Dossier. Erdogan toma fuerza en Turquía

Tras el fallido golpe de Estado de julio en Turquía, que el presidente describió como “regalo de Dios”, ha afianzado su poder.

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Simpatizantes del presidente turco Recep Tayyip Erdogan ondean banderas nacionales mientras lo escuchan en la Plaza Taksim de Estambul, en esta foto del pasado 10 de agosto. Foto: Agencia

Hace unas semanas, fuimos testigos de lo que fue quizás el primer golpe de estado (fallido) que se transmitió vía redes sociales en tiempo real y a todo color. Soldados turcos cerraban el puente que conecta Asia con Europa. Otros tomaban el aeropuerto internacional Atatürk. Aviones y helicópteros sobrevolaban Estambul. Los golpistas declaraban tener el país bajo su control.

El presidente Erdogan, quien un par de años atrás había llamado a Twitter una “fuente de problemas”, usaba esas mismas redes sociales para llamar a sus seguidores a salir a la calle y evitar el éxito del golpe. Pocas horas después, el presidente aterrizaba en Estambul. La intentona había sido desactivada. Más aún, en palabras del presidente turco, “Dios”, le había otorgado “un regalo”. ¿En qué consistía este regalo? ¿Qué ha ocurrido desde entonces? ¿Cuáles han sido las repercusiones internas y externas del fallido intento de golpe de estado?

Lo primero, el diagnóstico desde Ankara. Desde un inicio, el presidente turco culpó de la intentona a Fethullah Gülen, un político islamista que vive en Estados Unidos tras un autoimpuesto exilio desde el golpe militar de 1997. Gülen, un ideólogo y clérigo, promotor de una corriente islámica considerada por muchos como moderada, durante algún tiempo respaldó a Erdogan hasta su ruptura política en 2012. Desde entonces, su postura es opuesta al régimen y ha tenido confrontaciones con Erdogan en distintos momentos.

Se sabe que el movimiento gulenista, además de haber penetrado el sistema educativo, se fue infiltrando paulatinamente en el poder judicial y en las fuerzas de seguridad y militares del país. Así, en la visión de la cúpula turca, el de julio fue un intento de golpe de estado orquestado por fuerzas internas, y del cual había, por lo menos, conocimiento, si no es que complicidad desde el exterior. El regalo de Dios, consistía en que a Erdogan se le abría la puerta para hacer algo que había querido hacer desde hacía tiempo, limpiar la casa de enemigos. Con ello, el presiente iba a consolidar su poder como en ningún otro momento de su gestión.

Los primeros pasos no se dejaron esperar. Erdogan procedió a despedir y/o encarcelar a decenas de miles de militares, funcionarios y jueces. Se encargó de retirar al ejército de aquellos espacios civiles en donde pudiese tener influencia. Ya antes, el presidente había puesto en marcha reformas al poder judicial y al sistema educativo.

Ahora, la situación era favorable para acelerar esas reformas. Unos 15,000 académicos y directivos de escuelas y universidades se vieron obligados a renunciar bajo la instrucción del Consejo Supremo Educativo con el fin de que todos esos espacios sean llenados por gente que apoya al presidente. La limpieza de casa ha implicado asegurarse de que cualquier persona, político o funcionario que pudiese ser sospechoso de oposición, sea retirado de cualquier posición de influencia. Esto, por ejemplo, incluyó el despido de 88 funcionarios del servicio exterior durante el mes de julio.

Al final, unos 66 mil funcionarios y un 40% de los militares habían sido retirados de sus posiciones, y unas 18,000 personas estaban detenidas por estar bajo sospecha. Más adelante, argumentando su deseo de unidad, cientos de los cargos en contra de dichos militares o funcionarios, fueron retirados. El mensaje interno había sido eficazmente enviado y Erdogan operaba con una especie de cheque en blanco para efectuar la purga que tanto había querido llevar a cabo.

El diagnóstico de Ankara, sin embargo, también ha tenido repercusiones externas de enorme relevancia. La primera y más evidente, es que, si la distancia entre Turquía y sus aliados occidentales ya se había dejado sentir desde antes, en estos momentos esa distancia llegaba a su máxima expresión. En una entrevista para la televisión, el ministro de justicia Bekir Bozdag lo puso en estos términos: “Estados Unidos sabe que Fetullah Gülen llevó a cabo este intento de golpe.

 El señor Obama lo sabe de la misma forma como sabe cuál es su nombre. Estoy convencido que la inteligencia estadounidense lo sabe también. Estoy convencido que el Departamento de Estado lo sabe también…Otros países lo saben también porque todos los países tienen servicios de inteligencia”.

Es importante considerar que Turquía es un miembro de la OTAN, y un aliado militar importante para Washington, especialmente bajo las circunstancias explosivas de la región. Aún así, varios países europeos expresaron su preocupación por los encarcelamientos extrajudiciales y por los despidos masivos de servidores públicos en Turquía.

Hubo incluso funcionarios de la Unión Europea que han declarado que esta conducta cerraría las puertas a un potencial ingreso de Turquía a esa institución. Kerry, por su parte, declaró, en claro mensaje a Ankara, que la OTAN tenía requerimientos en cuanto al respeto a la democracia, implicando que se podría poner en cuestión la permanencia de Turquía en la alianza atlántica.

De su lado, Erdogan también se encargó de enviar una serie mensajes hacia afuera que acompañarían a las expresiones de fuerza internas. Por una parte, Ankara ha estado exigiendo desde hace varias semanas a Washington que Gülen sea extraditado. Por otro lado, una serie de manifestaciones efectuadas por seguidores de Erdogan, han tenido como blanco a Estados Unidos. Algunas de esas protestas, por ejemplo, tuvieron lugar en la base aérea de Incirlik, la cual Washington emplea con la autorización de Ankara para bombardear a ISIS.

De manera paralela, Erdogan tomó la decisión de limar sus asperezas con Putin, las cuales se habían intensificado en un número de asuntos a lo largo de los últimos años, pero que llegaron a su máximo nivel a raíz del derribo de una aeronave rusa por parte de Turquía y por las represalias de Moscú ante ese incidente.

Ahora, repentinamente no solo veíamos juntos a Erdogan y Putin, a quien el presidente turco llamaba “mi gran amigo”, sino que vimos cómo finalmente, Turquía por primera vez, y aparentemente con el aval ruso, intervenía militarmente de manera directa en Siria.

 La intervención turca en Siria se da en parte para expulsar a ISIS de su zona fronteriza, pero en parte también para contener el avance de las milicias kurdas, nada menos que apoyadas por Washington, avance que Turquía ha visto con mucho recelo por el conflicto que este país tiene con la militancia kurda en su propio territorio. De hecho, en las últimas semanas, se ha intensificado la disputa entre Ankara y la Casa Blanca, pues Erdogan acusa a Washington de estar armando a dichas milicias kurdas.

En suma, el intento de golpe de estado ha tenido una serie de repercusiones internas y externas que han resultado en el fortalecimiento de facto de la posición de Erdogan y su agenda, así como en la necesidad por parte del presidente turco de enviar mensajes de fuerza tanto hacia adentro como hacia afuera con el fin de que quienes orquestaron el golpe de estado, o quienes están en contra de cómo ha respondido ante éste, entiendan con claridad que nada ni nadie va a tambalear su control del país, sus intereses y su visión de cómo alcanzarlos.

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