“Castración, un mal necesario”

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Atentar contra los genitales de un hombre mexicano podría considerarse como atentar contra los del mismísimo Dios. A tal grado se ha llegado en nuestro país al creer que la castración es un algo que no debe considerarse como necesaria cuando sin pesar alguno cientos de hombres abusan sexualmente de inocentes.

Sin andar con mucho marrullero, la emasculación masculina y femenina es algo imperioso para un planeta que ha pasado de la sociedad a la saciedad.

Todo índice de maldad tiene un génesis. Éste sin lugar a dudas no ha sido únicamente el temor de Dios, también la falta de temor a las consecuencias que vienen de infringir las leyes establecidas. Muchos han concluido que losestatutos han sido concretados por alguien que un día quiso ser grande y que para ello alguien debería ser chico. En sí las legislaciones son frenos que los poderosos han impuesto bajo votación entre ellos mismos para aplacar los movimientos de los débiles y claro, así sojuzgarlos y mantenerlos cautivos social, cultural y económicamente.

Las leyes no son para causar temor, al contrario, existen para socializar sin que se dañen los derechos humanos de unos y de otros. Aquí, claro está, no importan las edades. Justamente es lo que ha concebido una democracia que se ha fundamentado en creer que es posible vivir en sociedad.

Hablar de castración suena horroroso, pero cuando un acto de violencia sexual ataca a una persona que nos es muy cercana, tal término pasa de una tonalidad oscura a una muy clara. Las normas, por más arraigadas en nosotros tienden a dejarse vencer en la búsqueda de la justicia por mano propia. Cierto es que cuando creemos que ésta ha sidoejecutada insuficientemente, es cuando se revierte el ser social que creíamos tener para retornar aun salvajismo natural guiado sólo por el corazón, por ese sentimiento de impotencia que ha dejado la pérdida. Esto ha quedado evidenciado en millones de casos en los que niños o niñas de corta edad han sido vilmente ultrajados por hombres o mujeres cuyos instintos sin freno lo único que han causado es un daño irreversible.

“Mi princesa no merecía sufrir de esa manera, no me arrepiento de lo que hice y lo volvería hacer”

Testimoniales como este se reproducen una y otra vez por todo el planeta. Mujeres que cegadas por una sed de justicia se han atrevido a asesinar a sus cónyuges al grado de castrarlos. Cosa curiosa, sólo en nuestro país existe un asesinato tipificado como “Homicidio por exceso de legítima defensa” cuando el homicida se ha excedido en sus maneras de hacerse justicia.

Nohemí es una mujer como muchas otras. Posee una familia anhelada. Su esposo es Jaime y todo evidencia que no sólo es un buen hombre, también es excelente vecino, amigo y dado a asistir a misa con la familia. Sin saberlo ella, este buen hombre un día desató las pasiones que con la pedofilia tenían qué ver y convertirse en el cruel abusador de su propia hija de tres años. Nohemí no se había dado por enterada por medio de voces del más allá, mucho menos por alguna lectora del tarot. El olvido del celular en casa y la curiosidad de una mujer habían desembocado en descubrir una gran variedad de carpetas en las que abundaban imágenes en las que su pequeña hija era la protagonista de horrendos abusos sexuales a manos de su padre.

Con un sentimiento de coraje, impotencia y frustración, como madre, mujer, y ser humano, había dejado de lado todo aquello que por siempre había escuchado de no cobrar venganza por ella misma. Una justicia que ni la voz más poderosa de Dios hubiera detenido.

Con emociones nubladas y el corazón atropellado por todas esas imágenes que se le develaban una tras otra, buscó a su cónyuge hasta encontrarlo y asestarle hasta quince puñaladas que en segundos lo habían desangrado. No conforme con saberlo muerto y no satisfechas sus, ya no locas, sino justas ganas de justicia, le destazó los genitales.

La justicia de Dios la condenó con su No matarás y la justicia de los hombres por cometer tan sangriento e ilegal crimen y no aplicar una defensa propia. Hoy Nohemí pugna una condena de más de 30 años; su hija, dañada físicamente por el abuso quedó bajo resguardo de familiares que nunca tendrían la suficiente garra de una madre para devolverle la sanación emocional.

Hoy las leyes que supuestamente protegen a la mujer y a los infantes son flacas e insuficientes. Éstas siguen conservando ese tinte machista que apoya al hombre golpeador. Cientos de mujeres mueren cada año en México a manos de hombres violentos sin que exista un algo tan poderoso como una terminante ley que acabe con este mal.

Existen, del mismo modo, países que se han conformado con llevar a cuestas la vergüenza de ser llamados tercermundistas. Encasillados en un grupo, ya no de segunda, sino de tercera. Patrias gobernadas por una supuesta democracia en la que la forma de gobierno es la corrupción apoyada por un pueblo que opta por guardar silencio ante la avasallante criminalidad.

Optar por la castración no es ni será en pleno siglo regente ningún acto de criminalidad. Muy al contrario, es un beneficio social en favor de todo ser humano.

Estados Unidos, Polonia, Rusia, Moldavia, Estonia y Corea del Sur, son algunos países que han evolucionado en favor de sus conciudadanos. Han optado por la castración química y que no es otra cosa que inhibir los deseos sexuales de los pedófilos y arrebatarles esos deseos innobles que los llevarían de estar nuevamente en libertad a seguir reincidiendo en tal depravada acción. Obvio, México no aparece en la lista porque acá se es bien macho y atentar contra los genitales de un hombre mexicano, como se dijo al inicio, sería como atentar contra los del mismísimo Jehová. Adieu.

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