2021, el año para sanar alma de EEUU

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Washington.— Con el fin de la pandemia en un horizonte cada vez más cercano, pero imposible de determinar a ciencia cierta, 2021 se presenta como una incógnita andante, un signo de interrogación permanente hasta nuevo aviso. Nadie imaginó un 2020 como el vivido, y hacer conjeturas sobre qué se espera de los próximos 360 días es un ejercicio de atrevimiento más propio del género de la ciencia ficción.

El segundo año de la vida con el Covid-19 es impredecible. Decenas de actos, cumbres y encuentros se han suspendido de forma preventiva y nadie está atreviéndose a predecir nada, con la lección aprendida de nuevas recaídas y olas de contagios, y empeoramiento de cifras hospitalarias que hacen que, en lugar de avanzar hacia la solución, se retrocedan casillas en una partida que parece nunca acabar.

El que debería ser el último año antes de un regreso a algo que todo el mundo se empeña en llamar nueva normalidad, sólo tiene algo completamente cierto: será el primero sin el republicano Donald Trump en la Casa Blanca. Y eso, tras cuatro años, es un cambio abismal, al menos, para Estados Unidos.

El año en Estados Unidos no empezó ayer, ni tan siquiera hoy: empezó el 3 de enero, con la composición del nuevo Congreso elegido desde noviembre. Un órgano legislativo en el que no ha cambiado quién controla la Cámara de Representantes, dominada (aunque con menos margen de maniobra que en los últimos dos años) por los demócratas, y que espera con ansia saber qué pasará en el Senado para poder augurar con más certeza qué se puede esperar de este 2021.

La primera fecha marcada en rojo en el calendario estadounidense llega pronto: este martes, con la segunda vuelta de las elecciones a dos vacantes en el Senado por el estado de Georgia.

Los demócratas tienen la opción, si se alzan victoriosos en ambas carreras, de arrebatar el control de la Cámara Alta a sus oponentes, y hacer así la vida más fácil a Joe Biden.

Tener el nuevo Congreso en marcha permitirá empezar las sesiones de confirmación de los que quieren ser futuros integrantes del gabinete presidencial: quien tenga la mayoría permitirá no sólo acelerar o frenar nombres, sino también vetarlos y poner más o menos complicado que finalmente puedan situarse al frente de las diferentes agencias y secretarías de Estado.

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Simpatizantes de Joe Biden, quien aparece en el podio, durante un mitin en Atlanta, Georgia, donde se juega la mayoría del Senado. Foto: Edward M. Pio Roda. EFE.
Bien es cierto que Biden todavía no ha completado el rompecabezas de su gabinete, al que le faltan piezas tan fundamentales como la del fiscal general. Una vez termine de armarlo, se podrá analizar si cumplió su promesa de que fuera el más diverso de la historia, el que más se parece a la realidad del pueblo estadounidense.

Justo un día después de las elecciones en Georgia (cuyos resultados, ateniéndose a lo sucedido en noviembre, podría tardar días en resolverse) vendrá la oficialización definitiva del resultado electoral de los comicios presidenciales, al que como no podría ser de otra forma no le faltará el componente de espectáculo televisivo tan deseado por Trump, en su último resquicio quijotesco de revertir un resultado que le privó de la reelección.

La sesión se antoja maratónica, en un nuevo show de la maquinaria trumpista que, como todos los anteriores, tiene todos los visos de fracasar estrepitosamente.

De ahí sólo quedará esperar de la toma de protesta, el 20 de enero, por parte de Biden como el presidente número 46, en el que será el inicio de la nueva era en la historia del país. Biden tiene ante sí retos mayúsculos, en un 2021 que tiene que servir para redirigir el navío estadounidense en uno de los momentos históricos más cruciales, en medio de varias crisis que conviven a la vez y con un país extremadamente fragmentado, polarizado y dividido.

El acierto o error de su gobierno se podrá empezar a dislumbrar en los éxitos y fracasos de sus primeros cien días, plazo estandarizado para establecer bases sólidas de los proyectos políticos. El demócrata no se lo ha puesto fácil, poniéndose metas muy ambiciosas con muchos asuntos por resolver en poco tiempo.

Desafíos enormes

La lista es enorme: enviar un proyecto de ley de reforma migratoria al Congreso; frenar órdenes ejecutivas de Trump de forma inmediata; revertir políticas antiambientales y de asilo; regresar a organismos y pactos internacionales como los Acuerdos de París o la OMS; relanzar la política de la diplomacia y reasegurar alianzas globales (el primer gran reto, por ejemplo, será ver cómo resolver la expiración del tratado de control armamentístico (New START) con Rusia, que caduca el 5 de febrero), poner en marcha un plan ambicioso de abordaje de la pandemia de coronavirus.

En el centro de todo está la pandemia, que será el tema subyacente de absolutamente todo durante gran parte del próximo año. Tras la nefasta gestión de Trump, Biden recibirá un país que se pronostica que tendrá más de medio millón de muertos a principios de abril, en un principio de mandato que se prevé terrorífico en cifras de contagios y víctimas.

La nueva administración tiene el reto de hacer un viraje de 180 grados a toda la estrategia pandémica, empezando por directrices claras sobre qué hacer para evitar la propagación y lanzando un programa de vacunación lo más ágil posible para llegar a una tasa de inoculación suficiente como para poder relajar las medidas extraordinarias.

Según ya ha dicho el epidemiólogo en jefe de EU, Anthony Fauci (que se integrará de inmediato al equipo del próximo presidente), no se podrá hablar de inmunidad de rebaño hasta que el 90% de la población esté vacunada: si no continúan los retrasos que se están viendo y el plan demócrata funciona como un reloj, ese momento no llegará hasta mediados de otoño.

A la par habrá que ver cómo se resuelve la crisis económica derivada de los efectos del coronavirus, ver si el Congreso sigue igual de ineficiente que en los últimos años, elucubrar posibles salidas para poder recuperar industrias.

Pero quizá lo más importante será la promesa de “curar el alma” de la nación, solventar una la crisis social que tiene dos puntos clave: la división ideológica provocada por el populismo trumpista y, especialmente significativo, ver cómo evoluciona el movimiento de lucha por la justicia racial y el fin de la brutalidad policial, que se enfrenta a un momento crucial, definitorio sobre su futuro: tiene ante sí volver a ser un lema que nace y queda enterrado en el subconsciente, como en 2014, o consolidarse como la llama que enciende el fuego que va más allá de los símbolos.

La mayor prueba de fuego será el inicio del juicio contra los cuatro agentes de policía de Mineápolis involucrados en la muerte de George Floyd, un proceso que está previsto que empiece a principios de marzo. Derek Chauvin, cuya rodilla asfixió a Floyd, enfrenta cargos de asesinato en segundo grado; los otros tres agentes, por instigación y complicidad en el crimen.

(EL UNIVERSAL)

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