La pluma profana de El Markés

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Sobriedad patriótica

Encendamos el televisor: El reloj marca las diez de la noche. El presidente de la República vira un poco el rostro hacia la enorme ventana de madera de estilo rústico en esa estancia de Palacio Nacional. El motivo es la suave voracidad de un murmullo proviniendo de una masa uniforme de personas apostadas en el Zócalo de la Ciudad de México. Minutos adelante se dará el Grito de Independencia y los meseros prestos ya distribuyen el fino vino con el que se brindará por un aniversario más de la emancipación del pueblo mexicano.

Las copas suenan, la bebida corre por las gargantas y los nombres de quienes fueron los causantes de firmar la carta independentista han sido olvidados por la presión del momento. Minutos adelante el primer mandatario ya camina junto a la también llamada primera dama. El lujo es descabellado: Él, traje corte italiano y ella, vestido de diseñador europeo, maquillaje y peinado de estilista particular cuya labor es atender a damas de muy alto nivel. El calzado no se diga, traído de Francia sólo para esa ocasión. La dama de limpieza en Los Pinos sabe que jamás volverán a ser usados. Lo sabe porque desde que labora ahí desde hace cinco años, cinco pares han pasado por su vista, los ha llevado al desván, los ha contemplado muy de cerca, los ha acariciado, ha soñado con tener unos iguales y ha caído en la osadía de probárselos en el más completo y riguroso anonimato.

La recepción del lábaro patrio de manos de la escolta militar se ha llevado a complacencia de todos. El primer hombre del país ya se encuentra en el balcón y por quinta ocasión desde que fue puesto sobre él el manto del poder nacional, ve con desprecio aquella masa humana aguardando las palabras que por unos minutos lo harán sentir libres… y vienen las párrafos, los nombres, las frases previas al momento más orgásmico de la noche… siguen los vivas, muchos vivas, luego las campanadas, la pólvora, el grito de ese hombre que con aparente pundonor ondea la bandera de derecha a izquierda ante la vista de miles de capitalinos… sigue más y más pólvora… muy lejos, allá a la distancia escucha reclamos y frases de vilipendio que le son como acostumbrados piquetes de insecto. Se ha hecho duro, indolente, sordo… y las palabras que salen desde lo más profundo del alma del que sufre, viajan en el espacio y sobre la cabeza de cientos de miles que ya para cuando llegan a su oído, han perdido fuerza, sabor, su fin… entonces sólo arriban a él como un suave y frio rocío invernal.

Luego viene la Burla, sí, esa diosa que acompañada de la Injusticia llegan ataviadas de sus mejores galas para sentarse en una mesa reservada en el salón más hermoso de Los Pinos. Personalidades que van desde artistas, políticos y empresarios han sido convidados a ese evento especial que año con año se verifica en ese recinto para cenar y brindar de un modo más social por los beneficios de la Independencia. Meseros van por aquí y por allá distribuyendo ron, vodka, wiski, cerveza y bebidas artesanales. El ejército resguarda el lugar. Helicópteros sobrevuelan la mansión y grupos de inteligencia se mantiene al tanto… afuera, en el resto del país, existe la réplica del suceso con gobernadores, alcaldes o alguaciles… y allá, mucho más afuera, el pueblo se gasta su quincena en negocios donde en compañía de su familia gastan los pocos centavos que les han quedado en el bolsillo y que celosamente han guardado para esa ocasión en especial… y lo cierto es que el pueblo sí vive la Independencia. El pueblo sí grita con pasión cada uno de los nombres de esos personajes que nos dieron libertad… el grito del puebloposee esa savia que no tiene el que grita desde el balcón… el pueblo ama, el pueblo anhela, el pueblo sigue creyendo y lo seguirá haciendo mientras la nobleza siga colmando su alma.

Tal pareciera que la sobriedad a la que nos ha confinado esta pandemia va muy acorde con la que ha traído consigo la llamada Cuarta transformación. Con todo y que sabemos que al evento del Día de Independencia, con toda seguridad se dieron cita personalidades de alto rango para lo que fu el brindis previo al Grito, no se podrá comparar jamás a esos encuentros versallescos que viejas administraciones tenían en este día. Y es que si nos diéramos el tiempo para navegar en la historia y en las redes sociales, no nos costaría mucho dar con vergonzosas escenas en las que se evidencia el modo en el que se destapaban botellas de vinos finos y comidas de alta cocina, ambos gustos de precios exorbitantes. Justo como fue revelado líneas atrás.

Impresionante es la palabra para describir el momento en el que la Esperanza, ataviada con su ropa de suaves velos blancos, se echó en aquella copa del Zócalo y volverse una llamarada. La diosa Esperanza corrió a bofetadas a La Burla y a la Injusticia. Y es que no había más nada que el presidente de la República exponiendo a voz en cuello los nombres que en su tono, en su intensidad, en su pasión, se convirtieron en personajes que volvieron a tomar ese papel que parecía no tener vigor en voz de otros mandatarios. Y ondeó la bandera, se elevó la pólvora, no corrió el vino, pero sí las lágrimas de ilusión creyendo que si un día pudimos romper el yugo español, hoy se podría igualmente librar de una pandemia dispuesta a aniquilarnos.

Hoy vivimos una sobria experiencia patriótica. En todo México fue igual: plazas vacías, ausencia de esos olores de las comidas y los colores de las artesanías. Por primera vez vivimos la experiencia desde casa y supimos que lo más valioso que podemos tener como mexicanos, sin duda alguna es la salud y la libertad. Adieu.

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