Rescates arqueológicos dan vida al Tláhuac prehispánico 

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Los rastros constructivos datan del dominio mexica de la Cuenca de México, que abarcó de 1200 a 1521 d.C, destacan en un comunicado del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). (El Universal)

CDMX.- En un predio cercano a la sede de la delegación Tlahuac, expertos del INAH encontraron vestigios arquitectónicos, tres entierros humanos –dos menores y un adulto-, piezas de cerámica y restos de un par de tlacuaches, único marsupial mexicano que sobrevive hasta hoy y que en los relatos indígenas aparece como el dador del fuego, una especie de Prometeo animal.

Los rastros constructivos datan del dominio mexica de la Cuenca de México, que abarcó de 1200 a 1521 d.C, destacan en un comunicado del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), los arqueólogos Octavio Vargas Carranza y Eulogio Gustavo Rangel Álvarez, quienes laboran en este terreno desde hace un par de meses.

Los expertos de la Dirección de Salvamento Arqueológico (DSA) del INAH han registrado evidencias arqueológicas en el 25% de la superficie que abarca alrededor de 400 m², concentrándose en la parte frontal y posterior del terreno.

A 90 centímetros de profundidad, han encontrado restos constructivos de los periodos Azteca I, II y III, que datan del dominio mexica de la Cuenca de México, que abarca de 1200 a 1521 d.C., cuando Tenochtitlan cayó ante los conquistadores españoles.

Octavio Vargas, detalló que conforme a la arquitectura y los entierros humanos hallados con ofrendas, alude a un área habitacional próxima a lo que fue el centro ceremonial de Cuitláhuac, que yace bajo el edificio y la explanada de la delegación, que fue ocupada por un grupo, probablemente, de cierta jerarquía.

Hacia el frente del predio, en un área de dos por seis metros, al excavar descubrieron un espacio que debió componerse de diversos habitáculos pues han ubicado al menos tres accesos. En uno de sus extremos encontraron parte de la osamenta de un individuo adulto, en cuyas extremidades inferiores estaban dispuestas, a modo de ofrenda: una olla, platos, cajetes y algunos caracoles del género Oliva que procederían de la Costa del Golfo o del Pacífico. También se hallaron orejeras con aplicaciones de turquesa y cuentas de piedra verde que pudieron conformar un sartal.

En el extremo opuesto de la estructura y dentro de una olla, se descubrió un entierro infantil, con molcajetes trípodes a su alrededor. También, a escasos dos metros, frente a la estructura antes señalada, encontraron una cista (excavación circular delimitada con piedras) en cuyo interior estaba la inhumación de un menor de entre 5 y 6 años al que le fueron colocadas cuatro navajillas prismáticas de obsidiana verde.

Por el nivel de los contextos funerarios, los arqueólogos estiman que datan de 1200 d.C., aproximadamente. Respecto a la arquitectura, entre los materiales de construcción se han observado piedras de basalto o tezontle, arena y, en lugar de cal, un tipo de pómez blanca como cementante.

La parte posterior del terreno se encontró muy alterada por distintas conexiones de drenaje, pero, se ubicaron los arranques de algunos muros. En la esquina de uno ellos y bajo piso, se hallaron (a espera de confirmarse por la bióloga Alicia Blanco) los restos de un par de tlacuaches dispuestos como ofrenda.

Vargas ofreció pormenores sobre la variedad de materiales que se han encontrado en el terreno, por ejemplo, piezas de cerámica con la representación de un Xólotl (perro) y un sello con la figura de un mono araña y el símbolo de un caracol recortado (ehecacoxcatl), distintivo del dios del viento Ehécatl; malacates finos, agujas hechas con hueso de venado, una pequeña representación del dios del Fuego Viejo, Huehuetéotl; un pendiente hecho con parte de un hueso craneal humano, herramientas de molienda y puntas de lanza, entre otros.

También se han registrado materiales que provienen de otras regiones de Mesoamérica, como jadeíta, serpentina y turquesa.

El predio donde el INAH labora fue ocupado sucesivamente luego de la época prehispánica, como lo confirman arranques de muros y tiestos coloniales registrados, así como el hallazgo de monedas como un tlaco con la leyenda: Istacalco, que dejaron de circular a finales del siglo XIX, además de materiales modernos.