CD. DE MÉXICO.- Doña Mariana tiene 65 años y vive sola en un departamento de 40 metros cuadrados de una unidad habitacional del norte de la Ciudad de México, entre muebles rotos, sillas amontonadas, trastos de cocina, macetas con plantas ya secas, pilas de revistas y periódicos viejos, cajas de cartón llenas de ropa usada, envases de plástico, adornos de todo tipo, polvo, basura… que ha ido acumulando a lo largo de la última década.
Apenas sale a la calle para ir al banco, pagar los recibos de la luz, el agua y el gas, y comprar algunos alimentos. Por lo demás, no recibe ninguna visita ni les habla a sus vecinos, que desde hace tiempo se quejan del olor fétido que escapa de su vivienda día y noche.
El deterioro físico y mental de doña Mariana es evidente. Ella padece el trastorno de acumulación, el cual está considerado dentro del espectro de los trastornos obsesivos compulsivos por el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-5, por sus siglas en inglés), editado por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría (también se le conoce, de manera errónea, como síndrome de Diógenes).
“El trastorno de acumulación se caracteriza por un comportamiento desalineado, con pautas conductuales de acumulación de objetos y desperdicios, y un abandono del cuidado y de la higiene personales, y de las relaciones con los demás. Jóvenes o adultos lo pueden padecer, pero se presenta con más frecuencia en los adultos mayores”, dice Raquel del Socorro Guillén Riebeling, académica del área de Psicología Clínica y Salud de la Facultad de Estudios Superiores Zaragoza de la UNAM.
Si bien es cierto que en la aparición del trastorno de acumulación puede influir alguna alteración genética, la mayoría de las veces se presenta a partir de factores ambientales y conductas adquiridas.
“Algunas familias incluyen, en su patrón de usos y costumbres, la compra o adquisición de ciertos objetos a los que les otorgan un valor simbólico, por lo cual éstos se integran plenamente a la vida de cada uno de sus miembros. Pero con el tiempo es posible que un miembro de una de esas familias sea incapaz de deshacerse de tales objetos, debido precisamente al valor simbólico que representan, y comience a acumular otros iguales o parecidos”, explica la académica.
Ahora bien, hay que tomar en cuenta que, desde el punto de vista emocional, la valoración e interpretación de un objeto puede ser muy gratificante para una determinada persona, sin importar que los demás lo cataloguen como inservible, irrelevante o absurdo.
“La compulsión por acumular objetos es el principal mecanismo de este trastorno. Pongamos el caso de un individuo que hace un viaje a un estado de la república y se la pasa de maravilla, y allá compra una pieza artesanal que, desde entonces y para siempre, representará un momento muy valioso de su vida. Cuando regresa a su lugar de origen y encuentra otros objetos similares, los adquiere y los lleva a su casa porque también le traen el recuerdo de lo que vivió en aquel viaje, y este recuerdo se mantiene en su memoria y, además, se reproduce en el presente. El pasado ya no existe; sin embargo, para ese individuo, conservar dicho momento en su memoria y reproducirlo en el presente por medio de todos esos objetos que va acumulando se convierte en una obsesión. De este modo, al conjugar la acumulación de objetos con lo que significan, perpetúa la emoción que experimentó durante su viaje y que es más valiosa que todo lo que está viviendo en el presente; en pocas palabras, se ata, se vincula a un pasado irremplazable como si éste fuese una realidad eterna… Por supuesto, en la historia de quienes padecen el trastorno de acumulación también se pueden hallar deterioros y problemas emocionales de otra índole. Con frecuencia son personas violentadas, depresivas, que no fueron queridas o amadas”, añade Guillén Riebeling.
Una persona con el síndrome de acumulación no sólo se aísla de los demás, sino también de sí misma. Su obsesión acumulativa le impide vivir en forma adecuada y, sobre todo, bajo condiciones de higiene óptimas.
Así, no puede moverse con libertad dentro de su propio espacio, ni asearse correctamente, ni preparar bien sus alimentos, ni llevar a cabo ninguna actividad profesional o de esparcimiento, ni descansar…, porque los objetos y desperdicios que ha acumulado —y seguirá acumulando— invaden cada centímetro del lugar donde habita.
“Por si fuera poco, la acumulación de objetos y desperdicios puede ocasionar la llegada de plagas o fauna nociva, lo que supone un riesgo tanto para la misma persona como para quienes viven cerca de ella. En suma, quien padece el trastorno de acumulación no tiene una noción clara y objetiva de lo que significa el cuidado propio y el cuidado de los demás”, comenta la académica universitaria.
Por lo general, las personas con este trastorno que llegan a consulta lo hacen gracias a sus familiares. En ocasiones es necesario trasladarlas antes a una clínica o a un hospital porque su estado de salud es muy malo: tienen hipertensión arterial, diabetes u otra enfermedad que requiere atención inmediata.
“Los médicos y los psicólogos deben tener mucho tacto para acercarse a estas personas y lograr que acepten recibir ayuda en un centro de salud, pues, por el hacinamiento en que viven, resulta muy difícil y peligroso brindárselas en su propia casa. Aquí es importante señalar que no se puede iniciar un tratamiento del trastorno de acumulación, eliminando los objetos que esas personas han acumulado a lo largo del tiempo, porque ello implica alterar de golpe su entorno y, por consiguiente, faltarles al respeto. Las personas con este trastorno merecen ser tratadas con respeto, paciencia y tolerancia… Como primer paso hay que valorar sus emociones, su personalidad, su conducta y su cognición, para diseñar una estrategia que les permita alcanzar una rehabilitación emocional y una reestructuración cognoscitiva, y así desarrollar la capacidad para relajarse y solucionar problemas”, finaliza Guillén Riebeling.
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