“La pluma del viajero”

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“La piñata”

Le di tan duro a la piñata que abriéndose en dos, los cientos de dulces que le habíamos puesto se me vinieron encima. El griterío llenó el patio de mi casa y sin hacer nada me quedé patitieso, en una misma posición y sintiendo a todos mis primos a mi alrededor recogiendo violentamente felices el fruto de su emocionante espera. Sintiéndome enteramente feliz y mirando la luna de ese invierno frío, agradecí a Dios todas las dichas con las que me estaba favoreciendo… ¡¡¡Coge dulces, Santi, coge dulces,  carajo!!!, me gritaba la abuela desde la orilla, pero yo no quería nada, solo anhelaba eso, eso que tenía a mi alrededor, lo que había soñado por siempre hasta ese momento de mi vida y nunca había tenido. No sé cómo había hecho la abuela, pero había logrado que ese año de 1984 se reunieran todos. Toda una tarde ella y yo nos habíamos echo a la tarea de pegar papel periódico con engrudo  alrededor de un globo enorme. Hicimos lo mismo con los picos que formarían la estrella y así, siendo yo tan antípora, como me decía mamá cuando andaba de adelantado, me la pasaba a vuelta y vuelta para ver si ya se había secado para pegarle ahora el colorido papel china.

Pásame las tiras rojas, me pidió la abuela al tiempo que me decía que ahora sí podría morir en paz. Ver a sus tres hijas reunidas y a todos sus nietos la ponían feliz. Y si a mi abuela Prude algo la hacía feliz, me lo contagiaba. Échale maíz a los pollos pa que dejen de estar molestando, Santi, dijo la abuela. Dejé de lado el papel, espanté a los molestosos pollos y tras llamarlos con un sonido de lengua, me siguieron hasta donde estaban las ollas maiceras. Eran tantas que ni me dejaban pasar. Me gustaba hacerlas desatinar y verlas correr por todos lados cuando lanzaba el maíz al aire. Amaba mi vida simple de niño al lado de mamá y mi abuela. Atolito de masa con buñuelos por la mañana y frijolitos con chorizo con sus tortillitas de harina por la noche. La leña crujía en el fogón y la imagen de mi abuelo aparecía en la voz de mi abuela que siempre le lloraba. Era un gran matador de marranos, decía tristona. También un buen mexicano luchando hombro a hombro con Francisco Murguía.

Cuando todos cenaban después de romper la piñata, miré a mi abuela cayéndose de sueño. Encuclillado me le puse enfrente, le cogí sus manos arrugaditas y se las besé. Esas manos, responsables de tantos sabores, caricias y acciones de amor. Tomé los manubrios y empujando la silla de ruedas la llevé dentro. En su cabello aún había trozos de serpentinas, y papel de piñata. Sonreí quitándoselas con suavidad. Le ayudé a acostarse y tras quitarme los zapatos, me recosté junto a ella. Ya había sido demasiada Noche buena para ambos.

-¿Sabes que te amo, Santi?

-Sí, abue… hasta puedo sentirlo. Yo también la amo.

-¿Si sabes que esta es mi última Navidad, verdad?

Y me eché a llorar desconsolado abrazándola fuerte, fuerte, como si quisiera destriparla y sacarle, como a la piñata, todos esos sabores y colores con los que había iluminado mi vida de niño.

-¡¡Alcánzala, Santi, alcánzala!!- me gritaba la abuela cuando el pollo que sería nuestra comida se negaba a dejarse tomar.

-¡¡Lo tengo, abuela, lo tengo!!

Apretando el pollo contra mi pecho y cerrando los ojos por el inquieto aleteo, alcance a ver a la abuela con la cabeza gacha y los brazos sueltos. El corazón me saltó y supe que el fin había llegado. Solté el pollo y corrí hacia ella. Apreté sus manos y llegó mamá. Se echó a llorar junto a mí y unas horas más tarde ya la teníamos ahí mismo, en el patio, en una caja y con toda la familia reunida. El patio, ese lugar de tantas cosas.

Abuela Prude, rómpeme el corazón a palos, sácame los sueños, dime otra vez que me amas y que no quieres morir. Dime otra vez que por mí quieres vivir un día más. Dale, dale sin perder el tino porque así de grande como soy ahora, sigo soñándote, y más  en Navidad recordando llevándote dentro y viendo tu pelo cenizo, serpentino y empiñatado.

AUTOR: JUAN DE DIOS JASSO AREVALO

EL VIAJERO VINTAGE

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