neuronas “no pueden ser reconectadas” una vez se ha cercenado la espina dorsal. Y lo cierto es que, hasta el momento, el cirujano y su equipo no han tenido demasiada suerte, como tampoco la tuvo el ratón con el que experimentó este trasplante de cabeza, que murió un día más tarde; y ahora se propone continuar sus pesquisas con cadáveres.

Un hombre chino de 62 años, que se quedó parapléjico tras una pelea con un amigo, se ha ofrecido voluntario para que le realicen esta operación.

Aunque parezca digno de la más delirante imaginación victoriana, ya tiene un conejillo de indias voluntario, Wang Huanming, un hombre retirado que quedó parapléjico hace seis años después de una pelea con un amigo. “No puede vivir ni tampoco morir”, explicó su hija, Wang Zhi, que durante años tuvo que bombear oxígeno en los pulmones de su padre antes de conseguir una máquina gracias a donaciones. La familia conoce bien los peligros de la operación, la alta probabilidad de que Wang perezca durante la misma, pero “un procedimiento médico que parece imposible tal vez pueda salvarlo”, asegura esperanzada.

En el país asiático, la experimentación médica se ha convertido en una ambición nacional fomentada por la generosa financiación del Gobierno chino -solo el pasado año invirtió 1,42 billones de yenes en investigación científica y desarrollo-,  y su visión utilitaria del mundo que prioriza los resultados. “El sistema chino no es para nada transparente”, señalaba a ’NYT’ Arthur L. Caplan, experto en ética médica de la Universidad de Nueva York. “No confío en las políticas bioéticas chinas y es prácticamente imposible saber qué está pasando”, concluyó. Otros científicos, incluso del propio país, sienten una preocupación parecida por que se rebasen ciertos límites. Y no es únicamente el doctor ’Frankestein’ Ren el que está en el punto de mira.

El país asiático estuvo en el punto de mira hace unos años por utilizar órganos de prisioneros ejecutados para realizar trasplantes

El pasado año, investigadores de la Universidad de Sun Yat-sen, en Guangzhou, alteraron un gen en un embrión humano que causa talasemia -un tipo de anemia hereditaria-. El experimento cruzó la línea de lo éticamente correcto, según numerosos científicos, porque allanaba el camino para modificaciones genéticas de cualidades como la inteligencia. También este año, otro equipo médico alteró embriones para hacerlos resistentes al VIH.

Aunque tanto expertos en ética como investigadores chinos acusan a la comunidad internacional de envidiar los remarcables progresos científicos y económicos del país y de no asumir que China es “una potencia que deben tener en cuenta en el debate internacional sobre el desarrollo de biotecnologías”, según declaró el decano de la Escuela de Humanidades de Peking Union Medical College, Zhai Xiaomei, el gigante asiático provocó el escándalo internacional al saberse que utilizaba los órganos de prisioneros ejecutados para realizar trasplantes.

El doctor Ren Xioaping no es el único médico empeñado en contradecir a la opinión médica internacional; el doctor Sergio Canavero, del Turin Advanced Neuromodulation Group, en Italia, y algunos científicos miembros del Institute of Theoretical and Experimental Biophysics en la Academia de Ciencias Rusas, también investigan los procedimientos para realizar un trasplante de cabeza, aunque por el momento, admiten, no piensan llevarlo a cabo.

Por su parte, el doctor Abraham Shaked, profesor de cirugía y director del Penn Transplant Institute en la Universidad de Pensilvania, asegura que algunos aspectos de esta operación son técnicamente posibles, como por ejemplo poder preservar el cuerpo y el cerebro del donante antes de la operación, controlar las reacciones inmunes adversas o conectar los vasos sanguíneos y los músculos.

No obstante, es totalmente inviable conectar los nervios a la espina dorsal. “Si algo es una locura, significa que puede conseguirse, pero esto es deliberadamente estúpido”, afirma. Shaked se refiere a la idea del doctor Ren de utilizar polietilenglicol, un tipo de poliéster, para facilitar el crecimiento de las terminaciones nerviosas. “Sería lo mismo que si cortásemos los cables de teléfono transatlánticos y alguien quisiera pegarlos utilizando cola”, concluye.

No obstante, el doctor Ren tiene una cosa clara: “Tanto si es ético como si no, hablamos de la vida de una persona. No hay nada mayor que una vida, y este es el eje central de la ética”.