Mariguana, su consumo le abrió las puertas a la delincuencia

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CIUDAD DE MÉXICO.-Un cigarro de mariguana fue la puerta de entrada al mundo de las adicciones para Héctor. Las drogas lo llevaron al hospital y a la cárcel, y aunque él salvó la vida, su hermano no corrió con la misma suerte.

Este hombre, de 47 años, originario del barrio de Tacubaya, compartió con Excélsior cómo a los 11 años probó la mariguana para desarrollar un sentido de pertenencia con la “banda” de su colonia, que se hacía llamar Los Gremlins, nombre alusivo a una película de 1984.

En ese momento, sus amigos le dijeron que la “mota” no era dañina, ya que era un producto natural. “Yo empecé fumando mariguana porque me decían que no me iba a pasar nada, que me iba a relajar, que era natural, que Dios la daba, que se daba en la tierra, que no causaba ningún daño, que me iba a dar hambre y que me iba a tranquilizar mucho, que me iba a hacerme olvidar de todos mis problemas”.

A esa temprana edad, Héctor, quien decidió usar ese nombre para mantenerse en el anonimato, comenzó a robar el dinero del monedero de su mamá y poco después, los mismos amigos que le proporcionaban las primeras dosis de mariguana le enseñaron a robar para poder mantener su naciente adicción.

“Recuerdo que el cuate este que nos la daba nos mandaba a robar a una tienda de autoservicio. Nos decía, ‘entren’ y como nos veían chavillos pues ni se imaginaban que entráramos a otras cosas. Él nos enseñaba   cómo “fardear” y cómo hacer todo ese tipo de situaciones y el premio era ése, ¿no?”

Cuando Héctor cumplió 13 años ya era adicto a la mariguana. “Rápidamente. Al principio era dos veces a la semana, tres veces de repente. Posteriormente, ya era despertarse y lo primero que se me venía a la mente era conseguir el clásico mañanero, que le dicen”.

La violencia siempre acompañó a Héctor que, en ocasiones y sin ninguna razón, agredía a la gente; sufrió las consecuencias. Actualmente, tiene dos placas metálicas en la mandíbula y en su cuerpo luce las cicatrices de navajas y balas que lo atravesaron.

Su adicción creció y buscó otras sustancias. “El problema fue que después sentíamos que necesitábamos algo más fuerte y empezamos a buscar más. Le preguntamos al cuate ese que nos la conseguía y él nos dijo que había unas pastillitas que se llamaban pasidrin y había otra que se llamaba rohypnol, que eran muy buenas y que esas nos iban a tranquilizar”.

Con 21 años decidió realizar robos más cuantiosos y también aumentaron los problemas. Dos años antes de que Héctor ingresara a un reclusorio de la CDMX, su hermano, dos años mayor y quien también ingresó por robo, fue asesinado en el interior.

A pesar de todas las experiencias, Héctor siguió experimentando con drogas y llegó a la cocaína, que le provocó cuadros de ansiedad y paranoias. En es ambiente conoció a la mujer que hasta hoy es su pareja. Ella se embarazó y dio a luz.

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