Ciudad de México.-De los últimos expulsados en la era Obama —2 millones 833 mil 849 mexicanos—, nació la organización Deportados Unidos en Lucha, encabezada por Ana Laura López, quien después de laborar 15 años en EU y de participar en protestas, el 30 de septiembre pasado fue detenida en el aeropuerto O’Hare, de Chicago, cuando pretendía viajar hacia nuestro país. Esperaba arreglar su estatus migratorio, visitar a su familia y regresar, pero sus planes se vinieron abajo cuando la deportaron.
Su familia, como tantas otras de migrantes, quedó fragmentada.
Y ahora, con palabras entrecortadas, admite que está en shock. Ella y otros deportados, que hacen esfuerzos por darse ánimo, se reúnen frente al Palacio de Bellas Artes o afuera del Museo Franz Mayer.
La sanción para Ana Laura es que no podrá volver a Estados Unidos en 20 años. Allá quedaron su esposo y su hijos Dany y Ángel, de 13 y 15 años, respectivamente, y cuyas imágenes muestra en su teléfono. En las fotos aparecen con un cartel: “I miss… my Mom. No more, no more deportations”.
En otra foto está ella, Ana Laura, con una pancarta: “No más redadas. Ni deportaciones. Ni un deportado más. No nos separen”. Era la efervescencia. Participaba en protestas, pues arreciaban las deportaciones. De nada sirvió.
Y ahora, frente a un incipiente grupo de personas, que forman parte de Deportados Unidos en Lucha, la mujer, de 41 años, les dice que una de las tareas es averiguar las fechas y horarios de los vuelos donde llegarán más repatriados.
“Todos hemos pasado por depresiones, lo hemos comentado, y aquí nos echamos porras unos a otros”, dice. “Nos platicamos lo solos que nos sentimos, lejos de las familias y de la vida que ya teníamos en Estados Unidos, pero también planeamos las próximas acciones, lo que vamos a hacer”.
Ana Laura, cuya madre murió en su ausencia, tuvo que llegar a vivir a casa de su padre. “Rentar es difícil”, dice esta mujer, quien tiene 11 tatuajes, entre los que destaca el de una mariposa, como símbolo de migración, y la palabra Love.
No puede ocultar su angustia.
“Sí, últimamente he estado muy deprimida”, dice. “Sí, extraño mucho a mis hijos”, resume, mientras dos laminillas de lágrimas cubren sus ojos.
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El gobierno capitalino tiene dos programas de ayuda para deportados. El primero aporta 25 mil pesos para que sean invertidos en un negocio; el otro, de 2 mil mensuales, con una duración semestral, es parte del Seguro de Desempleo. Ambos se proporcionan a través de las secretarías de Desarrollo Rural y Equidad para las Comunidades, y del Trabajo y Fomento al Empleo, respectivamente.
“Solo la Ciudad de México tiene el seguro de desempleo, es la única entidad federativa y esto permite que el apoyo sea durante esos seis meses”, comenta Amalia García, secretaria del Trabajo y Fomento al Empleo.
“Nosotros sí creemos que un proyecto productivo puede cambiar la vida de las personas migrantes”, señala a su vez Rosa Icela Rodríguez, titular de la Secretaría de Desarrollo Rural y Equidad para las Comunidades de la CdMx.
Los repatriados agradecen la ayuda oficial, pero piensan que no es suficiente: en Estados Unidos ganaban más y en dólares, sin importar la edad, que es uno de los principales obstáculos para ocuparse en México. La mayoría, además, mantenía a su familia del otro lado de la frontera y enviaba remesas.
Todo se conjuga en su contra: ingresos insuficientes, familias divididas, buscar trabajo en una ciudad que dejaron hace tiempo. Entonces son asediados por la incertidumbre, el estrés y la soledad.
Jesús Serrano es uno de los beneficiarios de los programas. Tiene 47 años. A los 20 se fue del país, igual que sus hermanos. Él fue deportado el 21 de marzo de 2016. Ya 20 años atrás lo buscaban autoridades por trabajar con documentos falsos. Tenía 27 años en Estados Unidos. Trabajó en talleres de costura, de lavaplatos, en bodegas y en las llamadas tiendas de segunda. De Oregón se fue a Las Vegas, Nevada, donde trabajó en limpieza de casinos. Ahí se especializó como técnico en fumigación.
Y de ahí lo deportaron.
“Ellos me esperaron a que yo saliera del trabajo, me siguieron y me echaron las luces del coche”, recuerda.
“Yo pensé que era un policía normal, pero me salió que era de migración. Me dice: ‘Mira, traigo todo tu récord’”, agrega.
Por un momento este hombre de tez morena, robusto, hace una pausa e intenta reprimir los sollozos, pero no aguanta y los ojos se le rasan cuando se refiere a sus hijos y esposa que dejó en Estados Unidos. Eso lo dobla.
“Todos tenemos familias allá y estamos divididos en el corazón de estar aquí y estar allá”, dice.
Luego, repuesto, habla de la importancia de reunirse con mexicanos que llevan el mismo pesar. “Eso me hizo sentir como en familia, porque al fin tengo a alguien con quien platicar de mis penas, con quien me entiende”.
Jesús fue beneficiario de los 25 mil pesos. Compró una vieja camioneta. Su intención es instalar un negocio de fumigación, pero no le alcanza para los aparatos y químicos, porque ya adquirió el coche.
En Santo Domingo, Coyoacán, una zona popular, es donde vive Jesús Serrano con su madre Angelita y un hermano enfermo, herido de la cabeza durante una riña. En Estados Unidos quedó su esposa y un hijo de 20 años, nacido en Mexicali, quien a los cuatro de edad ingresó por la frontera. “Está terminando la high school”, dice.
“La separación de mi hijo era lo que más me dolía a mí, porque dejar a una persona que es tu hijo, que quiere superarse más… yo, mirarlo a él crecer y no estar allá apoyándolo para la universidad, me duele mucho mi corazón”, comenta y se restriega los ojos y suspira..
Su hijo jamás había trabajado y ahora debe hacerlo para ayudar a su madre enferma. “Tiene diabetes”, dice Jesús.
Por una parte Jesús está contento, porque volvió a ver a su mamá, de 71 años, después de 20 de ausencia, y a su hermano y sus sobrinos, “pero cuando él, mi hijo, me habla, se me rompe el corazón”.
—¿Piensas regresar?
—Yo quiero regresar legalmente, pero me dieron de castigo 20 años —dice este hombre, quien recuerda que en Las Vegas ganaba 600 dólares a la semana y su esposa 350 en “un súper, de Chedraui, por cierto”.
Cada mes, durante años, Jesús enviaba de 200 a 300 dólares para que su mamá pagara la renta en México. Ahora él recibe de su esposa 50 dólares a la semana.
Ya es tarde-noche.
“Mi hijo es el único sostén”, dice Angelita, mientras lagrimea. Ella acaba de llegar con Jesús. Fueron a comprar mercancía a Tepito. “Tengo un changarrito de dulces para ir comiendo, pero no alcanza”.
Vida de deportados en shock…
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