La pluma profana
“El miedo a la vejez”
Sin duda alguna uno de los miedos más grandes que tiene el hombre en la actualidad, es el saber qué será de ellos cuando llegue el tiempo de la dependencia, ese tiempo en el que se estará en manos de alguien más para sobrevivir. Hoy en su gran mayoría los hijos huyen de la gran responsabilidad de cuidar de sus padres. Muchos son los ancianos que ya ni siquiera terminan en un asilo, sino simplemente en sus casas sin agua, sin gas, sin luz y en el peor de los casos sin alimentos. Muchos viven de la misericordia de los vecinos. Los diarios y noticieros en línea están llenos de terribles noticias de ancianos muertos en el abandono y si no congelados, si deshidratados o de hambre.
No hace mucho y a razón de que me hice presente en el Banco Bansefi, me enfrenté con algunas situaciones curiosas cuando algunos adultos mayores estaban recibiendo su apoyo. Ahí estaban, tal cual son, serios, juguetones, reclamantes y otros, otros más reflexivos y bien portaditos. Esos son nuestros adultos mayores, y todos tan especiales y auténticos. Nunca tratan de aparentar algo que no son y me entusiasman sus envidiables ganas de vivir, el gusto que les da de reencontrarse con gente de su camada y que únicamente hallan cada dos meses, y que fortuna volver a atinarse cuando por su edad se camina por un sendero muy angosto. Mi gusto será acaso por el hecho de que me agrada involucrarme y codearme con la sabiduría y con la sabiondez de la vejez antes que con la necedad y vanidad de la juventud, y es que siempre tienen algo que contar de la manera más blanca y divertida. No les importa carcajearse cuando se requiere, ni les importa mostrar sus decadentes y muchas veces vacías encías, la autenticidad es lo suyo ante la falta de lujos, ese es su estado muy natural, y me envuelvo en su mundo de ensoñaciones y tiempos que se fueron pero que al recordarlos los hace volver su mirada al horizonte, hacia los mezquites, hacia los aromáticos huizaches para jalarlo nuevamente al presente, son tan vivos e impasibles como aquellos molinos hidráulicos que gobiernan sus ranchos; y me contagian cuando aguzo mis oídos para compenetrarme con sus pasados de progreso y familias unidas, de sus yuntas y expreses, de sus hijos emigrados y las buenas costumbres.
En su gran mayoría estos ancianos tienen esa mirada serena, eterna y de visión extensa. Su actitud es de nobleza y sumisión y a eso aspiro, a volverme viejo y gozar de mi senectud en un limbo existencial en el que lo que me rodea no me afecte en lo absoluto. Y los veo irse con su dinerito, contentos de que el gobierno se acuerde de ellos y les dé su lugar… y no falta el aporreador de ilusiones que amargadamente dice que el gobierno no ayuda nada, que todo aquello es de nuestros impuestos… ¿y eso qué? no importan los medios, sino los fines… valen más esas sonrisas que el saber de dónde viene los fondos, esos son nuestros viejos, esos que en los albores del centenar de años tienen una caja de pandora en su cabeza atiborrada de un caudal de experiencias y sabiduría que ya quisiera el más encumbrado de los millonarios. Y me puede el que nuestros viejos no sean atendidos como se lo merecen. Los dejamos morir solos aunque nos enoje escucharlo. No miento cuando escribo con tristeza que hay hijos que acompañan a sus padres a los eventos y que luego de despojarlos de su dinero los dejan sentados en el agobiante calor donde se verifican las entregas.
Hoy vivimos en una sociedad que se cree poseedora de todos los poderes de la vida social a razón de tener todas sus capacidades en plenitud. Se ha encargado de a poco en hacer de este grupo algo tristemente vulnerable y frágil a la que nos hemos afanado por llamar de mil maneras despreciables: Ancianos, viejos, ochentones, veteranos, anticuados, etcétera… yo los llamo, como muchos otros, adultos en plenitud, un término perfecto que los ubica en un estándar de capacidad plena en el que justamente están colocados… y es que fuera de lo que la ciencia ha brindado a pasos agigantados, estos hombres y mujeres bien pueden enseñarnos sobre el cómo vivir una vida llena de concordia, integridad y sapiencia, y es que pareciera que en su silencio y aislamiento, su aguardar sentados e imperturbables, mirasen nuestro modo desesperado e irreverente de conducirnos.
Y como dije al inicio, uno de los miedos más grandes que tiene el hombre es el saber qué será de ellos cuando llegue el tiempo de la dependencia. Se dice que se recibe lo que se siembra, pero hasta en eso hay falla pues hay hijos bien educados que al final y presionados por sus parejas terminan olvidando. Anhelemos el futuro próspero, tengamos fe y aguardemos ese fin al que todos llegaremos un día. Adieu.
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