“El teatro de la UNAM fortalece el de todo México”

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Antes, en 1955, Ibáñez había dirigido una puesta en escena de Tartufo, del inabarcable Moliere, con el grupo estudiantil de Filosofía y Letras. (cultura.gob.mx)

Cuando la UNAM inauguró sus cursos de 1954, José Luis Ibáñez, el meticuloso director de teatro mexicano, se encontraba entre los primeros pobladores estudiantiles de Ciudad Universitaria. Tenía 21 años, pero no se fue a la Escuela Nacional de Comercio y Administración, donde estaba inscrito, sino a la Facultad de Filosofía y Letras. Desde entonces no la ha abandonado.

“Era un paraíso, no exagero. Entré en Filosofía y Letras, y mi vida, que no tenía rumbo propio, lo tuvo. Descubrí otro mundo y, para mi sorpresa, a los seis meses ya estaba experimentando con la escena. El maestro Enrique Ruelas nos envió a unos muy primitivos estudiantes de teatro a las preparatorias para impartir una materia obligatoria: Actividades Estéticas. Esa experiencia me dejó una marca y despertó mi vocación de profesor, que no conocía”, dice.

Al mismo tiempo que cumplía ese compromiso académico, Ibáñez se integró —con otros alumnos de la facultad, entre quienes destacaba Héctor Mendoza— a un proyecto que habría de tener enormes repercusiones en la vida cultural de la Ciudad de México e incluso del resto del país: Poesía en Voz Alta.

En ese grupo cultural, Ibáñez empezó como “ayudante escénico” y, cuando Héctor Mendoza obtuvo una beca para estudiar en Estados Unidos, lo relevó como director. Debutó con una obra de enorme trascendencia histórica: Asesinato en la catedral, en la que el anglo-estadounidense T. S. Eliot advierte sobre el ascenso del fascismo.

Antes, en 1955, Ibáñez había dirigido una puesta en escena de Tartufo, del inabarcable Moliere, con el grupo estudiantil de Filosofía y Letras.

“Por accidente, no por méritos. Así fui aprendiendo, porque la vida me ponía las olas para que las navegara. Es la verdad.”

Poesía en Voz Alta

El proyecto de Poesía en Voz Alta se echó a andar con el apoyo de Jaime García Terrés, quien estaba al frente de Difusión Cultural de la UNAM. Sin duda fue un acierto que un grupo heterogéneo de artistas se hubiera reunido en un momento en que el teatro mexicano transcurría, con ideales y exigencias, por el camino de la Revolución. La lista de los integrantes de Poesía en Voz Alta era extensa. La encabezaba Octavio Paz (“¿quién más alto que él y su obra?”); también participaron Juan José Arreola, quien bautizó el proyecto, Juan Soriano, Leonora Carrington, Antonio Alatorre y Margit Frenk —entonces su esposa—, así como su hermano Enrique, entre otros.

“Poesía en Voz Alta tuvo una vida breve, pero ahora atrae la atención de muchas personas. Roni Unger, una estudiante estadounidense, reunió los testimonios de los integrantes del proyecto (incluso entrevistó a Paz) y elaboró una tesis doctoral que luego editó en forma de libro. A cada uno de los entrevistados nos regaló un ejemplar. Alatorre lo leyó y en uno de sus libros dejó un testimonio en el que certifica que el único trabajo que dice realmente lo que pasó en Poesía en Voz Alta es ése. En 2006, por iniciativa de Rodolfo Obregón, el Centro de Investigación Teatral Rodolfo Usigli (CITRU) editó el libro de Unger. Ahí está todo lo que se quiera saber de ese proyecto.”

Montaje de obras y clases en la UNAM

Hasta entonces, Ibáñez había realizado su trabajo escénico en un campo específico: el universitario (primero en la Facultad de Filosofía y Letras, y después en la Casa del Lago). En julio de 1959 montó, por primera vez en el país, Las criadas, de Genet.

“No gustó porque es una obra inquietante, escrita para agitar y descomponer al espectador. Pero cumplió su cometido y me dio la oportunidad de trabajar con dos fulgurantes estrellas: Rita Macedo y Ofelia Guilmain, y una muchacha que ha llegado a ser una de nuestras actrices más distinguidas: Mercedes Pascual. Con ellas tres entendí la esencia de la escena.”

Gracias a Robert W. Lerner, un productor estadounidense asentado en México, no tardó en abrirse otro campo de acción.

“Me dijo: ‘Quiero que vengas a trabajar conmigo’.”

No pasó mucho tiempo antes de que, por medio de Lerner, Ibáñez conociera a Silvia Pinal y la preparara para una actuación. Con ella hizo en 1976 Mame, musical de Jerry Herman, Jerome Lawrence y Robert Edwin Lee, basado en la novela Auntie Mame, de Patrick Dennis.

“Fue el éxito más grande de su vida. Esa obra la dirigí dos veces más: en 1982 y 1989.”

Mientras tanto continuó impartiendo sus clases en la Universidad Nacional, es decir, hizo compatible el rigor de la vida académica con el de la escena profesional.