El azúcar moreno hacía burbujas en la sartén. La carne de chivo marinada chisporroteó cuando la agregaron. Luego le añadieron cucharadas llenas de aceitunas y alcaparras a la mezcla. Poco después, Altagracia Alvino, quien puede hacer este platillo con los ojos cerrados, se paralizó.
“¿Le puse picante a esto?”, se preguntó murmurando.
Alvino, de 66 años, intentó hacer el menor ruido posible porque eran las 7:22 a. m. y su marido y su nieto de 20 años, Vladimir Guerrero Jr., una de las máximas estrellas jóvenes del béisbol, estaban dormidos en el apartamento que la familia tiene en Toronto. No obstante, el aroma a carne cocinada era inevitable.
Alvino, con el pelo plateado recogido en una red, se agachó para inspeccionar la carne, decidió que le faltaba potencia y tomó un paquete de chile molido. Tenía bastante tiempo para perfeccionar el festín con arroz blanco, frijoles guisados y carne de chivo antes de que Guerrero despertara a las 11 de la mañana para dirigirse al Rogers Centre, con bolsas de comida para compartir con sus compañeros de equipo de los Azulejos y con sus oponentes.
Alvino tal vez sea la abuela más popular y poderosa del béisbol. Durante unas dos décadas, les ha llenado la panza a cientos de jugadores, la mayoría de los cuales han sido latinoamericanos que viven lejos de sus países. Su comida casera se ha convertido en una tradición que ha adquirido una popularidad especial entre los jugadores del país natal de la familia: la República Dominicana.
Algunos jugadores le dicen “abuela”, aunque la mayoría nunca la ha conocido. Estuvo ahí en cada una de las etapas de la carrera de su hijo Vladimir Guerrero, quien fue consagrado en el Salón de la Fama el año pasado, y ahora monitorea al hijo de Vladimir, su nieto.
“Lo hago por amor”, comentó Alvino hace poco, mientras bebía café en la mesa del comedor y cocinaba.
Alvino aprendió a cocinar en grandes cantidades en el puesto de comida de su madre en Don Gregorio, un pequeño pueblo de la República Dominicana, una nación apasionada por el béisbol. Después de algunos problemas económicos de la familia, Alvino se encargó de las labores de cocina del puesto a los diez años de edad.
Sin contar a Estados Unidos, ningún otro país ha dado más jugadores a las Grandes Ligas que la República Dominicana, y pocas familias han dado más que los Guerrero. Los cuatro hijos de Alvino —Vladimir, Wilton, Eleazar y Julio César— se convirtieron en beisbolistas profesionales, así como varios de los retoños de ellos. Vladimir Jr., un novato, es el único de los nietos que juega actualmente en las Mayores.
Aunque terminó viviendo con Vladimir durante la mayor parte de sus dieciséis años de carrera, Alvino vivió primero con su hijo Wilton, el hermano mayor de Vladimir, quien llegó a las Grandes Ligas para jugar con los Dodgers de Los Ángeles, semanas antes de que Vladimir se uniera a los Expos de Montreal en septiembre de 1996.
Wilton le dijo a su madre que sus compañeros dominicanos y venezolanos añoraban las comidas caseras, así que le cocinó un poco para que llevara al estadio. Se sintió aliviada cuando hicieron el cambio de Wilton a los Expos en 1998, pues eso le permitió cocinar para sus dos hijos. Cuando Wilton se fue de Montreal en 2000, le dijo a su madre que se quedara con Vladimir, quien se estaba convirtiendo en un invitado recurrente del Juego de las Estrellas, pero era menos extrovertido y menos talentoso en la cocina que su hermano.
Alvino se quedó el resto de su carrera con él, incluso cuando lo contrataron en Texas, Baltimore y Anaheim, donde el dueño de los Angelinos, Arte Moreno, también tomó parte en sus festines.
Alvino supuso que sus días como cocinera de peloteros habían terminado en 2011, cuando su hijo Vladimir terminó su carrera en las Grandes Ligas. No obstante, para 2016, Vladimir Jr., a quien ella ayudó a criar, ya estaba jugando como profesional y Alvino retomó su rutina. Vivió con él en todas las etapas de las ligas menores, desde los entrenamientos de primavera en Dunedin, Florida, hasta los Buffalo Bisons de la Triple A. El año pasado, Vladimir Jr. bromeó diciendo que Alvino se iría con él hasta China, si por alguna razón terminaba jugando allá.
“Siempre que tenga fuerza dentro de mí, debo darles esa fuerza a ellos”, mencionó Alvino para referirse a sus nietos. “Así que me he dedicado a esto”.
Hasta la fecha, Alvino rechaza que le paguen por su esfuerzo, incluso para cubrir el costo de los insumos. Vladimir Jr., quien les pidió a sus abuelos que vivieran con él en Toronto, se enorgullece de formar parte de la tradición de compartir la comida.
“Tenía que seguir haciéndolo”, señaló.
Alvino pica, revuelve y cocina como una muestra de amor, incluso cuando le duelen las rodillas. Hace poco, bromeó diciendo que los jugadores que ha alimentado durante décadas son parte de su prole, junto con sus 23 nietos y seis bisnietos.
“No esperaba que siguiera cocinando, pero fue gratificante ver que lo sigue haciendo”, comentó Nelson Cruz, el bateador de 39 años de los Mellizos de Minnesota, quien probó por primera vez la comida de Alvino cuando tenía 25 años y quien ha seguido su ejemplo,y lleva comidas al parque para su equipo y los visitantes. “Cuando vine a Toronto este año probé su comida. Sigue siendo la misma rica comida que comí en 2006”.
En una mañana reciente, Alvino cocinó siete kilos de carne de chivo, un kilo de frijoles rojos y cuatro kilos y medio de arroz. Habla solo el inglés necesario para pedir la mayoría de lo que necesita en la tienda cercana al apartamento de su nieto, a solo unas cuadras del Rogers Centre. Durante una larga serie de partidos que el equipó jugó de local, el refrigerador de la cocina y uno pequeño en la sala de estar –un préstamo de los Azulejos– están a reventar.
Muchos han buscado las recetas de Alvino, entre ellos el chef de los vestuarios de los Azulejos, pero ella no tiene ninguna formal.
“Lo único que mido es el arroz, para que no me quede medio crudo”, mencionó mientras lo vertía con aceite y agua a una sartén grande.
Su secreto es la salsa (sofrito) para sus amados frijoles guisados. Comenzó con un puré de cilantro, cebolla, ajo, apio y orégano, que trajo de la República Dominicana porque, según ella, sabe mejor. Agregó un poco de puré de tomate, varios paquetes de mezclas de condimentos, caldo de pollo y un poco de azúcar, el rastro dulce en los frijoles que ella cree que los distingue de los demás.
“Es increíble”, comentó Cavan Biggio, segunda base de los Azulejos, quien tiene 24 años y es originario de Texas.
“La mejor”, agregó el tercera base de los Medias Rojas de Boston, Rafael Devers, un dominicano de 22 años, quien comparó la comida de Alvino con la de su madre y su abuela.
Por supuesto, la dieta de un jugador tiene que ser variada. Cuando los Azulejos empezaron a sugerirle a Guerrero que perdiera peso el invierno pasado —estaba registrado con 1,88 metros y 113 kilos—, se las vieron con Alvino.
La jefa, así la llama el mánager de los Azulejos, Charlie Montoyo, quien es originario de Puerto Rico. Según Alvino, durante los entrenamientos de primavera, Vladimir Jr. perdió cinco kilos y medio después de que lo alimentó principalmente con batidos de frutas, pan tostado multigrano y carne, pescado y vegetales a la plancha.
Durante los seis meses de temporada regular, la dieta es menos importante pues quema muchas calorías entrenando y jugando.
Aunque jugadores de todos los países disfrutan de sus platillos, Alvino siempre le pregunta a su nieto cuántos dominicanos hay en el equipo rival. El fin de semana pasado, solo había uno en el equipo visitante, los Marineros de Seattle: el jardinero Domingo Santana.
Los jugadores no tienen que pedir una comida: cuando llegan al estadio, el plato ya está servido. Vladimir Jr. la lleva él mismo al parque y los asistentes del vestuario la llevan al de los visitantes.
“A veces ni siquiera pruebo la comida”, afirmó Alvino.
Podría parecer como si todos los beisbolistas dominicanos supieran de Alvino o tuvieran un vínculo con ella. El lanzador de los Yankees Luis Severino, de 25 años, mencionó que la cocinera de su familia en Nueva York es la nuera de Alvino. Esta temporada, antes de un juego en Toronto, el envío de Alvino al vestuario de los Yankees fue devorado tan rápido que Severino pidió una orden especial extra a través de la nuera. La recibió el día siguiente.
“Cuando estamos juntos en familia, ella siempre cocina”, comentó Ketel Marte, de 25 años, un jugador polivalente de los Diamondbacks de Arizona que está casado con una de las nietas de Alvino.
Solo hay una regla para las personas que reciben la comida de Alvino en el estadio: lava y devuelve el recipiente de plástico. Cuando Severino no lo regresó después de un juego, Alvino le envió otro al día siguiente con comida más una nota encima: “Regresa el recipiente”.
James Wagner es periodista deportivo y cubre el béisbol profesional para The New York Times desde junio de 2016. Durante dos años y medio reportó las incidencias de los Mets y ahora cubre a los Yankees, anteriormente trabajó en The Washington Post durante seis años, incluidos cuatro en los que cubrió a los Nacionales. @ByJamesWagner Facebook.
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