La pluma profana de El Markés

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“La última oportunidad”

La pandemia nos enseñó una cosa: sin oxígeno no se puede vivir. Los que padecieron los rigores de la enfermedad hoy pueden atestiguar que el respirar con fluidez es lo más precioso que se puede tener en la vida.

Desde el arribo de la Revolución Industrial en 1760, el hombre no ha cejado en su lucha por auto destruirse. Pareciera algo loco, pero es como si, harto de vivir, uno mismo se tomara del cuello y pararse la respiración. La autodestrucción podría ser personal y hasta cierta manera aceptable, cada uno busca la felicidad o la miseria a su modo. Intentar la destrucción colectiva, ya es otra cosa. Me hace recordar un artículo que en cierta ocasión tuve la oportunidad de leer y en el que se decía que Hitler había mandado fabricar una bomba que se accionaría en caso de que perdiera la guerra, o su lucha de lo que solía llamar la supremacía aria. Dicho apartado igual mencionaba que tal artefacto se encontraba escondido en la profundidad de la tierra y muy cerca al núcleo. Mito o realidad, siempre han existido personas dispuestas a destruirlo todo si sus planes no salen como lo han planeado.

En la actualidad los recursos naturales se han ido agotando de un modo escandaloso. Es impresionante cuando vemos en redes sociales de un antes y un después de tal o cual presa, río, paraje u alguna reserva. La diferencia es mucha. De la abundancia a la sequía. El detalle en estos casos es que la diferencia no es de un siglo a otro, sino de década a década.

No sabría decir con qué empezó el ser humano a menospreciar su vida.La contaminación del agua ha sido una tragedia contra la que no se ha podido luchar. Si bien es cierto que existen países con altas reglamentaciones para cuidarla, otros muchos se han encargado de intoxicarlas. Existen ríos en los que la basura cubre sus cauces. Hablar del aire es algo de lo que las empresas de elevadas chimeneas no desean hablar. Además, la dominante producción de automóviles dio una intoxicación tan severa al aire, que a la fecha algunos países, en particular, México, ha tendido que tomar cartas en el asunto obligando a los propietarios de autos a mantener en casa sus vehículos y sacarlos únicamente cuando les toque hacerlo. Con todo y eso los altos índices de contaminación parecen no menguar en la ciudad más grande del mundo.

Era yo muy chico cuando ya circulaba el rumor de que la capa de ozono empezaba a adelgazarse. La radio y la televisión, únicos medios informativos, además de la prensa impresa, alarmaban con un terrible desenlace si no se cambiaba de actitud. A casi 50 años de aquella propaganda, hoy padecemos los rigores de un calentamiento global que cuando fue mencionado como tal, sólo causó mofas ante lo fantástico de sus supuestas consecuencias. Las terribles inundaciones que han azotado a muchas ciudades sólo dicen que es una consecuencia natural del desorden que nosotros mismos hemos causado. Igual podríamos hablar de las destructoras granizadas y el deshielo de los polos. Si hablamos de la tala inmoderada, existen vistas aéreas en las que la mancha verde se ha reducido escandalosamente. En la actualidad existen cientos de activistas ecológicos que invierten muchas horas en su combate a favor de la preservación de la vida. Bien podríamos hablar de la vida animal, vegetal, o simplemente de la vida en general. De igual modo existen muchísimos defensores ecologistas que han perecido víctimas de quienes solo la codicia les importa. México está situado en los primeros tres países en el mundo que asesina a sus defensores naturales. En los últimos años han perecido bienhechores de santuarios de la mariposa monarca, de sitios montañosos religiosos, cuidadores de especies en extinción y protectores de árboles de madera fina.

José Ascensión Carrillo, uno de los luchadores más intrépidos en la defensa de sus pueblos contra los empresarios extranjeros en Mazapil, fue brutalmente asesinado hace unos días. El móvil del crimen es un símil a muchos otros en los cuales, defensores de áreas naturales que han sido invadidas por depredadores, han perecido. Entre las muchas peleas de Ascensión contra la empresa Peñasquito, estaba el hecho de que siendo la empresa explotadora de oro más grande del mundo, no diera a los trabajadores un pago debido. También el hecho de que la mayoría de los empleados eran traídos de otros estados, mientras que los hombres de la región no tenía empleos. Lo más importante de su lucha fue que la significativa contaminación de la empresa estaba contaminando el suelo, las aguas y la notable destrucción de la fauna y la flora.

Ya lo digo, la pandemia del Covid 19 nos enseñó una cosa: sin oxígeno no hay vida. Los que soportaron las severidades del sufrimiento pueden certificar que el respirar con facilidad es lo más precioso que se puede tener en la vida. Respirar es igual a vivir. Hagamos todo cuanto esté en nuestras manos para conservar el aire puro. Luchemos contra la contaminación y contra todo ese monstruo humano que pretenda destruir el ecosistema con estúpidas empresas temporales que lo único que consiguen es erosionarlo todo. Adieu.