La pluma profana del Markés

0
718

Los placeres de Plascencia

Con todo y que aún nos retorcemos en masa como lombrices intestinales por causa del Coronavirus; que tormentas de arena cruzan el Atlántico para cubrirnos y que los sismos y sus réplicas azotan nuestro continente, el hombre sigue temiéndole a todo menos a sus dioses.

La calamidad no parece dar tregua pues, mientras desesperadamente se busca una cura a tan tremendo mal, ya se anuncia un nuevo brote aún más recargado y virulento… y mientras tanto, Plascencia, la encarnación misma del mal, sigue purgando una condena por violar, siendo un pastor de Jesucristo, a un monaguillo en el templo de La Natividad de María, en Nuevo Casas Grandes, Chihuahua.

La noticia de tan funesto suceso no llenó las portadas de los periódicos o portales informativos. La realidad es que el abuso por parte de líderes religiosos es tan constante que el hombre se ha acostumbrado a escucharlo; por ende ha dejado de sentir, y en automático dejado de darle la importancia debida… ¿tendrá algo que ver la conducta humana con todo lo que el 2020 ha traído al planeta?

Las opiniones con respecto a los padecimientos que se ciernen sobre el ser humano son múltiples. Básicamente podríamos dividirlos en tres: religiosas, políticas y naturales.

Son muchos los que dicen que este problema de salud tiene como trasfondo un fin gubernativo y al mismo tiempo económico. 120,000 muertos en Estados Unidos y México con sus 24,000, son cifras de espanto.

Otros, aunque sea una porción muy mínima, opina que la pandemia es algo muy natural, que el planeta pasa por un período de limpieza que no debe espantar a nadie. Dicen que es sana una desparasitada como ha ocurrido en otros tiempos. Muchos lo describen como un tipo de glaciación de salud, muy de mejora para un planeta violentado por el ser humano.

Otra gran mayoría opina que los dioses se han retirado de nuestro lado. Si con la llegada de los españoles y su apabullante ringlera de ídolos echaron en corrida a los dioses nativos, ahora, los ídolos reinantes igual emprendieron una fuga voluntaria ante el asco en que el ser humano se ha convertido desde hace ya un buen tiempo.

Y es que desde la llegada de la bien llamada Revolución Industrial, la modernidad y su máquinas trajeron consigo una evolución tan impresionante, que el ser humano comenzó a embriagarse en un poder personal de decir todo lo puedo sin Dios que en nada me fortalece. Con la llegada de la nueva tecnología comenzó a dudarse de la existencia de Dios.

“Dejad que los niños vengan a mí, porque de ellos es el reino de los cielos”

Esta mítica invitación es una de las más representativas en el cristianismo pues pone de manifiesto el enorme valor que estos poseen en el mundo. Es hasta sabio el creer que únicamente adquiriendo las cualidades que poseen los infantes, que podemos lograr rescatar, ya no sólo el planeta, sino también a nosotros mismos. Si fuéramos tan moldeables como ellos, fáciles de enseñar, de conducir; si poseyéremos esa divina cualidad de perdonar a los tres minutos de haber sido ofendidos, otra cosa estuviera pasando con el mundo… y es que es justo aquí, donde llega un hombre que no tuvo misericordia ni de sí mismo para proveerse placeres indebidos.

Nuevo Casas Grandes es un poblado no muy grande. La gran mayoría de las personas se conoce. El templo de La Natividad de María es un sitio lo bastante sobrio. No es un oratorio de altitud exagerada y revestida de ornatos barrocos. Entrar en sus instalaciones es como en la gran mayoría de los sitios de adoración, algo que invita a la reverencia… pues ahí, justo en esa intersección de santidad, adoración y divinidad, fue donde Ramiro Plascencia, elegido por Dios para comandar una sección de su rebaño en Chihuahua, cometió su aberración al abusar sexualmente y por cinco años a un monaguillo que le había servido de ayuda misa tras misa.

Con una condena de ocho años de prisión y una absurda multa de casi diez mil pesos por daños (como si el abuso sexual pudiera repararse), el hombre fue desvalijado de su atuendo religioso para ser internado en un centro de readaptación social.

Los placeres de Plascencia nacieron justo cuando vio en el pequeño su oportunidad para satisfacer sus desviaciones. La seducción lo llevó de las quietas insinuaciones a los toqueteos accidentales. Luego vinieron las confesiones y las divinas amenazas de que “Aquello”era algo que quedaba entre ellos, obvio, él, la víctima y Dios.

Hoy Plascencia purga un castigo por sus placeres. Pronto estará libre y aunque quizá jamás vuelva a oficiar, sí a buscar nuevas víctimas porque seguro, seguro, el estar interno y recibir su merecido, lo único que hizo fue elevarle la libido.

Así, y en medio de una terrible calamidad de tormentas de arena viniendo del otro lado del mundo; una enfermedad matándonos como hormigas ante un insecticida, y un grupo de mandatarios intentando apoderarse del conocimiento universal, el hombre sigue desterrando a sus dioses para seguir viviendo, como Ramiro Plascencia, en sus absurdos placeres. Adieu.