“Sugar mom… y lo que resulte”
No tengo ni idea de lo que se trate el fútbol, en lo absoluto, pero mientras mi esposo Álvaro se convulsiona y grita ¡¡Henry Martin, te amo, cabrón!! mi celular igual vibra y mi corazón convulsiona al saber que Betico ya está buscándome. Álvaro odia que le metan gol, pero yo amo que me anoten uno aunque muchos dirían que estoy fuera de lugar, fuera de tiempo o merecedora de una tarjeta roja por hacer trampa luego de más de treinta años de casada. Hasta hace poco mi portería lucía como una de esas que existen en las canchas de los barrios más olvidados. No tenía red, pues me la tumbaron de casada, pero ahora tenía telarañas y hasta murciélagos. En el sexo mis hijos se convirtieron en mis enemigos pues apenas despertaron a la edad, este se fugó de la casa. Ya no había privacidad y Álvaro simplemente se dedicó a amar a sus peloteros americanistas y a beber cada fin de semana.
La llegada de la pandemia nos había dejado secos. Yo era abogada y Álvaro se volvió más iracundo, indeseable y borracho. Se la pasaba en la casa de enfrente con unos tipos igualmente panzones y futboleros.
Somos cincuentones, y en lo personal siento que todavía tengo derecho a sentirme deseada. Estoy medio viejona, pero maciza y soñadora. No quiero hablar de él, porque sigue algo guapo, pero segura estoy que aquello sólo lo utiliza para orinar y entretenerse viendo Only fans. Su vida es el fútbol, los amigos y la pornografía.
─Disculpe la tardanza, señora-me dijo un chamaco de tez rosada, sudada y muy principesca. El tráfico es terrible, pero aquí su entrega de comida.
Lo miré sorprendida porque no había hecho tal pedido. La comida vegana jamás había estado en mi mesa y ni idea tenía de lo que se trataba.
─¿Cuál es tu nombre, chamaquito?
─Alberto, Alberto Cienfuegos.
─Mira, Bético, eres muy amable y esforzado, pero te has equivocado de domicilio. Esta es calle Laurel, y no Lirio. Este es el número 363 y no 636. Tu calle es dos más adelante, y por el número, debe ser frente a la tienda rosa de dos pisos, ¿Sabes cuál?
─Sí, claro, La Trinitaria, tienda de sex Shop… y le pido una enorme disculpa por haberla levantado de su cama.
─No me he levantado de cama, ya es tarde, no digas eso.
─No se moleste, lo que pasa que la veo con su bata abierta, como si hubiera venido a abrir la puerta muy de prisa.
─¡¡Dios!! Oh, Dios, mijo ─dije espantada al tiempo que me ataba la bata.
Lo peor no había sido que me hubiera visto medio busto de fuera, sino que mi lencería era un modelo de hacía más de cinco años. Me sentí enrojecer y lo único que deseaba era que ese niñito desapareciera de mi vista.
─La he incomodado, perdón, perdón, perdón… la dejo, seguro ya no me recibirán este pedido y tendré qué pagarlo. Es tan cara mi universidad, pero ha sido mi culpa.
─No mijo, no se apure, aquí nadie pierde. Aguarda un momento.
Volví dentro de la casa y traje un billete de 200 pesos. Algo me hizo pensar en que qué diablos estaba haciendo, pero siempre he sido una mujer compartida.
─Toma, chamaquito. No sé cuánto cueste tu pedido, pero si no te lo reciben ya rescataste algo y te lo comes de premio. Y si no, pues ya tienes tu ganancia.
─No me diga chamaquito, que ya tengo veintidós años.
─Pues mira, yo tengo casi cincuenta y para mí eres un bebé grande.
─ ¿Cincuenta? Pero si aparenta lo más treinta. Además que con todo respeto que se merece, es usted muy guapa… tenga, soy mensajero, este es mi número, por si se le ofrece. Y no crea que soy tardado para las entregas, hoy fue un mal día para mí. Mi madre está muy enferma y tuve que ir a verla al hospital, y si le agrego el tráfico, pues imagínese…
─Súmale esta plática, anda, anda, ve, no vayas a perder tu trabajo.
Curiosamente no cerré la puerta cuando se fue. Esperé viéndolo abordar su cuatrimoto. Me sentí una grosera al ver sus gruesas piernas pegadas a un buen trasero de pompis voluptuosas. Me di pena, por vieja y corriente, pero algo se había batido en mi interior pues al ir al baño me había descubierto necesitada de algo.
─Mariela, te vas a la boda de tu sobrina tu sola. Hoy juega el América y son finales.
─No me frieges, Álvaro, ya habíamos quedado. ¿Cómo crees que iré sola? Hace mucho que no salimos a ningún lado, años.
─No sales porque no quieres. Yo seguido me voy a los encuentros y te quedas aquí porque quieres… y por lo que veo el próximo domingo será igual.
El día de la boda fue de infierno. Todos me preguntaban por Álvaro, al grado de salirme a las once de la noche. Manejando a casa recordé el número de Bético. Le marqué y en diez minutos pasé por él a un Oxxo. Me dolió me hablara de la muerte de su madre e igual se condolió de mi situación marital. Me ahorraré todo para decir que terminé en su departamento de estudiante llorando primeramente por mi fracaso como esposa, y después por lo feliz que me hacía estar ahí.
─Ya no llore, señora. Esos hermosos ojos luz merecen brillar de alegría, no de tristeza. Existen malos hombres, pero algunos somos buenos.
Escucharle “Algunos somos” me incluyó en su vida. Sus manos me tocaron el hombro derecho y respingué. Él abandonó su intento apenado, pero rápido le tomé la mano para que siguiera. Esa noche supe que cada estría tenía un valor, que cada pata de gallo en mis ojos podía borrarse y que cada amargura casera tenía un claro remedio. No sé cuántas veces vi a Betico en su departamento, un departamento que terminé pagándole el tiempo que estuvo estudiando. Le contraté una muchacha para que hiciera limpieza y le cocinara.
Me río de mí misma, pero sé que hice lo correcto. Empecé jornadas de yoga, zumba y escribir poesía.
Cuando mi cuerpo empezó a tornarse firme, le acepté a Álvaro una noche juntos. No, me aburrí como el Lama en un baile de Bronco. Me hacía falta Betico y su vigor, sus manos por mi cuerpo y sus palabras purpurinas viajando por mis oídos. Álvaro era un sucio robot oxidado y ser su portería no me interesaba. Yo tenía mi goleador y dejarme anotar se había convertido a mis cincuenta años todo un placer.
Cuando se graduó fui su madrina y le regalé un auto pequeño para que se moviera en la ciudad.
Álvaro sigue gritando ¡¡¡Goooooooooool!!! Y yo igualmente grito agarrada al respaldo de una cama que igualmente compré para mi muchachito de ya veintisiete años.
Sentada en el balcón de este quinto piso de mi vida miro al infinito. Betico duerme dentro. Malamente lo amo, pero soy feliz. Aparte de ser un buen abogado, es todo un poeta. No busca casarse pues para él la vida se vive solo y sin ataduras. Tiene novia, pero yo soy su secreto, un secreto llamado experiencia y que de paso lo tiene bien vestido, alimentado y con pase libre a cualquier viaje que se le antoje. La única que vez que me dijo que le gustaba fuera su sugar mom, le dije: Lo soy, y no sólo eso, también lo que resulte y en lo que termina el partido.