“Caín”
-Llévate tus jodidas lociones, pá. Te digo bien. Te dije a todas las claras que tenías un día para dejar la casa y creíste que jugaba, así que ahuecando, ahuecando, que tengo que meter mis muebles.
-Tu madrecita me dejó la casa, mijo. Aquí crecieron ustedes, pela los ojos, chamaco, abre tu corazón, no me hagas esto, ¿A dónde me voy a ir a meter? Usté bien sabe mijo que no tengo a nadie. Tus tíos ya todos se murieron y ni pa donde arrancar… téngase usté algo de compasión, mijo. Soy su padre, ¿qué no ve? Si hasta en los ojos nos parecemos, en las caminadas y en tantas cosas más.
-Déjese de tonteras, viejo. Saca sus cosas o las mando sacar. Aquí traigo el papelito y aunque usté haga corajes, mamá escribió mi nombre aquí antes que se muriera.
-Empuje la silla pues, écheme pa fuera. Sabe bien que la gangrena me mochó las manos.
-No joda, capaz que me contagia. Y límpiese el sudor, no sea cochino. Se pone nervioso por nada, ya no le voy a pegar, ya ni ganas me dan de darle en su madre, che flojera que me da…¡¡límpiate el sudor aunque sea con los morros, le digo!!
-No sea así, mijo, no me empuje, nomás póngame afuera y que sea lo que Dios quiera, pero ya nomás no me haga de maltratos.
-Viejo asqueroso, chingao. Deja busco quien lo saque, pero eso si le digo, voy por el licenciado y si nada está afuera, ahora sí lo surto y créame, va a estar más peor que la última vez.
Le quemé al anciano todo lo que se puso enfrente. Llené una camioneta de porquerías y tomé la carretera 57 rumbo a Nueva Rosita. Más allá de Purísima eché todo en una hondonada y le prendí fuego. Lo último que eché a la lumbre fueron sus más de diez caramayolas que tenía colgadas en la pared y que usaba cuando nos llevaba al monte… ¿Por qué tuvo que volverse viejo e inservible? Él no lo veía, pero yo sí. Se dejaba mangonear por mamá al grado de darles todo a mis hermanos y dejarme a mí sin nada. Nunca tuve una piñata, un festejo, un pastel. Todo se lo llevaban mis hermanos. El mandadero era yo, el que recibía los golpes de mamá por cualquier cosa era yo. Crecí sabiendo que él viejo era un trapo en las manos de mamá. Un centavo no traía en la bolsa. Mamá se lo confiscaba todo y cuando se pensionó, lo recluyó en el último cuarto. La diabetes le tumbó una pierna y la gangrena sus manos. Cuando mamá murió ya mis hermanos se habían ido. Papá me estorbaba para todo y cuando metía novias a mi casa, tenía que sacarlo al patio. La única vez que se sintió con derecho y autoridad para regañarme, lo metí a la habitación y cogí frente a sus ojos para que se le quitara esa costumbre de meterse en lo que no le importaba.
La única vez que me arrimaron a la fiscalía no pudieron comprobar que los golpes qué el hombre tenía por todo el cuerpo se los había hecho yo. Cuando me vio frente a él dijo que se los había hecho en casa, echando por los suelos las versiones de mis hermanos. Me acusaban, pero ninguno quería hacerse cargo de él.
Siempre odié a papá por agachón, miedoso y acobardado frente a mamá… ¿qué ejemplo nos daba como hombrecitos qué apenas crecíamos?
En 1979 me acusaron de intento de homicidio al encontrarle veneno en la sangre. Dos años prisionero me bastaron para detestarlo más. En una aparente rehabilitación volví a vivir con él y ahora sí le hice ver su infierno en la tierra. Me gustaba verlo suplicarme qué no le diera con la cuchara en la cabeza. Me gustaba ese sonido hueco del golpe, pero más cuando desesperado se sobaba con los morros el dolor.
El resistol amarillo me mandó a un mundo sensorial tan elevado, que sentar a papá en la parrilla donde había hecho una carne asada me parecía fantástico. Ese atrevimiento me llevó a volver a la cárcel, pero ahora por cinco años.
Cuando salí ni la pensé y le arrebate la casa. Mis contactos insanos me ayudaron a crear un documento que me dejó el camino libre.
En ese tiempo papá murió y apareció en escena una tal Amanda Larios. Apareció así nomás de la nada y fue a visitarme a la casa.
-Fui el consuelo de tu papá por mucho tiempo. Tú eres mi hijo y cuando me metí a trabajar en El Gato, en Barroterán, te dejé con tu padre. Él era feliz conmigo y me contaba todo lo que su mujer le hacía desde que habías llegado tú a casa. Eres el único hijo de tu papá. Los demás son de otros hombres. No vengo a pedirte que me quieras como madre, pero apenas me enteré del trato que le dabas a tu padre, vine a decirte que tu madre golpeaba a tu padre, lo maltrataba y lo humillaba. Él intentó huir contigo más de tres veces sin éxito. Entonces se venció. Tu padre los crio a todos como sus hijos, pero tú eras tan especial. Siempre me mantuvo al tanto de ti, pero yo me sentía tan sucia como para intentar buscarte.
Cuando esa mujer se fue, nunca más volví a saber de ella. La vida se me volvió gris. Había maltratado a un hombre acosado por mamá y encima lo había llevado a la muerte de pura tristeza.
Cuarenta días con sus cuarenta noches lloré a papá sobre su tumba. Mis hermanos habían intentado arrancarme de ahí pero sus intentos fueron en vano. Yo debería estar ahí como un compromiso salido del alma. Cuando les grité que ellos no eran mis hermanos, que mi madre era una puta más digna que suya, me golpearon hasta dejarme tirado ahí en el cementerio.
¿Qué tan culpable era papá de mi miseria? ¿Qué tan culpable fui yo de la suya?
AUTOR: DE DIOS JASSO AREVALO
EL VIAJERO VINTAGE
@derechosreservadosindautor
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