La pluma profana

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“Amor de hermanos”

La gruesa mano de tío Bencho dio tan duro en mi cabeza que no volví a oír ni a hablar. Mamá y papá habían muerto de una rara fiebre y lejos de todos en la sierra de Múzquiz. Mis tíos los habían enterrado en cualquier parte y a mi hermano Tadeo y a mí nos habían agarrado de esclavos. En temporada fresca nos mandaban a pepenar chile piquín a las faldas de la montaña y de regresar con menos de lo esperado, nos hacíamos acreedores a no comer por un par de días. Tadeo era mayor que yo y sólo a él lo mandaban a la escuela rural. Él me quería mucho. Le gustaba hacerme avioncitos de papel nada más porque al lanzarlos me ganaba la risa. Creo que es la única cosa noble y bonita que recuerdo de mi infancia. Yo me la vivía alimentando a los marranos, paseando a las cabras y ordeñando a las vacas. Sufría de piojos y me rascaba con ganas de arrancarme la cabeza. Mi cama siempre fue el pajar junto a las gallinas. Sólo en tiempos de frío tía Popa me metía a un cobertizo donde guardaban las herramientas.

Un día Tadeo volvió vestido de ranchero. Había ido a Múzquiz a un desfile de la Revolución. Apenas llegó y tío Bencho nos dio atole y nos mandó a la pizca de chile. Tadeo le rebatió que era tarde, pero tal atrevimiento sólo le resultó una golpiza y a mí, que me había atrevido a meterme, un fuerte golpe en la cabeza. Un largo chillido se me metió en el oído con el golpe y así nomás como así todo se me volvió silencio y las palabras, junto con los sonidos, se fugaron de mi cuerpo quién sabe a dónde. Lo que siguió fue aterrador. Desde el suelo sólo miraba a tío pegarle a mi hermano al tiempo que le decía tantas cosas que como ya dije, no pude escuchar. Tadeo entonces tomó un par de costales chicos, me agarró de la mano y me llevó monte adentro. Con un morral lleno, y agotados, emprendimos el regreso. Entonces la noche nos ganó. Por un largo rato caminamos a la deriva con todo y que conocíamos esa región, pero de noche ni las estrellas parecían ubicarnos. La luz de la luna me permitía ver los labios de Tadeo, pero no lograba saber qué decía. Cuando llegamos al tramo de las Canteras, mi hermano me manoteó señalando que había escuchado el rugir de un oso. Espantados dejamos de lado el costal y corrimos para ponernos a salvo. Entonces perdí de vista a Tadeo y tras caminar temeroso, tropecé con un matorral tan espinoso que sin darme tiempo a sujetarme de nada, caí al vacío. Es tiempo que no sé cómo es que sobreviví a aquello. Todo giraba a mi alrededor y entre lechuguillas, nopales y otros arbustos, mi cuerpo fue hiriéndose hasta caer a un sitio totalmente desconocido para mí. No sé si abrí los ojos uno o cuatro días después, pero al hacerlo, estaba ahí, encima de un arbusto y con cientos de heridas taponadas con sangre seca. El sol, pegado en una mancha azul marino me daba de frente. Ha como pude me puse de pie y caminé por el lugar sin poder identificarlo. Estaba hasta el fondo de una cañada medio ensombrecida. Intenté gritar, pero sólo me salía un chillido. Entendí que nadie volvería por mí, que estaba perdido y que los tíos no perderían su tiempo buscándome. Me dediqué entonces a vivir de masticar plantas y beber de un ojito de agua que había encontrado. Un día me comí una tortuga cruda y no morí de diarrea por voluntad de dios.

Una tarde vi una cosa blanca que caía encima de una lechuguilla. Asustado y al tiempo curioso me acerqué a ver de qué se trataba. Era un avioncito de papel. Traía algo escrito, pero no sabía leer. A los pocos minutos cayó otro, luego otro más hasta ser cinco. Eran de Tadeo, eso era seguro. Miré entonces hacia la cresta de la montaña, alcé los brazos y lancé chillidos. Nada. Al día siguiente y a la misma hora lo mismo: cinco aviones con dibujos, mensajes a lápiz y mis manoteos al aire. Desesperado lloraba y corría de un sitio a otro tratando de hacerme ver, pero aquello estaba tan alto.

Durante las noches lloraba mucho. Le pedía a dios me mandará a mamá y a papá. También que ayudara a Tadeo a dar conmigo. Tadeo nunca me localizó y creo se conformó con lanzar aviones al vacío. Un día dejó de hacerlo. Se había rendido. Desnudo me dediqué a capturar conejos y ratas. Me volví un salvaje no sé por cuánto tiempo, o por lo menos hasta que un día un hombre que buscaba justamente el origen del ojito de agua me encontró bañado en sudor y con una fiebre que luchaba por desaparecerme. Me echó encima de una mula y me llevó por un camino infinito… don Rola. Es tiempo que sigo contándole a mis nietos que ese hombre no buscaba ese ojito de agua, de hecho él mismo me dijo un día que de estar flojeando en el rancho, algo le había hecho sentir que dejara la mecedora, que saliera a hacer algo de provecho… y me encontró. Por mucho tiempo no supe dónde estaba ni me ocupé en preguntar. Un día papá Rola me llevó a un poblado que se llama Palaú. A él le gustaban mucho los matlachines y ahí habría fiesta. Me agradó tanto que ya más grande y casado viví ahí por la compañía minera.

La verdad no sé cuántos años tengo. Digo que setenta, porque son los que aparento. Tadeo, si viviera, tendría tal vez setenta y tres.

Un día que fuimos a ciudad Múzquiz le dije a señas a papá Roque un Quiero ir allá, lléveme allá. Me miró quieto. ¿A dónde?, me preguntó. Pos al ojito de agua donde me encontró. Y me llevó a pesar de que ya era algo grande. El camino en mulas fue como de un par de horas. Era un camino lo bastante escabroso. Al llegar bajé de la bestia, alcé la vista y pensé en Tadeo. Al momento recordé los avioncitos y corrí hacía una pequeña cueva natural en la que dormía. En más de veinte años había sido habitada por muchas alimañas, pero no por humanos. Lo digo porque justo ahí, en una pequeña oquedad, estaban los cincuenta y tantos aviones. Algunos medio comidos por la polilla, pero otros enteritos. Saliendo más a la luz le hablé a Papá Roque y sentados en el piso comencé a abrir cada uno de los aviones. Ahora sabía leer y aterrorizado fui descubriendo el infierno vivido por mí hermano… “te extraño Cósimo”, decía una… “Tío Bencho me golpea todos los días” “Grítame, dime algo” “estas son mis últimas veces que vengo, mis huesos están rotos creo” y así, uno tras otro, mensaje tras mensaje leí hasta que devastado, terminé por llorar ante la mirada impávida de papá Roque. Entonces le conté todo y ante tal injusticia al día siguiente fuimos a dar a la policía. Al llegar al rancho sólo encontramos ruinas. Mis tíos habían muerto y mi hermano había sido enterrado quién sabe dónde. Entonces me dediqué a caminar por mí infancia, por los corrales, por las milpas secas y por las viejas tapias donde había estado la casa de mis papás. Papá me miraba silencioso a lo lejos y la policía había terminado por irse… calculo que todo aquello pasó allá por 1955 más o menos… soy viejo, pero aunque no oiga ni hable, sí leo una y otra vez esos avioncitos que se han convertido en mi paz, y al mismo tiempo en mi infierno. Muchas veces fui al rancho a escarbar por ahí y por allá, hasta que un día papá Roque dijo que parara, que mi hermano vivía, que estaba ahí dentro de mí y no bajo tierra, que parara de atormentarme si es que no quería morirme y ahora sí, eso terminaría por matarlo a él también. Y es que papá Roque me quería tanto como yo a él, y así lo fue hasta que un día viajó tras los pasos de Tadeo… desde entonces vivo aquí cerca de estación de tren de Múzquiz, esperando sólo el tiempo del final para ir y decirle a Tadeo que quería gritar, pero no podía, que quería ayudarlo, pero que era tan niño… caray, y es que él nunca se había rendido, había estado ahí hasta el final… mis avioncitos, si tan solo hubiera sabido leer, pero ya ni al caso lamentar lo perdido.

AUTOR: JUAN DE DIOS JASSO AREVALO
EL VIAJERO VINTAGE

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