La pluma profana de El Markés

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“Madres buscadoras”

Hace poco, pero muy poco y mientras andaba por las populosas calles de Saltillo, me topé frente a la casa de bella y suave cantera rosa un árbol; bueno, podrías decirme que cuál de todos si ese lugar está lleno de árboles. Pues había uno muy frondoso del que no colgaban frutos ni flores. No era el árbol del bien y del mal que habla la Biblia, tampoco el árbol del fruto prohibido y mucho menos la zarza ardiente desde la que Jehová le habló a Moisés. Tampoco era el árbol de leche que aparece en los códices prehispánicos al cual se prendían para beber los primeros hombres creados. Yo lo llamaría el árbol de la muerte. Y lo nombraría así porque de él pendían un centenar de fotos de hombres y mujeres que habían desaparecido en distintas fechas. Una anciana que de inicio pensé aguardaba la ruta para volver a casa o que esperaba a alguien, se mantenía sentada en una de las bancas de hierro que bajo ese árbol no recibía ni un rayo de sol. Cuando la vi sollozar muy disimuladamente, me preocupé. Era una anciana y algo le ocurría. Cauteloso me acerqué y tras cuestionarle si le podía ayudar en algo, alejó su semblante hacia otro lado. No niego que temí ser rechazado o hasta acusado de acoso aunque mis intenciones fueran las más sanas, y es que en estos tiempos todo puede salir mal cuando tú crees que todo debe salir súper bien. Incomodado pensé en retirarme, de modo que pedí disculpas, me puse de pie y fue ahí cuando escuché su hermosa voz diciendo, es por mi hijo que estoy así. Al momento supuse que sus razones tenían mucho qué ver con las imágenes que pendían del árbol. El árbol de la muerte le mostraba a esa linda mujer de más de sesenta años la foto de su hijo que, según ella, tenía doce años de desaparecido. La fecha me hizo saber que coincidía justamente con esa época de violencia que había azotado al estado de Coahuila y que le había arrebatado la vida a cientos de hombres y mujeres. Ya en confianza me dijo que su hijo trabajaba como guardia de seguridad privada y que una noche simplemente no había vuelto a casa. Con veinte años de edad y una vida apenas iniciada, la mujer se había abocado en buscar por todos lados. Se había unido a grupos de búsqueda, y aunque habían encontrado osamentas y rastros de otros desparecidos, el de su hijo no apareció por ningún lado.

Lo que por mucho tiempo se mantuvo en la oscuridad, silencioso y amordazado, hoy sale a flote gracias a las redes sociales. El tiempo en el pasado estaba como prisionero por la falta de transparencia. No existían las redes y la comunicación o la información se quedaba colgada en las ramas de los árboles y muchas veces, en el silencio de los que sabían y no decían nada. Por siempre y por mucho tiempo, muchas mujeres y hombres fueron desaparecidos sin que nadie supiera que pasó con ellos. Las madres y los padres de familia perecían sin saber qué había pasado con esos críos que juntos habían procreado y que de un día para otro nadie había vuelto a saber. Nadie sino sólo ellos supieron lo que era padecer hasta lo indecible al no saber qué había sido de sus hijas, sus hijos, padres, hermanos.

Cecilia Patricia Flores Armenta no es una mujer cualquiera, es una guerrera incansable, poderosa, intrépida y dispuesta a ofrendar su vida, como lo hiciera la ya fallecida Maricela Escobedo, por causa de su hija. Cecilia Flores perdió a dos de sus hijos y sin saber si viven o no viven, su búsqueda ha sido tan intensa y tan cercana a dar con los culpables, que de pronto ha comenzado a recibir amenazas de personas extrañas. Una y muchas veces ha solicitado al gobierno se realice una intensa pesquisa para dar con esos personajes que constantemente y de un modo u otro la acosan e instan a que deje su necesidad de buscar lo que según ellos, ya no tiene caso hacer. Toda madre y no solo Cecilia, preferirían saber de una vez si sus hijos viven o no, pero por otro lado y con tener este conocimiento, no bastaría. Las palabras se las lleva el viento y la confiabilidad no existe cuando cualquiera y hasta el gobierno mismo le podrían decir mentiras, Cecilia quiere pruebas, quiere rastros, quiere una confirmación de que tal o cual hueso son de alguno de sus hijos.

Los colectivos de búsqueda existen en México por nosotras, dice Cecilia en rueda de prensa. Y es totalmente cierto. Jamás se había ideado o planeado una agrupación colectiva para búsqueda de más de seis mil personas extraviadas si un día Cecilia no se hubiera convertido en punta de flecha y haber dicho, hagámoslo nosotras porque el gobierno jamás lo hará.

La lucha y la búsqueda no han terminado, sigue vigente, constante y tenaz. Los colectivos cada vez son más y como desaprobación social contra el gobierno, es más lo que encuentran unas mujeres amparadas por el amor y la justicia, que un gobierno frío, insípido y poco interesado al que no le importan para nada sus hijos. Adieu.

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