La Pluma profana del Markés: “En defensa de los dioses”

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“En defensa de los dioses”

Hoy ya no le tememos al “Hombre blanco” o al “Cara pálida” como lo hacían nuestros ancestros, curiosamente le tememos al “Hombre prieto”, ese que somos nosotros mismos.

No hay nada peor para el planeta que un ser humano intentando destruirlo. No hay nada más infame para un dios que el saberse traicionado por su propia creación. No hay nada más malo que un ser humano humillando a otro a sabiendas que fueron creados para convivir en una sociedad en la cual habrían de compartirlo todo.

No hace mucho tiempo y como parte de una conquista espiritual, los colonialistas hicieron cuanto pudieron para erradicar todo aquello que tuviera que ver con un apego hacia toda deidad en la vida de los mesoamericanos y aridoamericanos. Durante mucho tiempo los cautivos fingieron creer en los ídolos traídos por los europeos para dejar de padecer la tortura física de no hacerlo.

Y fue así que mientras las estatuillas europeas comenzaron a aparecer por los altares que antes pertenecían a las deidades en toda América, los nativos veían en el rostro de aquellos ídolos, los de sus dioses. Fue así que mientras los españoles introdujeron unaefigie de piel morena para compenetrarse con los irascibles naturales que no se dejaban conquistar espiritualmente del todo, éstos siguieron por muchos años adorando muy en secreto a Manitú, Quetzalcóatl, Tláloc, Huitzilopochtli y muchos más. Ya dominados territorialmente, vino esa segunda batalla, la espiritual, perola cosa no resultó nada sencilla  pues es tiempo que esa intentona por apresar por ese lado al americano sigue flotando en los aires.

Hoy, en pleno 2020 y pese a que existen dioses importados del viejo continente, existen grupos étnicos que siguen conservando esa vida espiritual que los hace ser felices. Es notable hacer ver que dichos dioses tienen esa tendencia a desear que sus creaciones, sus hijos, vivan en un perfecto enlace con la naturaleza. Por citar algunos, bien podríamos mencionar a los indios Kikapú asentados en territorio mexicano y norteamericano. Los lacandones, ubicados en la casi impenetrable selva lacandona en el antiguo territorio maya; Los indios tarahumara en Chihuahua y las comunidades huichol en territorio potosino.

Caminar por las reservas de estos grupos que conservan costumbres ancestrales, es sentir en verdad la presencia de los dioses, sí, esos de los que ellos tanto hablan y enseñan. La gran curiosidad es que dentro de sus tradiciones verbales existe el conocimiento de que mucha de su artesanía fue inspirada por ellos que de un modo u otro les revelaron la ciencia del vestir, la cocina y el cómo y cuándo debería de adorarlos. Dentro de dichas costumbres y como se mencionó antes, estaba el respeto entero hacia la naturaleza… y es justamente la gran protección que estos grupos le dan a su entorno natural, lo que los ha llevado a vivir contiendas, como dijimos, ya no con el hombre “blanco” de antaño, sino con el moreno, con su misma gente.

En el año 2017 fue asesinado afuera de un hospital, Miguel Vázquez, líder huichol que por años luchó en defensa de la propiedad de las tierras de los indígenas. Una de sus muchas querellas fue la defensa de Wirikuta, sitio sagrado del pueblo wixárika. En 2018 fue ultimado Margarito Díaz González, marakame huichol y guardián del suelo sagrado wixárika. Su muerte fue un duro golpe a los huicholes quienes tenían en este hombre un gran defensor de sus costumbres y territorios. Hoy en 2020 y cuando el planeta entero padece los rigores de una terrible pandemia, el hombre sigue atentando contra aquellos que lo único que hacen es intentar preservar la sencillez del ser humano. Hace unos días la activista Paulina Gómez Palacio Escudero, también guardiana del monte sagrado Wirikuta, fue encontrada muerta luego de unos días de encontrarse desaparecida… no nos extrañe que tras estos asesinatos exista un red de intereses que tienen qué ver con la posesión de las tierras y por consiguiente en la destrucción de estos sitios sagrados en cuyo seno existen rico yacimientos de metales preciosos.

No nos sorprenda el amor de las etnias por sus deidades, esas que no se parecen en nada a las de uso común, a las importadas, a las insensibles, a las que no hablan ni salvan a nadie. Basta con ver los semblantes de estas personas que ataviadas en coloridos trajes, viven su vida pacífica y sonríen como si sus dioses, esos en los cuales creen ciegamente, así se los ordenaran. Sin duda sólo el retorno puede salvarnos de la calamidad del egoísmo de nuestro día a día. Adieu.

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