“Tonalá”

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1975

Como si fuera una noticia ordinaria como muchas otras que suceden a lo largo y ancho de nuestro país, se ha hablado hasta el cansancio de tres jóvenes estudiantes levantados, desaparecidos y posteriormente encontrados únicamente en rastros de sangre en Tonalá, en el occidente de México.

La descripción del crimen hecha por uno de los delincuentes detenidos, no hubiera cabido ni siquiera en la imaginación del mismísimo amo del terror Alfred Hitchcock o del magnánimo novelista estadounidense Stephen King. Las maneras de idear la desaparición de los cuerpos rebasan cualquier método de aniquilación fabricada en la retorcida mente de un Hitler o de un Gengis Kan. La saña y la cobarde tortura previa a la ejecución y posterior combustión de los cuerpos son tan perversas que hasta el mismísimo Torquemada, amo y señor de la Santísima inquisición temblaría de sólo presenciarlas. No ha existido un país en el orbe capaz de poseer tantos habitantes con una actitud tan pasiva ante la criminalidad y que ni siquiera le conmueva el hecho de ver a un semejante retorcerse de dolor sin que le nazca el deseo extenderle la mano. México es pues la única nación de América cuya democracia ya no sólo huele a dictadura, también a genocidio y hambruna. Es la única nación que se congratula con la corrupción, eleva a sus artistas al gobierno y que le encanta jugar al juego de las elecciones a sabiendas que el trompo girará y girará y que como siempre el “Toma todo” será a favor de putrefacto régimen.

Se dice que estos tres asesinatos se suman a los 104,000 muertos y desaparecidos a la cuenta del actual gobierno mexicano comandado por Peña Nieto. Qué triste es darnos cuenta que las cosas meramente humanas se conviertan en un número, en una cantidad tal o en una estadística carente de sentimientos. El gobierno orgullosamente dice que ya no son cinco mil muertes al año, ahora son tres mil. Ya no se habla de tantos pobres, ahora son mucho menos. Cantidades van y vienen opacando lo que posee más importancia, a decir, la individualidad del ser humano. Las estadísticas han vedado el verdadero dolor que padece cada mexicano al ser vituperado en el bolsillo, a la hora de negársele el servicio médico o que simplemente cuando se ve obligado a migrar para poder así proveer a su familia de alimento. Lo triste viene cuando llegan al norte y son tomados como esclavos en plantíos, minas clandestinas o auxiliares del narco.

La criminalidad en nuestro país ha ido tan al alza, que se ha convertido en la sal al centro de la mesa, en un asunto cotidiano. Vamos de camino al supermercado, al cine, a nuestras labores diarias y ya no nos impacta el hecho de ver en los titulares de los diarios de mayor circulación notificar sobre el hallazgo de cabezas humanas o partes de cuerpos envueltas en bolsas de polietileno. Hemos llegado a tal punto de congelación sentimental que ningún titular por más sangriento que éste sea logre conmovernos. Hemos llegado a un gradode comodidad y de aceptación de la violencia que se ha optado en pensar en que mientras no nos toque, no hay porqué  meterse en esos asuntos. Algo así como cuando los ciudadanos alemanes veían cuando se violentaban los derechos del pueblo judío y lo veían como algo normal cuando por meses y años la doctrina nazi lo único que había hecho había sido enfriarles el corazón.

Hoy los partidos políticos que por siempre se han disputado las riquezas de la nación y vivir del sudor del campesinado,  han logrado endurecer los sentimientos de todos. Lo digo porque como se dijo antes, ahora ya a nadie escandaliza el ver un cuerpo desmembrado  tirado en tal o cual parte; tampoco cuando una narco manta ondea con un amenazador mensaje o el ver a mujeres violadas y a niños abusados. Nos hemos convertidos en bizarros títeres de un gobierno corrupto que ya no sólo nos ha ido sustrayendo el poco dinero obtenido por el sudor de nuestras manos, también los sentimientos.

Salomón Aceves Gastélum tenía 25 años y era Mexicali; Jesús Daniel Díaz tenía 20 años y radicaba en Los Cabos y Marco Avalos, también de 20 años era de Tepic, en el estado de Nayarit. Tenían un nombre, sueños, metas, propósitos y una nación hermosa. Nombre, edad y origen. Esos eran los tres estudiantes de cine que murieron como si fuese una ficción creada por ellos mismos como un proyecto escolar. Sin saberlo vivieron su propio Bruja de Blair o su Paranormal a manos de criminales que sin el menor remordimiento los torturaron y diluyeron en una sustancia corrosiva para desaparecer hasta el último indicio de su existencia.

De un día para otro el antiquísimo y bellísimo pueblo de Tonalá pasó de ser un pueblo de paz y sosiego a un sitio de horror y desesperanza.

Cineastas, actores, actrices, líderes mundiales se han sumado al grito de Hagan algo por México. Es difícil creer cómo el extranjero ama más a nuestro país que nosotros mismos. Son muchos del exterior que dan crédito a nuestra pasividad ante tanta aberración. Cientos y cientos de muertos durante un gobierno democrático que le ha dado las armas al enemigo para que maneje al país a su antojo. Y así, en ese juego de poder y sangre, día con día se encuentran por aquí y por allá cuerpos vergonzosamente desmembrados ante la mirar espantada del extranjero y apática del nacional.

Hoy el cine llora la sangre del porvenir. México no le llora, eso es una falsedad, si así fuera, hace mucho que hubiéramos dejado de ser los gatos jugando con el estambre que los de arriba nos echan para que juguemos mientras ellos hacen su agosto en diciembre. Adieu.

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