La pluma profana de El Markés

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“Incesto consensuado”

Don Aurelio vendió golosinas en la tiendita de la esquina por más de treinta años. Cuando cerró su miscelánea vendía donas y garapiñados en las afueras de la escuela. Murió a los sesenta años y le lloraron tantos como a Rigo Tovar el día de su muerte. Un año después tres de sus hijas, ya casadas, revelaron que sus críos eran hijos de su papá. Los hijos resultaron hermanos de sus mamás e hijos de su abuelo; los hijos ya no eran primos, sino hermanos, y así, todo se había convertido en una madeja, atole, capirotada de genes que nadie pudo descifrar. Las mujeres no condenaban a su padre. Lo defendían diciendo que había sido bueno con ellas y que nunca las había abusado de un modo violento. En otras palabras, había sido todo un incesto consensuado en el que el hombre había convencido a las niñas desde pequeñas de que guardaran silencio, llegando el tiempo en el que ellas lo aceptaban como algo positivo.

El abusador entreteje un plan perfecto para no ser descubierto. Se ampara de la soledad y la defensa que le dan las paredes infranqueables de un hogar al que nadie puede acceder, solo él y su familia. Nadie puede romper el secreto, y de ser roto, hay una consecuencia. Existen muchos que como don Aurelio, mueren sin pagar sus horrores; sin embargo, hay otros muchos que viven tras las rejas una buena cantidad de años acusados de violentar la integridad física y sexual de sus propias hijas o de algún familiar cercano. Parecería increíble, pero existe una cifra escandalosa de hombres acusados de abusar sexualmente de sus madres, y esos, justicia terrenal aparte, merecen un castigo ejemplar.

 

El mole es uno de los platillos favoritos de los mexicanos, tan igual como las notas rojas que llenan las primeras planas de los noticieros y periódicos en las calles. Hoy amanecimos en la Región Carbonífera, en el estado de Coahuila con que un padre de familia había abusado sexualmente de su hijo a lo largo de siete años. Esto podría parecer un caso aislado en nuestro estado, pero no es así. El calor que se cierne sobre el territorio coahuilense con hasta 45 grados centígrados a la sombra, parece haberse injertado en la piel de los hombres y mujeres que sin más ni más han cambiado el uso natural por uno innatural. Cada vez son más los casos de abuso sexual a menores en la región, esto hablando sólo Coahuila. Lo más triste del asunto es que las leyes son tan ociosas como para llevar a cabo un juicio justo, un dictamen que califique a tal o cual culpable a una condena merecedora.

Hoy por hoy las calles de nuestro país están llenas de criminales, abusadores sexuales y de hombres y mujeres violentos que siendo sentenciados a treinta años, salen a los diez por buen comportamiento o porque dejaban relucientes los sanitarios de la prisión.

Estamos tan acostumbrados a las leyes sin sabor de nuestra patria que muchos prefieren no denunciar; o en su defecto, no lo hacen porque muchas veces la policía misma está ligada al crimen y una denuncia podría resultar contraproducente.

El abuso sexual en México es cotidiano. Es el desayuno, comida y cena de los pederastas. Existe en las escuelas, jardines de niños, secundarias, iglesias cristianas, evangélicas o mormonas, también en los templos católicos. Los adultos se sienten dueños de los cuerpos infantiles y hacen con ellos y de ellos lo que se les pega en gana. La inocencia se rompe a la luz del día y a nadie parece importarle.

El incesto consensuado es una de las aberraciones más devastadoras que existen, y volviendo al tema de don Aurelio, por mucho tiempo las hijas pidieron a la comunidad que se respetara el recuerdo, la memoria de su padre. Lo más escandaloso fue cuando los familiares, dándose por enterados, acudieron al cementerio para violentar la sepultura. A la fecha solo sobrevive una de las hijas del difunto incestuoso. Muy poco saben sus nietos de lo que ocurrió hace muchos años, pero sus hijos saben que son hijos del abuelo, y que su madre jamás aceptó ser tocada por ningún otro hombre porque el abuelo les había dicho que era, aunque ustedes que ahora leen, no lo crean, un engaño. El hombre que había engañado por décadas, injertó en la conciencia de sus hijas que tener una relación con un hombre que no fuera él, era un completo engaño.

El mundo hoy en día está enfrascado en una contienda moral sin parangón. La sociedad va normalizando tantas actitudes, antaño sanas, como algo fuera de tiempo y necesario cambiar. Hoy la fidelidad es burlada, es una mofa, un “meme” como lo dicen las redes sociales. Hoy la inmoralidad circula en internet y los niños y jóvenes los adoptan como algo común.

Incesto consensuado, la pandemia que no vemos y está tan cerca de nosotros. Adieu.

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