EL LONCH
¡¡Con razón no te sientas con nosotros!!, ¿ya vieron, muchachos? ¡¡El modosito trae puros tacos de frijoles!!… y de un manotazo sus apestosos tacos de chorizo y frijoles negros fueron a dar al suelo con todo y aluminio. El idiota recién contratado no sólo se levantó de su lugar, también se pegó a la pared, nos miró a todos y se deslizó saliéndose de la cafetería. Detestaba a los nuevos porque creían que con su documento de ingeniero podían venir a opinar y aconsejar sobre tal o cual tema sin saber que yo, que tenía más de veinte años en la empresamanufacturera de engranes industriales, sabía más delasunto.
De un momento a otro “saltaría” ante el acoso, la carga de trabajo y la falta de personas que quisieran amistar con él. Más de una vez le dije que su papelito y sus palabritas refinadas no valían nada ante mi antigüedad.
En su tercer día mi puño fue a dar en sus fríos tacos que pretendía poner en el comal. Despanzurrados y manchada la pared lo miré a los ojos encontrando puro miedo en ellos. Me sentía amenazado, lo confieso. No le temía a su conocimiento, pues yo tenía la experiencia, pero sí a su documento de ingeniero calificándolo como sabiondo.
Cuando me di cuenta que lonchaba en la caseta con los guardias de seguridad en su afán de evitarme, hablé directamente con los jefes de la empresa de seguridad privada y al día siguiente habían despedido, no sólo a los vigilantes, también al ingenierito. Ahora nadie me acechaba ni amenazaba con quitarme la chamba. Vino entonces una larga temporada de paz en la que seguimos sacando la producción hasta que un día y sin esperarlo nadie, nuestro cliente mayoritario se quejó de que el producto entregado estaba en malas condiciones. Tras un profundo análisis del asunto, se dictaminó que mi orden de liberar el producto había desatado el problema. Fui despedido sin miramientos y sin un centavo por las pérdidas millonarias provocadas. A mi edad me fue imposible encontrar trabajo. Las comodidades desaparecieron y con ello un divorcio. De un día para otro caminaba las calles buscando un SE SOLICITA, pero no encajaba en ningún lado por ser un cincuentón.
Desesperado por las deudas y cuando creí que Dios mismo me había abandonado, agarré una chambita de encargado de un restaurante que recién había abierto sus puertas. El éxito del lugar fue tanto y el trabajo inmenso, pero lo confieso, fui incansable e hice que cada rincón se mantuviera impecable. Organicé a mi gente para que desde los cocineros hasta los lavaplatos hicieran bien su trabajo. A los pocos meses nos avisaron que el supervisor de ese consorcio restaurantero estaría por la ciudad y que estaría viendo muy de cerca nuestro desempeño. Mi afán de que todo fuera bien me había hecho ganar buenos puntos. Con todo y ello me estaba siendo muy difícil despegar y volver al nivel de vida que tenía. Deseaba volver a tener auto, sentirme relajado o ya de perdida un cuartito donde vivir, que fuera mío y dejar ese lugar que rentaba y me dejaba sin dinero.
La visita del gerente me ponía nervioso. Miedos me invadían, como también el hambre. La hora de su llegada era a las diez de la mañana y siendo las doce del mediodía les dije a todos mis subordinados que nos fuéramos a cafetería, pues el gerente llegaría pasadas las dos de la tarde.
Encendidos los comales y los tacos tostándose, un suave olor a café invadía el lugar. Pegada mi mirada a un poster de Lady Diana vestida de cocinera, percibía el delicioso aroma a barbacoa, carnitas u algún otro guiso que llevaban mis compañeros. La competencia era desleal pues con todo y que yo era su jefe, mis tacos de nopalitos y acelgas, eran una vergüenza. Esperé a que ellos terminaran para poder sentarme a comer y no tener que compartir de los míos y tener que tomar de los suyos que de verdad eran buenos.
En eso estaba cuando la puerta de la cafetería se abrió.
-Una disculpa por la tardanza, muchachos… no, no, no se levanten, sigan comiendo. De hecho traigo un apetito tremendo.
El supervisor había llegado y sin volver el rostro comencé a ponerme nervioso.
-No me juzguen de acoplado o arribista, pero créanme, ha sido un día agotador y les vuelvo a pedir disculpas. Antes de empezar la supervisión quiero comer algo, ¿alguien me invitaría un taquito?
-Ya todos terminamos, señor, no nos quedó nada, pero el señor Julián, apenas calienta su lonch- dijo uno de mis muchachos.
-Al volver mi rostro vi ahí a ese hombre que en otro tiempo llamaría “ingenierillo ” . Me miró silenciado y enseguida expuso:
-Qué suerte, señor Julián, me han hablado mucho de usted. Seguro sus capacidades de liderazgo no son tan buenas como su arte en la cocina.
Dejando mi lonch envuelto en el aluminio me dirigí a él para saludarlo.
-Bienvenido, señor, lo estuvimos esperando más temprano y…
-Ey, ey, ey, señor Julián, nadie está pidiendo explicaciones, olvide eso, mejor compártame uno desus taquitos antes de empezar a recorrer el restaurante, ¿ le parece?
Cuando elahora señor Balbuena se sentó con los demás y vio mi tardanza en los comales, se levantó y caminó hacia mí. Le echó un vistazo a mi comida mientras se servía café. Nos miramos. Indudablemente nos reconocimos. Recargado en la barra junto a la estufa se volvió a los demás y dijo:
-¡¡Con razón no se quiere sentar con nosotros y no nos quiere convidar!!
Sentí mi cara hecha una brasa. Mis manos sudaban y deseaba desaparecer, volverme nada.
Echando algunos tacos en un plato desechable los alzó y volvió al ataque:
-¡¡Nopales y acelgas!!… ¿Alguien cuerdo que coma esto?
Y sintiendo que era mejor estar del lado del patrón que mío, todos se echaron a reír. A mis más de cincuenta años quise llorar, de verdad que sí. Merecía lo que estaba pasando y no tenía ni la menor idea de que ser humillado así se si tierra tan feo.
-¿de qué se ríen todos? ¿Acaso nadie ha comido esta delicia?- expuso silenciando a todos
Yo no entendía nada. Todos voltearon a mirarme. También él lo hizo mientras me echaba su brazo derecho en mi cuello.
-Lo felicito, señor Julian. Muy pocos comen esto ahora y de verlo así, calientito, me recuerda a mi madre. Porque les cuento que mi madre murió hace algunos años. No le di el entierro digno porque por esas fecha me despidieron de un trabajo. Ella me hacía unos frijolitos con chorizo de lujo. Amaba sus taquitos por la mañana. Pero no a todos les gusta y hay hasta quienes los echan a la basura o los tiran al suelo… ¿pero qué pasa, señor Julián? ¿Llora usted? ¿Qué le emociona tanto?… venga, sentémonos con el resto antes que se nos enfríen los tacos… mmm qué delicia de nopalitos.
Esa tarde no hablé nada. La lengua se me había enrollado en la garganta y aquel líder que todos respetaban por su rigidez había desaparecido.
Durante el recorrido el señor Balbuena nos instruyó como todo un ingeniero sobre el cómo hacer mejoras y tratar al cliente de la mejor manera. De los tres días que estuvo con nosotros buscaba el momento de estar solos y conversar, y cuando por fin se pudo, y al ver mi intensión de tocar algún tema del pasado, me tomó de los hombros y me dijo:
-Es usted un buen líder, señor Julián. Le aprecio por su empeño y tengo buenas sorpresas para usted.
-Señor Balbuena, yo…
– Deje el pasado en su lugar. Siga como hasta ahora y claro, en mi próxima visita le encargo que prepare algunas docenas de taquitos de nopalitos y acelgas para todos aunque, si no es mucha molestia, algunos tres o cuatro de frijolitos con chorizo.
El joven Balbuena me pensionó años después. Me hizo fiesta de despedida en su casa y claro, quiso que pidiéramos tacos mañaneros que incluyeran frijolitos con chorizo, nopales y acelgas.
AUTOR: JUAN DE DIOS JASSO AREVALO
EL VIAJERO VINTAGE
@derechosreservadosindautor
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