La pluma profana de El Markés

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“CERESOS, Pesares maternos”

Nadie desconoce que una madre es capaz de ofrendar su vida por un hijo. Suena un tanto novelesco, romántico o idílico, pero es muy cierto. Ser madre es un sentimiento y una responsabilidad que se lleva con entereza y nada suele menguarles el fervor de serlo.

Las tragedias mineras en nuestra región y en otras al centro del país son una prueba de esto. Las mujeres pernoctan fuera de la mina hasta que la última esperanza se diluya. Podrán decirles que han muerto, que no saldrán y que si lo hacen saldrán en pedazos, pero con todo y ello, permanecen agotadas, con hambre y sed hasta no cerciorarse de que efectivamente han muerto… y entonces, al saberlos muertos, el clamor llena el aire, un lamento profundo y desgarrador que viaja más allá de las nubes, infinito e imperecedero.

Luego de casi dos décadas laborando para el gobierno federal en una institución de telecomunicaciones, he visto decenas de mujeres de rostros desencajados y tristes asistir a nuestras oficinas a enviar dinero a los ceferesos.

En su gran mayoría son mujeres maduras y ancianas. Puntualmente van y dejan en nuestras arcas el poco dinero que tal vez tengan para poder mantener a sus vástagos, esos hijos que por infringir la ley, hoy se encuentran recluidos en uno de los diversos centros de readaptación social que existen en el país. Cada mujer tiene una historia por contar y nosotros, siendo mucho mejores que los sacerdotes, escuchamos, consolamos y animamos. Sabemos que la esperanza de que cobren en un tiempo corto su libertad, es casi nula. Ellas de sí mismas saben lo que tienen y lo que tuvieron en casa por mucho tiempo. Algunas de ellas fueron violentadas por esos que, privados de su libertad, ahora suplican misericordia, piden ayuda sin medir el sacrificio que sus progenitores tienen qué hacer para alimentarlos.

Las decisiones que se toman en la vida siempre tienen una consecuencia; desafortunadamente el resultado no sólo golpetea al que infringió la ley, también al que los estima, ama y aprecia. Es verdaderamente indescriptible escucharlas decir de esos encuentros que se dan una o dos veces al año. Visitas que se verifican con muchos sacrificios y sólo para verlos algunas cuantas horas. Existen reos que son llevados hasta el estado de Sonora, otros a Guadalajara y Guerrero. Las distancias son mucho muy lejanas, sin embargo, el amor de una madre rompe la imposibilidad. Muchas de ellas se endeudan en grupos de préstamos y otras, al límite de la desesperación, ceden y empeñan todo o poco de lo que tengan con tal de estar un momento con sus vástagos.

No hace mucho uno de esos jóvenes que había estado prisionero en el cefereso de Hermosillo, en el estado de Sonora, asistió a la oficina para saludarnos. La verdad tenía curiosidad por saber quién era ese muchacho que había entrado de dieciocho y ahora tenía más de treinta. Sabía su nombre y sus apellidos, también de sus gustos y de sus sueños, todo lo sabía por boca y testimonio materno. El hombre había estado encerrado por tráfico de drogas y como nunca había sacado de su alma el gusto por los estupefacientes, en muy poco tiempo volvió a la sombra, a las rejas, al cautiverio. Ver a la señora semanas después entrar a nuestra oficina fue desgarrador. Ya no era la misma. Ni ella podía entender cómo su hijo había desperdiciado esa oportunidad para regenerarse, no entendía cómo había sido posible que en menos de un mes ya estuviera siendo buscado nuevamente por las mismas cosas que al inicio.

La mujer no vivió mucho y del joven no volvimos a saber más.

Es este uno de los muchos casos que vemos diariamente. Es bonito ver los rostros felices cuando nos cuentan que dentro de unas semanas, días u horas, sus hijos serán liberados. Sus ojos brillan esperanzados, sueñan con que se han reformado y, no es que no lo hagan, muchos de ellos se insertan en la sociedad con mucho éxito y su pasado en una terrible mancha que luchan toda la vida por olvidar; sin embargo, una gran mayoría de ellos tornan al error porque un mundo oscuro ya los espera afuera, un mundo que sabe cómo manejarlos, que sabe que ofreciéndoles dinero o polvo, pueden ser excelente ayuda en la delincuencia organizada.

Hoy la realidad nos ha enseñado que los centros de readaptación social son en realidad escuelas del crimen. En ellos los internos muchas veces refuerzan su odio contra la sociedad y contra las leyes. Su costumbre de estar ahí los obliga a que, luego de estar libres, volver a delinquir y tornar a su hogar, a ese sitio en el que están los amigos, el alimento gratis patrocinado por mamá, por papá, por los hermanos y hasta por los abuelos.

La gente juzga y dice que los hijos son así por la educación que reciben en casa; sine embargo, afuera, en las calles, en la escuela, con los amigos o las redes sociales, esa es otra educación, esa que no se puede controlar y si la persona es débil o fácil de convencer, torna a formar parte de esa sociedad viciada que tanto daño hace a quienes sí se esfuerzan por salir adelante.

Madres destrozadas, madres regocijadas, madres felices… rostros, rostros y más rostros… mujeres fuertes y débiles al mismo tiempo, pero al final y como un gran total, madres abnegadas que jamás dejarán a un hijo que por más que los demás llamen oveja negra, ella lo seguirá viendo blanca. Adieu.

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