La pluma profana

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“Ponga la basura en su lugar”

Me perturba ver a la abuela Engracia con un calcetín en la boca acallando sus gritos, bañada a empujones, dándole a masticar jabón de barra, manoteándole la espalda, jalándole el cabello, dándole de cachetadas, pegándole en la boca cuando tiraba la sopa… abuela, abuela, a veces pienso que el abuelo Raúl me invadió para ponerte a salvo…

La abuela Engracia siempre tuvo la gracia de caerle bien a todos, pero igual la desgracia de ser tocada por su cuidadora Claudia Bautista, esa misma que le robó la luz de su ojo izquierdo y el dedo meñique de su mano derecha.

La abuela me amaba porque era la única de sus 15 nietos que la visitaba apenas salía de la escuela Boone. Desde que yo me acordaba, la mujer siempre había estado en una silla de ruedas, pero hacía cuanto podía para no ser estorbo a nadie.

Un Día de Muertos todos sus hijos se juntaron en la enorme casa de la abuela. Había sido un día especial porque habíamos ido al panteón y con todo y que la abuela Gracia le había llorado mucho al abuelo Raúl, el resto del día había sido de comer cañas y ya tardeando, empanadas con chocolate. Antes del atardecer mamá me había dejado que llevara a la abuela de paseo. La abuela se ponía feliz porque platicábamos de todo. Esa tarde me habló del abuelo Raúl, de su amor y de cómo había muerto en Parras en un accidente de ferrocarril. Pero nunca me ha dejado sola, me dijo. Puedo sentir su respiración al estar acostada; sus manos tocándome los cachetes o peinándome cuando yo no puedo. Él no me ha dejado, hija, ni me dejará.

─Entonces está hablado─ alcancé a escuchar al tío Plinio diciéndoles al resto de sus hermanos─ Yo pagaré dos bimestres y Julia los que siguen, Beto los otros dos y así cada uno hasta que se complete el año. Mamá estará bien cuidada, cerró.

Al vernos llegar, tía Petra se acercó a nosotros. Qué bueno que llegas mamá, justo hablábamos de ti.

─Pues qué honor… primero el tenerlos a todos en casa, y también escucharlos hablar de lo que cada uno me dará ahora que me quede sola. Ya ven que su padre no me dejó pensión por ser zapatero.

─Vienen cosas lindas para usted, mamá─ atajó Brígida, la tía que venía de San Buenaventura.

Tío Plinio sujetó entonces la silla y la arrimó a la sala. Mamá, hemos decidido ponerla en una estancia de reposo…

─ ¿En un asilo?

─No mamá─ dijo mi madre yéndosele a las rodillas-una estancia de reposo.

─No me lo disfracen, que no estoy tonta… ¿qué les hice para que me hagan eso?

─Mamá-volvió a interferir ahora tía Petra─ no hagas las cosas difíciles. Todos vivimos fuera, ninguno aquí en Sabinas. Vendremos a verte seguido. Nada te faltará, todo está pagado.

La abuela miraba por la ventana y al infinito y yo, tomándole los hombros se los sobaba.

Con todo y sus sesenta años la abuela no se veía vieja, pero esa noche su faz pareció cambiar espantosamente. El resto de la velada fue silencio. Apenas se llevaron a la abuela a su recamara y la rapiña comenzó. En menos de una hora los tíos se repartieron terrenos, la casa, muebles y hasta el viejo automóvil que por clásico tenía un buen precio. A mamá le tocaron los candelabros, todas las vajillas y sus joyas, de las cuales le hice perdidizo los anillos de boda.

Por años y ya viviendo en Piedras Negras un día le dije a mamá que por qué no había visitado a la abuela, me dijo que sus hermanos lo hacían, que los gastos eran tantos que era imposible hacerlo. Yo sabía que la abuela estaba bien porque de vez en vez le llamaban los tíos.

Un día le dije a mamá que quería que la abuela estuviera en mi graduación de la universidad. ¿Quieres que se desbarate?, me dijo. Tu abuela va casi para los ochenta años, ¿cómo crees que va poder venir?

Esa tarde me molesté con ella. Mamá ganaba bien como licenciada, tenía el modo y siempre venía diciéndome que si veía o no veía a su mamá era su problema. Pero era mi abuela, y entonces me fugué. Sí, una semana después de la graduación y ya con el título en mano abandoné a mamá y me fui de la ciudad. En Sabinas me recibió María Esquivel, una compañera de la universidad que era de ahí y que me había ofrecido su casa.

Llegar al asilo fue de horror. La abuela estaba demacrada y desnutrida. Uno de sus ojos estaba lastimado, así como una de sus manos. Al mirarme me sonrió muy levemente, luego bajó la mirada.

─¿Abuela Gracia, está bien?

─Él nunca me ha dejado, hija─ me dijo sin mirarme.

Los encargados la alejaron de mí y me dijeron que hacía mucho que la abuela no recibía casi nada de lo acordado. Enloquecida no podía creer que los siete tíos la hubieran abandonado. Igual me dijeron que hacía años nadie la visitaba.

Sin problema y deseosos de deshacerse de ella, no batallé para sacarla de ahí y llevarla a una casa de renta que recién había conseguido gracias a mi empleo en las oficinas de una harinera.

Ya en casa y feliz de tenerla conmigo, me dispuse a bañarla y vestirla con la ropa nueva que le había conseguido. Horrorizada advertí los golpes que tenía en diversas partes del cuerpo. Encolerizada puse una denuncia y luego de un largo mes, me hablaron para darme resultados.

Ver los videos del modo en que trataban a la abuela me sigue teniendo deprimida. Sí, es verdad que no fue mi culpa, pero ¿por qué ser tan inhumanos?

Claudia Bautista, la culpable de los abusos fue condenada a siete años de cárcel. Hace mucho que salió de prisión y para colmo, al poco tiempo se incorporó al grupo de enfermeras de una clínica local.

Me perturba ver a la abuela Engracia con un calcetín en la boca acallando sus gritos, bañada a empujones, dándole a masticar jabón de barra, manoteándole la espalda, jalándole el cabello, dándole de cachetadas, pegándole en la boca cuando tiraba la sopa… abuela, abuela, a veces pienso que el abuelo Raúl me invadió para ponerte a salvo… y es que cada vez que te bañaba y vestía, cuando te ponía crema en tus manitas casi trasparentes te amaba tanto. Lloraba mientras lo hacía porque las imágenes de la violencia se me venían encima. Entonces un día te puse tu anillo de bodas y me sonreíste. El del abuelo te lo puse en la palma de la mano y cerrando tus dedos te pegué la mano al pecho. Fue la última vez que te vi llorar, mujercita linda.

Mamá vive con mis otros dos hermanos, Viven en Piedras Negras. Nunca la visito. La respeto, pero no la amo. Cuando le enseñé los videos lloró por una semana y me pidió que la llevara a la tumba de la abuela. Me negué. No la vio en vida, tampoco vino a su entierro ¿para qué ver su lápida?

Siempre he creído que los asilos son el basurero de los hijos. Un sitio para poner el desecho, lo que ya no les sirve…

AUTOR: JUAN DE DIOS JASSO AREVALO
FACEBOOK: EL VIAJERO VINTAGE

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