La pluma profana de El Markés

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“Soldados caídos”

Soldados caídos hay muchos, pero muy pocos con honor. Todo hombre que fenece haciendo honor a su nombramiento divino de ser padre u hombre responsable, merece ser coronado con una aromática rama de olivo.

Llegué a las alturas del promontorio de tierra sólo para ver el terrible desfiguro que había dejado la tragedia en la mina de arrastre en Rancherías, municipio de Múzquiz, Coahuila.

Los lloros, las súplicas de las madres, las esposas, las hijas, los hijos, llenaban la atmósfera. Había voces reclamándoles a Dios y a los hombres los porqués de todo aquello. A Dios por su abandono y a los hombres la falta de seguridad. Los clamores se extraviaban en un denso ambiente que jamás había experimentado… A cambio, el viento implacable, frío y solemne sólo les devolvía el silencio, el mutismo de un Dios atrincherado en sus mansiones celestiales negándose a dar explicación alguna que pudiera sanar las heridas.

El cirio puesto por los creyentes hacía horas que se había consumido, pero no la fe. Dos mineros muertos estaban fuera y las autoridades competentes ya los habían llevado para los análisis correspondientes. Con ellos se habían ido los deudos y mucho de nuestros sentimientos rotos; pero todavía estaban en aquel hocico negro tan parecido a los terribles círculos de la Divina Comedia cinco mineros más de los que no se sabía nada. La atormentada esperanza flotaba sobre el espíritu decaído de los familiares. Una parte nos decía que los milagros existían, muchos otros en el pasado habían resistido o habían buscado el modo de sobrevivir, esta podría ser una ocasión parecida.

Hacía tanto que la sociedad por estos lares no andaba por las calles así, solemnes, callados, de pasos serenos, como quien ha perdido el interés en todo.

¿Recuerdan Pasta de Conchos hace ya más de diez años? Más de cincuenta hombres bajaron núcleo adentro de la tierra. Salieron de casa como cada día en dirección a su jornal. Algunos se despidieron de sus mujeres como cada día, otros no lo hicieron porque no tenían esa costumbre. Entonces ya no volvieron. Entonces se los tragó la tierra. No hubo despedidas, pero sí mucho llanto. El horror de no volver a ver ni sus cuerpos causó una terrible desesperación que ha perdurado a través de los años. Es imposible no recordar aquellos días tan parecidos a estos. Cada hora valía. Por las calles reinaba el silencio y como ahora, nadie hablaba ni decía nada. La sociedad por estos lares era fantasmal. Y es que las expresiones derretidas evidenciaban un dolor inextinguible. Hoy, con la modernidad y la abundancia de redes sociales, la gente de continuo mira sus aparatos móviles para ver qué ha sucedido, cómo van las cosas. Siempre hay noticias, aunque repetitivas y dichas de diferente modo, pero al fin noticias. Ha salido al fin otro minero, van tres. Lo sacaron muerto, pero ya está fuera. Su madre se ha arrastrado hasta él para amasarlo, llenarlo de caricias. Sus lágrimas se pierden, se mezclan con las del lodo, del agua turbia y ennegrecida. Los demás se sienten igualmente contagiados por el dolor y se lanzan a un lloro generalizado. Los rescatistas tragan saliva. Quieren llorar, pero no pueden darse ese lujo y se van a descansar en lo que otra cuadrilla ya se interna seno adentro de la mina.

Hasta hoy sólo han salido cuatro mineros, todos muertos. Los especialistas ya han evidenciado que no murieron a causa del derrumbe, sino por ahogamiento. Entonces viene la terrible escena en nuestras mentes. Imaginar el momento de miedo, de desesperación al ver venírseles el agua encima… ¿qué pensaron en esos últimos minutos antes de perecer ahogados? Y es que mientras braceaban entre el turbio líquido que de pronto se había convertido en su enemigo, tuvieron el tiempo suficiente en pensar en algo, seguro en sus hijos, en sus esposas, en sus padres… no, no querían morir, eso es seguro, pero pudo más la invasión del agua en su cuerpo y el agotamiento de su oxigeno lo que terminó por vencerlos. Entonces sus cuerpos flotaron suavemente hasta reposar en un sitio a causa de su peso. Y así, ya muertos, manos ansiosas los tomaron al encontrarlos. Luego vieron la luz y la muerte. La luz de la superficie y la muerte en la expresión derretida de sus familiares.

No hace muchas horas algunos rescatistas aseguraron haber escuchado silbidos y ruidos adentro de la mina. Bien podría ser que su imaginación los engañara ante la ilusión de encontrar a los tres mineros que faltan o el eco perdido de otra cosa; sin embargo, todo, y hasta esa fantasía es válida cuando no se quiere perder la esperanza de rescatarlos vivos.

Ya lo dijimos, soldados abatidos hay muchos, pero son escasos los que van eternidad adentro con honor. Todo hombre que sucumbe honradamente cumpliendo con su responsabilidad de hombre y padre de familia, merece el honor más alto.

Hoy por hoy, México está de luto; Coahuila sigue gimiendo por la castración de la que ha sido víctima; Múzquiz y la Región Carbonífera solloza silenciada, en pucheros agónicos por lo que viene, por los que se han ido y por los que todavía están posiblemente enterrados entre el fango de la injusticia. Adieu.