La pluma profana de El Markés: “A propósito de culpas”

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El hombre que se encuentra en el empoderamiento, en la cima del éxito bien obtenido o mal adquirido, muchas veces cree tener todo el derecho de los dioses. Sí, aunque suene un tanto dogmático, lo cierto es que entre más elevado es el nivel económico del ser humano, su engreimiento es igualmente elevado. Y es desde ahí, desde esa plataforma que pareciera inalcanzable, desde donde se ejecutan muchas de las maldades, horrores y vergüenzas que han convertido al planeta en una notable ruina.

Generalizar sería caer en perjurio, la realidad es que en muy pocos casos, el poder en manos de un hombre sensato, o por lo menos con un poco de esta virtud, ha creado periodos de regocijo, de deslumbrante desarrollo o lo que los italianos llamarían muy certeramente, “Renacimiento”.

Posterior a la crueldad de la Segunda Guerra Mundial, vino un florecimiento como pocos. Los líderes, no deseando repetir el horror de esa gesta que había dejado millones de muertos, la gran mayoría civiles inocentes, le apostaron al desarrollo, dejaron que las mentes brillantes tomaran su espacio y que demostraran que la virtud era mucho más poderosa que la violencia.

Por mucho tiempo México ha buscado ese ciclo de solaz a su ya larguísimo periodo de desconsuelo. La corrupción que reinó durante muchas añadas trajo consigo una aparente estabilidad que no era otra cosa que una terrible rapiña a manos llenas y en una sigilosa operación hormiga. Por años y años los que se hicieron llamar gobernantes y salvadores de los pobres, fueron vaciando de a poco los silos. Así, para cuando el pueblo acordó, los almacenes de grano estaban en poco menos que un suspiro.

México ha sido el libro abierto del que muchos países han conocido la tragedia de la injusticia. Sucesos tras sucesos han pintado la historia de la nación en tonos marrones. Justicia es una palabra que simplemente se usa en tiempos electoreros, pero que olvida apenas el líder en cuestión se ha sentado en el trono. Hablar de trono es hablar de principados y emperadores. Con todo y que siempre se le ha hecho saber a la ciudadanía que se es habitante de un país democrático, la realidad es que se ha vivido en un imperialismo bañado en una fina chapa de oro.

Por acá se tiene la falsa teoría de que el pueblo aguanta y olvida, pero no es así. Afortunadamente la sociedad ha tenido el valor de echar abajo un régimen gobernante para elegir, por medio de la democracia o la libertad del voto, un nuevo partido. Así, los que se decían de la derecha por méritos de antigüedad, se han convertido en la izquierda o en mucho menos que eso, en casi el olvido.

Esa entereza que ha tenido la sociedad de cambiar de partido, no siempre ha resultado muy positivo. En el año 2000 no se “acabó el mundo” como por siglos se creyó, pero sí el partido blanquiazul logró coronarse en las elecciones a presidente de la república.

Desafortunadamente los desatinos que trajo dicho partido en los primeros seis años y luego otros mortales seis liderados por Calderón, terminaron siendo la ruina para muchos mexicanos quienes envueltos en el fuego cruzado de la lucha contra el narco, perdieron la vida.

Doce años de gobierno le bastaron a los mexicanos para saber que el blanquiazul no era opción. Tan noble como siempre ha sido el mexicano, optó por darle una nueva oportunidad al partido tricolor poniendo encima de sí, a un chamaco elegante y sin experiencia que lo único que hizo fue rodearse de toda una elite de personajes corruptos que lo llevaron a cometer tantos ilícitos como en su momento hiciera Arturo, “El Negro” Durazo como jefe del departamento de policía y tránsito en el entonces Distrito Federal.

Así, entre ambos partidos se sucedieron una serie de atropellos tan dolorosos para el pueblo mexicano que, como se dijera líneas atrás, no olvida. Ha pasado mucho tiempo desde que la Guardería ABC fuera el contenedor de la muerte. Los años han pasado, pero los padres de todos esos pequeños que perecieron por las lenguas hirvientes del fuego, siguen aguardando justicia. El consuelo, eso es otra cosa, eso no llegará nunca.

No hace muchos días por fin salió a relucir que algunos de los culpables irían prisión. Poco a poco la justicia toca a la puerta. Lo mismo decimos sobre la catástrofe de Pasta de Conchos, ese imperio minero en el estado de Coahuila en el que pereció una cincuentena de trabajadores y de quienes hasta la fecha, sus cuerpos nunca fueron rescatados. Después de muchos años se reabrió el caso y el recobro se ha iniciado. Si habláramos de Acteal, eso igual sería un guiso a cocerse a fuego lento… culpas, culpas, culpas, son cientos de culpas las que se echan unos a otros en un infinito y voraz afán de escapar de la justicia.

Si bien es cierto que ha sido la corrupción la que ha impedido se ejecute la justicia al momento, también es cierto que el mexicano ha sido paciente. Sabe que la justicia se verificará a su tiempo. Sabe que sus muertos no tornarán, pero aunque suene cruel, el saber que los culpables se pudren en la cárcel, les da algo de solaz, y eso, eso es justicia. Adieu.

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