La pluma profana de El Markés

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“Benedicto”

El 15 de enero de 1980, muchísimos años antes de que fuera papa, Benedicto XVI tomó parte en una de las reuniones secretas que al salir a luz muchos años después, se convertiría en una de las causas que lo llevaría dimitir del poderoso cargo de sumo pontífice de la iglesia católica. En dicha reunión se habló de “cobijar” a esos sacerdotes que por debilidad habrían cometido actos sexuales contra menos, además de acciones homosexuales. La idea era tenerlos en tratamiento terapéutico en Múnich. Sin embargo, con todo y que dichos tratamientos para erradicar estas costumbres de la iglesia fueron constantes, la situación nunca cambió, al grado de que al llegar al papado, tales actos de encubriendo lo llevaron al declive. Lo más extraño del caso es el hecho de que una de las cosas contra las que fue implacable este hombre, fue el hecho de denominar como cosas del anticristo, el que la sociedad tomara la homosexualidad, el aborto y fecundación in vitro, como algo normal.

Muchas veces se va por la vida viviendo a plenitud. Haces, deshaces y cuando crees que has triunfado, que has vivido con honorabilidad y que estás listo para llegar a la meta, laureado y dispuesto a reposar, el destino te detiene. Te pone un alto y te llama, te dice que pares, que no rompas el listón sin haber recibido el veredicto del juez más grande, el del destino. Es justo en ese momento cuando el tiempo te alcanza y te das cuenta de que el pasado cobra y jamás borra lo que un día tu voz expresó, tus manos hicieron o tus pies anduvieron. Las acciones existen por ahí medio flotando en el tiempo y es hora de enfrentarlas. Y llega la justificación de que fueron acciones perpetradas durante tu tiempo de inexperiencia, se era tan joven y tan tonto, pero al destino no parece importarle tus opiniones, sólo le interesa que pagues, que te enfrentes al más grande juez que viene siendo el pagar hasta el último céntimo de tus decisiones.

Los escándalos que tenían qué ver con el pasado de Ratzinger fueron tan apabullantes, que siendo ya viejo se dio cuenta que no podría contra el oprobio, la vergüenza de ser señalado por una comunidad internacional capaz de escupirle la cara. Si un día el mismísimo Jesucristo habría dicho: “Dejad que los niños se acerquen a mí”, durante el periodo de servicio de Ratzinger todo se había salido de control. Tras destaparse el terrible escándalo de abusos sexuales a menores de edad en Alemania, el entonces papa no le quedó de otra que aceptar que había habido levedad de su parte y poca atención al problema. El hombre había estado al tanto de lo que sucedía. Había recibido cartas de reclamos de padres exigiendo justicia tras los abusos sexuales contra sus hijos, pero a cambio, sólo había habido silencio.

“Una vez más sólo puedo expresar a todas las víctimas de abusos sexuales mi profunda vergüenza, mi gran dolor y mi sincera petición de perdón. He tenido una gran responsabilidad en la Iglesia Católica”… y así, sumido en una terrible depresión que nadie quiso denominar como tal, el llamado Ratzinger de nacimiento y apodado Benedicto, terminó por sentarse en lo más íntimo de su aposentos en el monasterio Mater Ecclesiae del Vaticano, donde residía desde el 2013, año en el que “voluntariamente” había dejado de lado su histórico llamamiento como líder del catolicismo.

En definitiva a la iglesia le apremiaba dar un vuelco a la precaria condición de una iglesia cayéndose a cuajos. De salvación aún quedaba el vago recuerdo de un papa polaco que según se decía se había llamado Juan Pablo II y que había dejado un manto de misericordia, enseñanzas y una bella estampa. Pero eso era sólo un recuerdo que Ratzinger en modo alguno podía igualar, su expresión, en nada compasiva, no se parecía en nada a la de un Juan Pablo que lucía sonriente, amoroso y muy piadoso. El hueco que había dejado el polaco era tan enorme que con el paso del tiempo Ratzinger consideró muy seriamente imposible de llenar… y fue justo aquí cuando las investigaciones le cayeron encima culpándolo muy directamente de los abusos contra cientos de niños en diversas instituciones.

Se dice que es malo y hasta de muy mal gusto hablar mal de un fallecido, sin embargo, es igualmente sano no enaltecer, alabar, pigmentar de brillos purpurina y hacerle buenas estampas a quien fue culpable de la violación sistemática de muchos niños. La palabra violación ha logrado acomodarse como un vocablo cotidiano, pero violación implica dolor, golpes, grosería, perdición, maltrato y muchas cosas más. De no pararse ni poner cada cosa en su lugar, la fanaticada terminará por beatificar y luego santificar y poner sobre un altar la imagen de un sujeto señalado como la máxima representación de la perversión.

El papa emérito, Benedicto XVI murió antes de terminar el 2022 pasados los noventa años. Murió aparentemente en paz mientras que la paz fue algo de lo que carecieron muchos niños abusados sexualmente durante su administración, y la de homosexuales perseguidos por ser diferentes. En definitiva el destino es implacable y llega en el momento oportuno. Casi podría asegurar que Ratzinger no murió en paz, y hasta me atrevería a compararlo con el papa Alejandro Borgia, que llegara a inflarse durante su sepelio a causa de la enorme cantidad de pecados cometidos durante su administración papal. Adieu.

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