La pluma profana de El Markés

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“El enemigo en casa”

¿Qué sucede cuando la traición viene desde lo más íntimo de casa? Los diarios y noticieros virtuales están colmados de terribles noticias de abuelos, tíos, primos, sobrinos y hasta padres o madres mismos que resultan ser los abusadores de tal cual persona de la familia. Y este testimonio es un claro ejemplo de que nadie, absolutamente nadie cuida tanto de un niño o de un anciano, sino el que posee un profundo amor, y no un simple cariño.

Saqué a mamá de Vicam, allá en Sonora, sólo para hacerle ver que no podía estar así. Corrían los noventa y yo de sólo 18 años no podía seguir en ese pueblo de miseria que se mataba el hambre con sus estúpidas costumbres y sosas danzas prehispánicas. Estúpidas eran poco cuando un día, siendo yo muy niña, quise abrazar a un hombre/ venado que danzaba en la fiesta y la cornamenta me había explotado un ojo. Desde entonces odié a mamá, sus costumbres de vieja necia y toda esa bola de gente que aglomeraba para ver brincotear a un tipo simulando ser venado. Deserté de la escuela rural porque todos me miraban raro y hasta la maestra, que venía de Hermosillo, me decía ¡¡No ves, no ves!! En tono de burla cuando no leía bien. Años antes no era así. Amaba la danza, soñaba ser la que danzara vestida de venado a sabiendas que ahí, en Vicam de aquellos tiempos sólo los hombres podrían hacerlo. Mamá amaba sus tradiciones como ninguna otra cosa. Era respetada en el pueblo por sus conocimientos de yerbas y quitar dolores musculares… ¡Tus costumbres me dejaron ciega!, le reprochaba. Ella se limitaba a llorar y a decirme que había sido el amor, que aquel abrazo al danzante había sacrificado parte de mi vista… y de mí felicidad! le respondía indignada.

Un día la suerte me sonrió y conocí a Eusebio San Martín. Lo conocí en una fonda donde yo lavaba platos. Luego de tres días de amistad y un acostón me trajo a Eccsa VI, una maquiladora en Coahuila en la que me puso en un departamento de calidad. No podía creer que yo, tan nadie y de un pueblo sin gracia y sin gloria estuviera viviendo en Sabinas, una ciudad en la que por lo menos tenían cine. Mamá vino conmigo luego de mil rabietas, lágrimas y despedidas de sus vecinas, mujeres de más de setenta años, como ella.

En pocos días Eusebio nos ubicó en la colonia Chapultepec. Desde ahí me quedaba cerca la maquila, aunque a mamá lejos la Iglesia a donde iba a rezar muy de mañana. Harta de sus lloridos le advertí que si seguía así la metería a un asilo. No volvió a llorar más, bueno, hasta un día que la encontré con los ojos llorosos y con el cuello morado. Se limitó a decirme que se había raspado con la cuerda de la noria. Era vieja y torpe, su edad ya no le ayudaba mucho. Al mes le encontré como cuatro heridas de espina en la espalda. Me dijo que había caído sobre una rama de mezquite. Mamá usaba bastón y lo entendí… pero el día que la encontré con la trenza cortada tirada en el suelo, ese día supe que algo pasaba. Mamá amaba su trenza mucho más que a la virgen María. Decía que una mujer medía su amor propio en la misma cantidad como cuidaba de su trenza. Por eso ella prefería irse al monte a conseguir sábila o baba de maguey, que comerse unos buenos tacos.

Tengo piojos me dijo. Atónita me arrodillé y escruté sin medidas de precaución y le dije Mamá, aquí no hay bicho alguno. Han huido, me respondió. Me hablaba y me daba la espalda peinando con suavidad su ahora cabello corto. Una densa bruma se tendió entre ambas. Callamos por un momento y no pude evitar ver sus ojos vidriosos. Lo siento mamá, tan fácil que hubiera sido ponerte algún remedio. Hay cosas para las que los remedios no funcionan, hija, me dijo. Sabía que enseguida venía su cantar de siempre, que extrañaba su pueblo, que no quería vivir, que el espíritu del venado había huido de mí y no sé qué cosas más.

Mañana voy a un curso a Acuña, le dije un domingo. Hay cambios de modelos y vamos a una capacitación. El rostro se le volvió higo, morado y espantado… Mamá, sólo es un par de días, Eusebio te cuidará. Él se irá después que yo.

Esa noche cenamos en silencio. Eusebio me ayudó a arreglar la maleta, me preparó el lonche y me dijo que a las 6 am estaría la combi empresarial esperando frente al negocio de Luciano Cerna. Muy de madrugada me desperté y mamá bebía café. Era enero y el frío calaba fuerte. Al pasar por el vado un suave y gélido vapor danzaba sobre las aguas aquietadas. Sentía las pantorrillas tiesas y mis nalgas duras como una piedra. Ya listos en la combi nos pidieron el gafete. ¡Diantres!, no lo traía y era indispensable. Quise ir corriendo, pero Segura, encargado de la planta pidió al chofer manejara hacia allá pues no había tiempo qué perder.

No quise despertar a mamá, seguro ya estaba bajo diez cobertores. Tomé mi identificación y quise darle un beso en la frente. No estaba. Curiosa fui a buscar a Eusebio tampoco estaba. Tragué saliva, las palmas de mis manos se me mojaron y salí cautelosa al patio de atrás y que daba al río. Sobre el lavadero estaba el chal de mamá que recordaba haberle visto puesto la noche anterior. Caminé vereda adentro rumbo al río y a un tiro de piedra vi a mamá, ahí estaba, viendo el agua correr y completamente desnuda… corrí hacia ella quitándome en el camino mi chaqueta para cubrirla. Entonces vi a lo lejos a Eusebio. Traía una vara larga. Supe entonces lo que pretendía y se me vinieron encima todos los maltratos que mamá había estado presentando en días pasados. Entonces me le fui encima a sabiendas que su corpulencia me dejaría fuera de combate. Mamá fue casa adentro para avisarle a algún vecino… eso lo supe hasta días después cuando abrí mi único ojo en la clínica. Ahí estaba mamá mirándome con esos bellos ojos que amé tanto. Eusebio está encerrado, me dijo. Lo siento mucho, má, le dije rompiendo en llanto. Tu trenza… me cortaré el pelo, me siento tan culpable… entonces me puso su dedo en la boca. Mija, llegaste a tiempo, justo cuando creí que moriría si no de frío, sí de los maltratos de tu novio… Estoy vieja y lejos de la tierra de mis padres, mi pelo ya crecerá, sólo espero que nunca renuncies a lo que dicta tu espíritu. Ve dentro de ti, ahí está la cosa pura que te dará la felicidad.

A la semana la planta me dio un apoyo económico muy bueno. Saqué mis ahorros, vendí todo lo que pude y compré dos boletos hasta Torreón y de Torreón a Hermosillo. Llegar a Vicam fue llegar al cielo. Si no vi ángeles, sí el rostro iluminado de mamá. Dejé todo por ella, por mí, por volver a recuperar lo perdido.

El sábado que siguió le dije a mi viejita que iríamos a la fiesta. Me miró asustada pues hacía años que yo no lo hacía… y no sólo eso, mamá, mira. Entonces saqué de una bolsa una cornamenta de venado mediana y todo el atuendo para la danza… Eudabé no te dejará danzar, hija, me dijo preocupada. Mamá, Eudabé me debe tantos secretos y favores que ya se encargará de todo. ¿O me dirás que no quieres que dance?

Entré a la pista. Había harta gente. Segura y al momento memoré mis bailes secretos cuando era muy niña. Allá junto a la noria y tras los corrales bailaba la danza del venado con furia, pasión, entrega… y ahora, ahí, con mis pies descalzos y mis tobillos vestidos de cascabeles sentía mi cuerpo seducido, acariciado y consolado. En pocos minutos ya brincaba de un sitio otro y Torín Garcés, ese niño de once años que tocaba el tamboril guiando mis piruetas retorcidas, me miraba lleno de asombro. Mamá lloraba de felicidad y mi corazón estaba inflado de gusto. Juro que sentí el espíritu del venado, ese del que tanto se hablaba y del que yo renegaba por orgullo.

Jamás volví a irme de Sonora. Ahora vivo aquí y por gracia de Dios hay maquiladoras cerca.

Jamás olvidaré que expuse a mamá al maltrato de un malnacido, y eso lo llevaré siempre. Cuando mamá murió a los 90 años yo misma me encargué de vestirla, ajustarle su trenza y ponerle su escapulario del Santo niño de Atocha. Hoy no me pierdo la fiesta por nada del mundo, a ella le hubiera gustado que siguiera con la tradición, así que lo hago uno por ella y otro por mí, por sentir la delicia del espíritu del venado moviéndose dentro de mí, revitalizándome. Soy mujer, mujer yaqui que honra lo de más valor.

¿Qué sucede entonces cuando la traición viene desde lo más íntimo de casa? Analicemos, veamos los focos rojos, las señales de alarma. Es tan cruel ver al abuelo tirado en el piso y golpeado; a la tía en el abandono, o a la madre sin comer y sentada triste en un rincón. Revaloricemos nuestra humanidad, enternezcamos nuestros sentimientos, amemos.

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