La pluma profana: “Su sana distancia”

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“Su sana distancia”

Y ¡¡Boom!! De pronto todo lo relacionado con la relación piel a piel, el afecto físico quedó restringido.

Lo que en un inicio vimos como algo absurdo y que nada tenía que ver con la tierra de Agustín Lara y Vicente Fernández, en un flash ya estaba aquí y mirándonos a los ojos. Comprendimos entonces que los dioses y la medicina se habían ido; que no había nada sino la fiel obediencia a lo que tal vez podrías menguar esto y nada más. En un santiamén desapareció el saludo, el abrazo, el beso en la mejilla, en los labios. Desaparecieron las caricias a los tíos, a las tías, a los abuelos y hasta a la familia. Volver a casa luego de una jornada laboral era una moneda al aire. Aterrorizado, todo el que salía a laborar sabía que arribando a casa podría portar en sus ropas las malignas esporas de la muerte. De pronto la limpieza se tornó algo mucho más que indispensable. Comenzaron a circular por la casa jabones, detergentes, geles y hasta ácido. La desconfianza comenzó a llenarlo todo y al mismo tiempo a vaciarlo. Las puertas de los hogares comenzaron a cerrarse y los supermercados a abrir nuevas entradas para atender las compras de pánico. En muy pocas horas las estanterías de los supermercados del primer mundo comenzaron a lucir vacías y en las del tercero, las tienditas de las esquinas.

Como si fuera una película de Hollywood, comenzamos a ver desde redes sociales y en la comodidad de nuestras salas cómo los chinos habían comenzado a perder la batalla contra una enfermedad extraña. De decenas pasaron a centenas y de centenas a miles los muertos que con celeridad debían ser sepultados… y así, así sin esperarlo nadie, las calles de los países más poderosos comenzaron a vaciarse. Comenzaron igualmente a morir por miles en toda Europa y América. El ser humano comenzó a olvidarse de lujos y de compras innecesarias. Hoy a muy pocos les importa la adquisición de bienes, de artículos que tengan que ver con la vanidad o el hacer inversiones de alto peso. Todo huele a muerte y desmoralización, a derrota emocional y desplome económico. La realidad es tan ensordecedora que ni cubriéndonos los oídos podemos escapar de ella. La fe se ha esfumado y la piedad también. Los pastores se han olvidado de la caridad y han comenzado a persuadir a sus rebaños a que se depilen la lana, que se las envíen porque han comenzado a morir de inanición al permanecer cerrados sus templos. Poseer aunque fuera un talento bien los hubiera podido salvar de la pobreza, pero no, viven del engaño, de hacer creer que hacen milagros, que aman a su prójimo y que los textos antiguos poseen esa fuerza salvadora que los llevará a la salvación en los collados eternos.

Hoy México ha superado los cuatro mil muertos por coronavirus y ha llegado también a cruzar los cuarenta mil contagiados. Cada vez huele más y más a muerte. Los brazos caídos se notan en los pocos que salen a la calle obligados a hacerlo al ser denominadas sus actividades como esenciales. Muchos estados se niegan rotundamente a permitir que los educandos retornen a las aulas. Cada vez son más los negocios que se van a la quiebra y otros más que calladamente han desaparecido. El comercio ambulante desapareció de las grandes ciudades sin necesidad de los granaderos. Las denominadas “pulgas” en el norte del país fueron cerradas y los mercaderes se vieron en la necesidad de acumular sus mercancías en el desván.

¿Cuál es entonces la salvación? ¿Hemos de aguardar la muerte inminente y con los brazos cruzados? La realidad dura y contundente es que una vacuna que termine con esto no existe… entonces la Organización Mundial de la Salud reitera una y otra vez el quedarse en casa y la sana distancia.

Asentados en la fase tres muchas personas todavía creen ser intocables. Viven su día a día como si nada estuviera pasando. Muchos creen burlar los retenes cuando, tratando de engañar, usan cubre bocas sólo al pasar frente a ellos, pero después, los desechan. Creen engañar cuando el engaño es para sí mismos. Y en ese escenario de ignorancia y orgullo los casos suben y suben porque no, eso no me va a pasar a mí.

La divina Sana Distancia… si tan sólo hubiésemos creído que era real. Si tan sólo hubiéramos sido un tantito crédulos cuando alguien nos dijo que la sombra de la muerte había cruzado el Atlántico luego de haber viajado sobre las olas hasta llegar a América. Hoy Tom Cruise no podrá salvarnos, mucho menos Silvester Stallone o Arnold Swarzeneger. Hoy nuestra salvación, o lo que sigue siendo nuestra única esperanza, es el permanecer en casa y respetar la Sana Distancia, fuera de ahí y si seguimos empecinados en la estúpida creencia de que es un fraude de los grandes líderes, entonces estamos muertos. Adieu.

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