La pluma profana de El Markés

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Caballos de Troya

Como individuos y como sociedad, el hombre se ha permitido por voluntad propia o por dejadez un sinfín de invasiones que a la larga lo han convertido en lo que ahora es, en lo que hoy somos.

Memorar la historia en todos sus aspectos, sin duda alguna ayuda a tener cuidado en los pasos que damos para darle mejores tientes al porvenir. Sin embargo, los días y lo vivido nos han enseñado que preparados para estudiar la historia, no estamos. Optamos por vivir el día a día a tientas creyendo tener el conocimiento suficiente como para enfrentar lo que se nos viene. Cegados de orgullo hemos visto venir la vida y sus desafíos como una pelota de tenis, comúnmente acertamos el golpe, pero cuando lo hemos fallado, hemos pagado la consecuencia de la inexperiencia.

Una de las batallas más fabulosas de la historia nos ha enseñado en su trasfondo, que permitir “sólo un poquito” puede llevarnos a la larga a la perdición. Escritores e historiadores del pasado como Heródoto, Jenofonte y Tucídides, develaron por medio de su arte de la crónica todo un mundo de experiencias bélicas en tierras griegas y muy aplicables al día a día, sin embargo, fueron Homero y Virgilio quienes magistralmente contaron, aunque sea de un modo muy breve en la Odisea y en La Eneida, ese enfrentamiento en el que confabulados los dioses, se sacó lo mejor y lo peor de los hombres. Hablo de la guerra de Troya.

Cansados de aguardar y ver cómo derrotar a los troyanos, los aqueos echaron manos del siempre preclaro Ulises para lograr invadir al enemigo por medio de la estratagema consistente en la elaboración de un enorme caballo de madera que fue ingresado en la ciudad de Troya como un obsequio. Confiados de ver ese monumento fuera de la ciudad, los troyanos la ingresaron a sus patios. Por la noche, la enorme mole de madera fue abierta emergiendo de ella una parte del ejército griego que sin pensarlo, atacó al enemigo. Fue así, por medio de esta idea, que fueron invadidos y derrotados.

¿Cuántas invasiones nos han perjudicado por nuestra propia ociosidad de ser lo bastante incautos e incultos? ¿Cuántas veces hemos dicho un No pasa nada, y terminamos atorados en un conflicto difícil de evadir?

La llegada de los estupefacientes y otras sustancia tóxicas que se han encargado de envenenar la vida de la juventud en México, no fue algo fortuito. Su ingreso a la nación se fue dando gracias a la corruptela que por años y de a poco, permitió su llegada. Al principio se hablaba casi nada de ello, muchos pensaron que no era nada relevante. Sin saber cómo, la nación fue llenándose de cárteles o grupos peleando por espacios que les permitiera comercializar la droga. Para cuando acordó la sociedad, ya no sólo estaba la marihuana en su estado natural circulando por la nación, ahora estaba la cocaína, el crack, la morfina y otras drogas creadas artificialmente e igual de mortales.

Si bien México es un país lo bastante noble como para hospedar a extranjeros, la llegada de centroamericanos de manera ilegal, fue algo que escapó y ha escapado de las manos del gobierno de un modo lo bastante escandaloso. Si bien su ruta es el norte, una profusa cantidad de estos se ha ido quedando a lo largo del país. Con todo y que una parte importante de ellos se ha dedicado a hacer una vida sana en la nación, otra parte se ha convertido en un problema grave para la sociedad.

El coronavirus, por su parte, llegó muy tímidamente a México. Relajados y creyendo que no era para escandalizarse y asegurando que por clínicas no habría de qué preocuparse, la mayoría de los mexicanos vivieron su día a día como si nada pasara. A la vuelta de un año si no es que todos, sí una notable cantidad de hospitales están colapsados y cientos de muertos a causa del mal. Dejamos entrar el mal desobedeciendo las reglas de salubridad. Nunca lo vimos como una alarma a la que se tuviera que poner atención y así, sin saber cómo, ya teníamos el terrible caballo de Troya en toda la nación.

Creo que el mayor caballo troyano que hemos dejado entrar a nuestra vida, sin duda es el del orgullo y la vanidad. De continuo los diarios de mayor circulación y las redes sociales llenan los titulares con noticias que tiene que ver con el abuso contra las mujeres, los niños y los adultos mayores. Escenas escalofriantes en las que personas hieren a otras por el color de su piel, si idioma o su origen étnico. Nos enfrentamos con tristeza con mexicanos viviendo en los Estados Unidos y que al encontrarse a connacionales los tratan como invasores, los humillan y los hacen sentir que son lo indeseable. El orgullo es una terrible larva que consume el espíritu de las personas, te vuelve frío y siempre en la búsqueda de lo propio. En esa tarea contaminante del ser sólo un yo universal, se consumen los buenos principios y así, con un enorme caballo de Troya de engreimiento invadiéndonos el alma, condenados estamos a ser peores de terribles que cualquier virulenta enfermedad.

Como humanos en colectividad o de un modo independiente, nos hemos permitido por voluntad propia o por pereza un sinfín de intrusiones que definitivamente nos han convertido en lo que hoy somos y a tener lo que merecemos. Adieu.

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