La pluma profana de El Markés

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“El camino sin retorno”

Corría el año 2006 cuando un grupo de personas llorando abandonaron lo que por mucho tiempo había sido uno de los sitios más privilegiados económicamente. Se llamaba y se sigue llamando Pasta de Conchos. Bajo tierra más de cincuenta hombres se consumieron lentamente en una terrible mezcolanza de gas grisú, tierra y escombros. Los que iban derrotados y cabizbajos llevaban consigo sillas, bultos, tiendas de campaña y trastos con residuos de comida. Todos ellos eran madres y padres de familia, esposas, hijos, hermanos, tíos, cuñados y amigos, muchos amigos. La prensa fotografiaba inmisericorde sus expresiones de desconsuelo, sus pies amoratados y sus muchos kilos menos. La autoridades no estaban ahí, nadie, ni siquiera las locales, menos las nacionales. Cuando sobrevino la explosión todo el orbe envió a sus reporteros de más experiencia y en el caso de México a los más apuestos y a las reporteras más bellas. Los líderes internacionales enviaban comunicados de solidaridad y de pronto los cabecillas del gobierno nacional se hicieron presentes. Los flashes encandilaban, los micrófonos entrevistaban y las viudas, relegadas, lloraban aguardando una razón, una esperanza de vida, un algo que les dijera que valía la pena seguir esperando, seguir viviendo. Los lloros que al principio llenaban el ambiente, con el paso de las horas se convirtieron en suspiros; con el transcurrir de los días, silencios prolongados, con el de las semanas odios, con el de los meses, de venganza y con el de los años, un abrasivo rencor contra el gobierno entero.  Después de ahí lo que vino fue una secuencia de abusos, atentados a la dignidad, explosiones de ira, corruptelas y al final, el olvido. Los dineros comenzaron a correr por las manos de las viudas una y otra vez para acallar sus rencores, sus clamores y sus amenazas de destruirlo todo. Sus expresiones apocalípticas y sus deseos de exprimir más y más al gobierno llevaron a una comitiva a visitar instituciones de poder como la de Derechos humanos y otras dependencias internacionales. Hoy Pasta de Conchos es un montón de tierra negra en el olvido, terreros usados como escondite de parejas sedientas de sexo y recovecos donde se esconde el viento.

Entonces los mineros, ya olvidados, comenzaron a andar el camino sin retorno, tan igual a los cientos de jerezanos y otras comunidades cercanas a Fresnillo que, aterrorizados por el crimen organizado, salieron de sus hogares en busca de sus salvación, de su seguridad, en busca de la vida junto a sus hijos. Hoy existen muchos pueblos en Zacatecas en los que solo el viento entra en las casas. Nadie se atreve a entrar en las ellas por miedo a ser descubiertos por los diversos carteles y ser ejecutados…. ¿y qué hay de los muertos de esos pueblos? Igual que los demás, emprendieron el camino sin retorno a la eternidad. Sus cuerpos fueron puestos en tumbas clandestinas y condenados a ser solo un numero en una macabra estadística.

Hoy al salir de una tienda de conveniencia me detuve un poco a ver los periódicos viejos que ya nadie compra. En la portada aparecía una fotografía en la que se mostraba a un grupo de personas caminando y saliendo de los terrenos de lo que fuera minera El Pinabete, justo donde quedaron enterrados nueve mineros. Se habla de que las viudas aceptaron una indemnización y un monumento a los caídos, sin embargo, hay viudas exponiendo que fueron obligadas por una mujer que a punta de amenazas y falsa seducción, las indujo a firmar un acuerdo. Como la gran mayoría cedió al pedimento, el resto igualmente lo hizo. Y es que luego de casi un mes de una lucha frenética por sacar los cuerpos vivos o muertos de los mineros atrapados, finalmente las autoridades expusieron que era imposible y que lo mejor era acordar con las familias algo económico.

En esta ida de la mina El Pinabete no había, como al inicio, reporteros nacionales ni internacionales. Tampoco estaba el gobernador del estado, la alcaldesa y mucho menos el presidente de la república. Ahí estaban los deudos, saliendo solos del predio y cargando sus pocas pertenecías. Caminaban entre el lodo debido a las torrenciales lluvias que terminaron por ensombrecer la situación y de estropear las labores de los rescatistas.

¿Qué se siente andar el camino sin retorno cuando todos te han dado la espalda?

Ahora los mineros de Pasta de Conchos, los del Pinabete y los espíritus de otros muchos han quedado relegados a una cifra mortífera, ahora ya nadie habla de Horacio, Julián, Jaime o Manuel, ahora solo son los cincuenta y tantos de Pasta de Conchos y los nueve del Pinabete, números, números y números, los nombres no importan, sólo esa cifra fría y maldita tan hermana del olvido.

La gente se sigue yendo de Fresnillo y de Jerez en un viaje sin retorno a sus pueblos, esos que ellos sembraron, disfrutaron y en los que vivieron felices. Se han diseminado aquí y allá, saben que no hay vuelta a casa.

Hoy los mineros muertos, los expulsados por el narcoterrorismo y los migrantes que han cruzado medio continente, son la suma de un todo inmisericorde, la suma del orgullo, la insensibilidad y la corrupción de mundo. Ahora cada uno ha emprendido ese camino del que no habrá más repatriación. Adieu.

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