La pluma profana de El Markés

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La magia del poder

En estos tiempos de la vida del México contemporáneo, la magia y la mafia del poder van de la mano.

En tiempos electoreros los magos de la política prometen barrer con toda calamidad que pueda amenazar la vida social. En tiempos de pandemia prometen salud como si estuviera en sus manos producirla. Sacan de su chistera bucal más fantasías que un cuentacuentos al grado de convertir su tiempo de campaña en toda una cautivadora ilusión que el electorado cree ciegamente.

Ya en el poder la magia sigue. Meten y sacan la mano del sombrero de copa apareciendo y desapareciendo millones en obras bien maquetadas pero jamás realizadas. Finalizadas las administraciones y ante las arcas vacías, no hay culpables, la mafia los ha asaltado. Así, en un infinito y perfecto contubernio, la mafia y la magia serpentean violentando la dignidad y la nobleza de un electorado que en un momento lanzó de vivas por un partido que al final del día terminó poniéndole el pie al cuello.

En aquellos tiempos en lo que divagaba y confundido erraba por los vericuetos de mi indecisión por definir mi futuro, me atrevía caminar las sendas del mundo industrial, es decir, laborar por una temporada en industrias maquiladoras. En ese mundito de esclavitud y sueños truncados, de horarios opresores y territorio de contante lucha entre calidad y producción, justo ahí, conocí toda la gama de la magia del poder.

Doce años de vida como un saltamontes en el que brinqué de una empresa a otra, tuve la oportunidad de ver, desde mi posición en el área de calidad, cómo se movían los engranes que mantenían a flote toda una empresa en la que el producto final valía mucho más que cualquier sentimiento humano.

En esta senda tuve la oportunidad de ver a personas a las que se les dio a probar un poquito de poder, y digo que un poquito porque muchos de ellos, conocidos míos, pasaron de ser costureros a jefes de líneas y de jefes de líneas a supervisores de piso o gerentes de calidad o producción. Desde ahí, desde esa altura en la que fueron colocados, comenzaron a mirar a sus equipos de trabajo, ya no como colaboradores para lograr un producto de amplia calidad, sino como subalternos, siervos, dependientes, súbditos y todos los sinónimos que nos lleven a revelar un trato muchas veces humillante.

Más de una vez llegué a escuchar a este tipo de líderes hablarle groseramente a su gente. Muchas de estas abusonas actitudes iban acompañadas de amenazas de despido si no cumplían tal o cual actividad a satisfacción. Vi gente renunciar con todo y su enorme necesidad de trabajar. Vi gente bajar el rostro y soportar el látigo verbal soportándolo todo al sentirse acorralados. En fin, ya lo dijo Abraham Lincoln, dadle al hombre un poco de poder y llegaras a conocer su carácter. Y perdí personas que creí eran buenos amigos. Los vi perderse en la banalidad, en el orgullo, en la falsa gloria del poder, en el camino del dinero ganado a base de abusos.

En base a todo lo que se ha escrito y en virtud de la experiencia, sostenemos lo que dijera Séneca, ese filósofo latino cuyas aseveraciones han regido la vida de cientos de miles de personas: El hombre más poderoso es el que es dueño de sí mismo. Tras esta aserción, se deduce que, sea cual sea el llamamiento que el hombre pueda tener, el control que posea de sí mismo sólo acarreará un rotundo ambiente de cordialidad.

Hemos conocido personajes del medio artístico, político o ciudadanos comunes, que han pasado a la historia por sus maneras tan nobles de ser, con todo y que sobre sus hombros se ha colocado un manto de responsabilidad altísimo. Se me viene al recuerdo Barack Obama y las muchas actitudes cordiales que tuvo en diversas ocasiones y que fueron capturadas por una cámara oportuna. Lo mismo del presidente de Rusia Vladimir Putin, quien sin importar su rango, ha dejado de lado protocolos ancestrales para atender necesidades inmediatas de los ciudadanos en su país. El Papa Francisco igual posee casos de amplia virtud y claro, el actual presidente de México que desde el inicio de su administración se le ha notado apegado a los adultos mayores a quienes sin importa que debe mantenerse un tanto alejado por su seguridad, se ha dado permiso para saludar, abrazar, tomarse fotografías y hasta pararse a la vera del camino a comer alguna golosina de los vendedores ambulantes.

Ahora que mencionamos al Papa Francisco, recuerdo esa frase en la que expresaba que en la antigua Europa y posteriormente en América, los grandes hombres elevados a regir sobre muchos, se habían encargado de volver gravosa la vida de sus conciudadanos al grado de endeudarlos y crear así una terrible atmosfera de dependencia. Todo ello, claro está, por una necesidad lo bastante egoísta de engrandecer su propio poder personal.

Hagamos como los grandes; vistámonos con nuestros trajes de magos y produzcamos sortilegios en bien de quienes creen en nosotros. No fuimos creados para la tiranía, sino para realizar con nuestros iguales, actos y proezas dignas de contarse en un futuro no muy lejano. Adieu.

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